Fotografía tomada de: https://es.wikipedia.org/wiki/Erasmo_de_R%C3%B3terdam#/media/Archivo:Holbein-erasmus.jpg

Hace exactamente un año (29/05/2020) publicaba “Cómo dialogar con un imbécil” y quién pensaría que hoy existen personas que tienen diferentes ideas respecto de la necesidad de entablar diálogos que previamente no solo habrían fracasado sino  también agravado las tensiones, situación que pudiera a su vez hacernos afirmar que en los múltiples lados del diálogo habría buenos ejemplos de imbecilidad, el tiempo lo dirá… o volverá a hacerlo.

Se le atribuye a Albert Einstein que una vez afirmara que existían dos cosas infinitas en el mundo, la estupidez humana y el universo, y que de lo segundo no estaba seguro.

Y es que la estupidez, la imbecilidad, la nesciencia y tantos otros conceptos similares siempre han desempeñado un importante papel en la humanidad, sea tanto en el contexto eminentemente privado y personal,  es decir, cómo a alguien que sea un imbécil le afecta su desenvolvimiento en foros próximos; como en otros más generales, como ocurre con muchos de nuestros países, donde las tensiones cívicas y políticas se mueven al ritmo del grado de estupidez de sus ciudadanos, niveles de estulticia que los actores políticos aprovechan tanto para hacerse del poder como para permanecer en él; baste observar el reciente tratamiento en muchos estados en materia electoral, poderes públicos en general y hasta la propia idea de Constitución y justicia constitucional, pero estos son temas que abordaremos en otra oportunidad.

Por lo general, suele estudiarse sobre la inteligencia y el conocimiento, cuando lo contrario, la ignorancia, la estupidez, el desconocimiento, rara vez es investigado y casi no se escribe sobre ello, bueno, eso creemos. Es entonces que, inspirado en muchos acontecimientos recientes, tanto locales como foráneos, ante tanta estupidez e imbecilidad, tanto lejana como cercana, natural o inducida, o cómo puede afectar a toda una sociedad, un país, una generación, es por lo que he querido dedicar algunas reflexiones a esa fiel acompañante como lo es la imbecilidad, y claro está, tratando en lo posible de prevenir cualquier infección o contagio.

Antes de continuar, y toda vez que hemos visto que recientemente se hace cada vez más patente una particular forma de imbecilidad como lo es un exacerbado prurito, un extraña sensibilidad, una ridícula propensión a una llamada corrección política poco genuina, una enfermiza y falaz pudibundez, que no hace más que generar abyección, debe advertirse que cuando se hace referencia a los imbéciles y su imbecilidad, los estúpidos y su estupidez, idiotas y sus idioteces, ignorantes y su ignorancia, en modo alguno son utilizadas esas voces en calidad de ofensa, sino haciendo referencia a su más fiel contexto y alcance, para adentrarnos de mejor manera y con más propiedad a las situaciones de falta de inteligencia y capacidad de resolver problemas, torpeza en la comprensión, desconexión de la realidad, ausencia e imposibilidad de retener conocimientos básicos, entre otros, lo que además se hace de manera despersonalizada, por lo que si existiera alguien que pudiera sentirse aludido u ofendido, probablemente estemos ante un absoluto y genuino imbécil, y a quien le sería más apropiado dejar hasta aquí esta lectura.

Adentrándonos en estas aguas de la imbecilidad o nuestra ignorancia –término que preferiremos utilizar para que los sensibles no se sientan tan mal–, observamos que así como la mitología griega tenía presente la luz e inteligencia, la cual se representaba en míticos dioses como Apolo y Atenea,  existía también –aunque no tan conocido– Coalemos, una suerte de dios de la estupidez, con lo que vemos que al contrario de lo que muchos podíamos pensar, el interés por estudio de la estulticia no es algo nuevo, sino que se retrotrae a tiempos inmemoriales.

Así como suele ocurrir con muchas cosas, si afinamos nuestra visión y prestamos más atención, no será difícil darnos cuenta de que desde los inicios de la humanidad, y en nuestro caso el pensamiento occidental, han existido personas que se han  dedicado a analizar con profundidad y a escribir sobre la ignorancia, situación que también nos obliga a concluir que siempre hemos estado rodeado de ignorantes y estúpidos.

