Como estaba escrito, Nayib Bukele ha sido reelecto presidente de El Salvador por cinco años más. No había lugar para la sorpresa y no la hubo. Bukele ni siquiera esperó que el tribunal electoral confirmara su victoria. Ganó, casi, por aclamación: 85% de los votantes le dieron el sí a él y a su partido Nuevas Ideas. Por tanto, para qué cumplir con esa formalidad de que un órgano institucional anuncie la decisión de las urnas. El problema estará cuando sin los votos necesarios también se proclame la victoria. Por ahora, una expresión que dice mucho por estos lados, compitió por la reelección aun cuando la Constitución no la establece. América Latina es rica en esos y otros disparates.

El presidente de El Salvador -cuya militancia política comenzó en las filas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional- habló en la noche de la victoria desde la explanada del Palacio Nacional. Alzado sobre ese montón de votos que también le darán 58 escaños de los 60 de la Asamblea Legislativa, el mandatario proclamó que en su país nunca existió democracia hasta ahora, por lo cual arremetió contra la prensa, nacional y sobre todo la extranjera, que indaga sobre el «desmantelamiento» de la democracia salvadoreña. «¿De cuál democracia me hablan?», responde Bukele con lógica tan aplastante como su triunfo.

La prensa, se podrá pensar, siempre pone un pero o dos. Que si se violan los derechos humanos, que no hay licitaciones para realizar las obras -incluida la megacárcel que Bukele ordenó construir para meter a miles de pandilleros-, que si gobierna con el clan familiar. En fin, poca cosa, también se puede pensar, para los enormes beneficios de vivir en un país que rara vez conoció la paz, salvo la de aquellas dictaduras militares en las que no se movía ni una hoja. La democracia de Bukele es feliz y completa. “Sí, de acuerdo, han ocurrido algunas cosas desagradables (…) pero estamos mil veces mejor que antes”, recogen medios entre los votantes.

Doscientos años después de la independencia de España, las repúblicas hispanoparlantes americanas siguen buscando gobiernos que ofrezcan estabilidad, seguridad y progreso. Ni derecha, ni izquierda han sido capaces de establecer esa senda de crecimiento y equidad, de tolerancia y apertura, por el contrario, la inmensa mayoría de la gente se ha alejado de los partidos y de la política. Las voces disidentes, como la de Bukele, encuentran ahí un espacio fértil para un discurso que mezcla por igual autoritarismo y eficiencia. ¿Habrá otra solución? ¿Serán duraderos los logros que hoy ofrece el reelecto mandatario salvadoreño? ¿La única garantía de la democracia en esa pequeña nación centroamericana es Nayib Bukele?

Otras cinco naciones latinoamericanas -México, Panamá, República Dominicana, Uruguay y Venezuela- celebrarán elecciones este año. La única sin fecha ni horas de realización es la nuestra, donde quienes están al mando desde hace 25 años sostienen también que nunca se ha sido tan digno, tan soberano y se ha vivido tan contento como en este período.

La democracia sigue siendo un reto en la región, que se debate entre ideas liberales a contrasentido de décadas de estatismo y victimización o esa ola refundacional que niega o intenta negar, de Chile a Venezuela e incluso Colombia, los logros de la democracia reformista e imperfecta que nuestros países han conocido por etapas relativamente cortas.


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