«Fue Aureliano quien concibió la fórmula que había de defenderlos durante varios meses de las evasiones de la memoria» (Gabriel García Márquez)

A lo largo del camino un lector vive momentos difíciles, pesados y aburridos entre las líneas que recorre con los ojos, los párrafos sobre los que reflexiona y las páginas que mueve con los dedos. Por eso, supuso para mí un alivio descubrir «El aburrimiento» en la página 122 de un libro de texto de Lengua y literatura española. Se trataba de un fragmento escrito por el filósofo Bertrand Russell.

Comprobé, a medida que leía, que no era yo el único afectado por el síndrome de la atonía letreril. Vamos, que lo que me pasaba a mí de vez en cuando durante la lectura era normal, y me atrevería a decir que era preciso que así fuese. Cito textualmente: «Todas las mejores novelas contienen pasajes aburridos. Una novela que eche chispas desde la primera página a la última seguramente no será muy buena novela». Recordé entonces largos párrafos átonos de La Celestina y Cien años de soledad leídos finalmente, aunque no sin dificultad.

No sé si habría alguien capaz de pronunciar un solo mensaje sin contar con la alternancia de las sílabas átonas y tónicas y si ese alguien podría decir en voz alta esta frase «hola, ¿qué tal estás?» de forma neutral; es decir, sin variación alguna, resultando todas las sílabas átonas o todas tónicas. Sería difícil determinar si la pregunta se refiere al estado de salud o ánimo de alguien o si, por otro lado, se pregunta qué opinión le merecen un par de cosas.

Pienso ahora en la maquinaria lógica del lenguaje y soy consciente de la necesidad de la variedad del negro al blanco, de la luz a la oscuridad, del sinsabor al buen gusto. La lectura de obras de literatura conlleva momentos de goce, pero también de sufrimiento.


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