Vienen a nuestra mente casos como el de Sócrates, a quien lo condenaron por saber que nada sabía, ¿lo condenaron a la muerte por lo que ignoraba que sabía? En este caso me gusta pensar en la idea de una ignorancia filosófica, aquella que invita a preguntarnos más, a saber más, a ignorar más, ergo, a ser más sabios mientras menos sabemos.

Luego de la gran cantidad de diálogos que se le atribuyen a Sócrates, encontramos obras muchos más recientes que la de Erasmo de Rotterdam, quien se  dedicó a escribir y elogiar la estulticia, a la que llama “locura”, pero que no es otra que la misma estupidez, de la que destaca su protagonismo en muchos episodios de la humanidad.

Por su parte, Mark Twain nos recomendaba que jamás discutiéramos con los imbéciles, pues nos arrastrarían a su terreno y con su experiencia nos ganarían.

Y más reciente aún, encontramos una muy completa obra como la Historia de la estupidez humana de Paul Tabori, de la que podemos extraer precisiones como:

“… poco importaría si el estúpido solo pudiera perjudicarse a sí mismo. Pero la estupidez es el arma humana más letal, la más devastadora epidemia, el más costoso lujo.

El costo de la estupidez es incalculable. Los historiadores hablan de cielos, de la cultura de las pirámides y de la decadencia de Occidente. Tratan de ajustar a ciertas pautas los hechos amorfos, o niegan todo sentido y propósito al mundo y al devenir nacional. Pero no es barata simplificación afirmar que las diversas formas de la estupidez han costado a la humanidad más que todas las guerras, pestes y revoluciones.

Este libro trata de la estupidez, la tontería; la imbecilidad, la incapacidad, la torpeza, la vacuidad, la estrechez de miras, la fatuidad, la idiotez, la locura, el desvarío. Estudia a los estúpidos, los necios, los seres de inteligencia menguada, los de pocas luces, los débiles mentales, los tontos, los bobos, los superficiales; los mentecatos, los novatos y los que chochean; los simples, los desequilibrados, los chiflados, los irresponsables, los embrutecidos. En él nos proponemos presentar una galería de payasos, simplotes, badulaques, papanatas, peleles, zotes, bodoques, pazguatos, zopencos, estólidos, majaderos y energúmenos de ayer y de hoy. Describirá y analizará hechos irracionales, insensatos, absurdos, tontos, mal concebidos, imbéciles… y por ahí adelante. ¿Hay algo más característico de nuestra humanidad que el hecho de que el Thesaurus de Roget consagre seis columnas a los sinónimos, verbos, nombres y adjetivos de la “estupidez”, mientras la palabra “sensatez” apenas ocupa una? …

Con esa particular presentación, difícilmente escapemos de la tentación de hacernos de un ejemplar, y bien vale la pena hacerlo, ya que entre tantos relatos de verdaderas estupideces surgen grandes destellos de preclaridad para comprender realidades que estamos hoy padeciendo en contextos personales, sociales, políticos, económicos, y otros más.

¿Por qué es importante estudiar la estupidez?

En primer lugar, para percatarnos de nuestra propia imbecilidad, tanto individual como colectiva. y es que la sola aproximación, la intención de acercarnos al tema, lleva consigo grandes desafíos, por una parte, al tratar de contextualizar lo que significa ser imbécil, idiota, ignorante o cualquier otra denominación similar, y más importante aún, para saber si dentro de tal descripción cabemos nosotros personalmente, nuestros allegados, los miembros de nuestra familia, amigos, pero también muchos de los ciudadanos de nuestro país. Aquí podemos adelantar un poco el diagnóstico, y es que todo aquel que sin someterse a una sincera autoevaluación acerca de su propia propensión a la estupidez u otras parecidas condiciones, muy alta es la probabilidad que en efecto lo sea.

