Ayer el CNE convocó a elecciones. Lógicamente, no estoy del todo satisfecho. Me hubiese gustado que la fecha fuera octubre o diciembre. Sin embargo, en honor a la verdad, y tal cual, como lo anuncié en mi cuenta de X @LeocenisOficial: El Acuerdo de Barbados establecía que en el segundo semestre, la fecha mínima era julio.

Nosotros solicitamos en la AN, junto con Fedecámaras, que se respetara el Acuerdo de Barbados. Quizás octubre o diciembre habrían sido fechas óptimas para todos, pero la elección ya tiene fecha.

No puede haber más equivocaciones. Hay que saber darle una opción  a Venezuela. Este no es un tiempo para improvisar, para debilitarse en luchas internas. Hay demasiado trabajo que hacer para que se carezca de la unidad de mano necesaria para enfrentar todos los problemas que nos trae el haber perdido el tiempo en algo que no habrá manera de resolver, la inhabilitación de la figura salida de las primarias.

El gobierno, aprovechando nuestra debilidad de propósito, ha convocado la elección en el mínimo necesario de Barbados, poniendo como fecha el aniversario del nacimiento del fallecido presidente Hugo Chávez.

Los más altos dirigentes  del oficialismo han dicho que las elecciones no las ganará ningún candidato, sino que las va a ganar Chávez ese día, así como el Cid Campeador venció muerto una batalla. Me pregunto, como se preguntan millones de venezolanos, entonces, ¿quién va a gobernar Venezuela? ¿Chávez?

Y me lo pregunto, al igual que millones de venezolanos, porque todos recordamos muy bien lo que ocurrió cuando murió Hugo Chávez.

En ese momento, se produjo una crisis de autoridad que ocasionó grandes daños al país. En esos años, hubo quienes tomaron decisiones desacertadas, hubo quienes actuaron irresponsablemente tanto en el gobierno como en la oposición, hubo quienes procedieron con buena voluntad y hubo quienes lo hicieron de manera criminal.

Pero lo cierto es que sucedía algo más importante: nadie sabía realmente quién gobernaba en verdad a Venezuela. La crisis de autoridad creada por la muerte de Chávez, al no poder ser resuelta por el partido oficial, abrió una disputa por el poder en la que predominaron la prepotencia y la violencia. Pero con la prepotencia y la violencia no hay gobierno posible para el pueblo venezolano: con ellas solo se benefician los pequeños grupos que las manejan mientras casi todos los venezolanos  se perjudican.

Y por  ese camino por el cual nos han llevado los más radicales del chavismo y la oposición tradicional, hemos  corrido  el peligro de quedarnos sin país. Estamos sancionados. Empobrecidos. Sin instituciones creíbles. Rezagados en lo peor del siglo XIX.

Porque la violencia y la prepotencia son las que nos impiden construir. Es la violencia alternativamente ejercida por unos y otros grupos minoritarios, ya sea la violencia física, económica, social o política, la que nos obliga a comenzar siempre de nuevo, la que viene a destruir lo que a duras penas levantamos un día y nos fuerza a empezarlo otra vez al día siguiente.

Ya basta de esto.

Yo no voy a caer en ese chantaje. Porque quizás esta elección pueda ser un instrumento para un pacto político que normalice el país. Y todo el mundo coja el mínimo que el país reclama. La gente está harta de los políticos y sus métodos. La gente solo quiere dinero, crédito, vivir sin esta zozobra permanente.

¿Qué industria vamos a tener si cada dos o tres o cuatro años las fábricas se cierran y pasan otros tantos años para abrirlas otra vez y recomenzar casi de cero por las sanciones o el modelo catastrófico que implementa el gobierno? ¿Qué sindicatos vamos a tener si los trabajadores se ven entorpecidos desde afuera o desde adentro para construirlos y perfeccionarlos por el clima de intolerancia y miedo?

¿Qué educación vamos a tener si la falta de sueldos y la prepotencia llevan periódicamente a echar maestros y profesores, a cerrar aulas y laboratorios, a destruir una y otra vez en pocos días lo que tanto trabajo y tantos años cuesta levantar en cada ocasión?

Y así podríamos seguir con cada tema, con cada actividad. La banca, los seguros, los empresarios. ¿Cómo nos vamos a quedar inermes ante los intereses extranjeros si destruyéndonos una y otra vez a nosotros mismos somos incapaces de fortalecernos? Los venezolanos, casi todos los venezolanos, tenemos en nuestra boca el amargo regusto de trabajar en vano, de arar en el mar, porque periódicamente asistimos a la destrucción de nuestros esfuerzos. Y todo esto ocurre porque el poder que se puede obtener con la violencia y la prepotencia solamente sirve para lo que ellas sirven, es decir, para destruir. Es poco o nada lo que se puede construir con la violencia y la prepotencia.

Y así es como está nuestra desgraciada nación. La crisis de autoridad solo será resuelta, restableciendo la autoridad, es decir, la capacidad para conciliar, la aptitud para convencer y no para vencer.

Por eso, firmé sin temblar ese acuerdo en la Asamblea Nacional. Me cago en los que me maldicen por haberlo hecho. Y si hubiera podido firmarlo con mi sangre, lo hago. Estoy harto, como harto está el país de esta bronca permanente y este sistema económico que no funciona.

Tendremos autoridad porque seremos capaces de convencer, porque estamos proponiendo lo que todos los venezolanos sabemos que necesitamos: la paz y la tranquilidad de una convivencia en la que se respeten las discrepancias y en la que los esfuerzos para construir que hagamos cada día no sean destruidos mañana por la intolerancia y la violencia. Proponerse convencer solo tiene sentido si estamos dispuestos también a que otros nos puedan convencer a nosotros, si aseguramos la libertad y la tolerancia.

Así que vamos a votar, digan lo que digan. Y pido a ese país que amo tanto como el mío, Estados Unidos, que no cometan el error de condenar un proceso por salvar a un candidato. Y un proceso ni siquiera es la elección. Hay que mirar más allá.

 


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