Sobre la idiotez, al igual que del tema de la toxicidad de la gente suele hablarse y ser tratada en segunda o tercera persona, y extremadamente extraño es observar que alguien de manera sincera se cuestione y examine su propia inteligencia, algo así como imbecilidad en primera persona, incluso, los que por lo general lo hacen, los que se autocuestionan suelen ser personas inteligentes, preparadas y mostrarse generalmente reservados y de bajo perfil, por el contrario, quienes se consideran a sí mismos habilidosos e inteligentes, ufanándose de ello, por lo general son los típicos verdaderos imbéciles e ignorantes, siendo los claros ejemplos del interesante efecto Dunning-Kruger consistente en que aquellas personas ineptas e incompetentes no solo se sienten superiores respecto de los demás, sino que aseguran contar con habilidades especiales cuando representan todo lo contrario. Ya podemos hacernos una idea de las consecuencias en algún país cuando estos personajes ocupan cargos públicos.

Otra gran importancia del porqué estudiar la estupidez humana es para hacerle frente en los actuales momentos a los cada vez más recurrentes fenómenos de los bulos o noticias falsas (fake news), las Deep fakes, la posverdad, la infodemia, la desinformación, que vale destacar que suele utilizarse para traducir del inglés dos fenómenos distintos la “disinformation” y la “misiformation” y el abundante bombardeo de contenido estupidizante en múltiples medios y redes sociales. Imbecilización masiva y generalizada que pese al desconocimiento o negación de muchos de nosotros son utilizados con la intención de eliminar todo pensamiento crítico sustituyéndolo por mentes dóciles, ciudadanos zombis fácilmente dominables por agentes de poder político, ideológico y económico.

Aquí es donde ahondando en el tema nos encontramos con que la necesidad de analizar el fenómeno, o más bien pudiéramos decir el síndrome de la ignorancia, surge la agnotología, que no es más que su estudio sistemático, más precisamente las razones por las cuales desconocemos o ignoramos ciertas cosas y si de alguna manera la ignorancia puede ser inducida por agentes externos.

Robert Proctor, quien acuñase ese término de agnotología en un estudio del mismo nombre, no duda en afirmarlo en casos como los de la manipulación de la información y la generación de ignorancia como ocurriese con las tabacaleras o el secreto militar, casos y reflexiones que perfectamente pueden extenderse a la actuación de otros agentes. Destacamos del trabajo de Proctor sus interesantes secciones en las que desarrolla su estudio, a saber: (i) La ignorancia como estado nativo, (ii) La ignorancia como reino perdido o elección selectiva (o construcción pasiva), (iii) La ignorancia como artificio estratégico o construcción activa, (iv) ¿ignorancia virtuosa? “no saber” como resistencia o precaución moral. [1]

Como podemos sin mayor esfuerzo extraer de lo antes dicho, la tipología de imbecilidad, o ignorancia es muy amplia y no podríamos quedarnos en solo aquella idea de imbecilidad tradicional.

Tenemos entonces en nuestro contexto y mi invitación es a la de ubicar evidentes casos de diferentes tipos de imbecilidad y entre las que se enconarían la imbecilidad oficial u oficialista, la imbecilidad radical, la flexible, la oposicionista, la endógena o la exógena; también podríamos hablar, ya que mencionábamos a Sócrates, sobre la ignorancia socrática o mayéutica, y de allí por qué no aprovechando la puerta a la filosofía bien pudiéramos mencionar las posibilidad de la ignorancia empírica, la estoica, la hedónica o epicúrea; la científica, la digital, tenemos también la estupidez genuina o la ficticia y hasta la camuflada, esa que llaman en el foro “hacerse el pendejo”.

Hay igualmente casos de ignorancia o imbecilidad consciente o inconsciente, involuntaria o voluntaria, como el de esas personas que son intencionalmente prófugos de la inteligencia o ignorantes electivos, que son aquellos que pese a que tienen varias opciones de conocimiento prefieren elegir mantenerse en las oscuras aguas de la ignorancia dizque porque ese estadio es más tranquilo, y así pudiéramos pasar largas horas pensando y listando tantas clases más de imbecilidades, y las que ignoramos puedan existir.

Mencionaba arriba que cuando se habla de este tema suele hacerse en segunda o tercera persona, achacando tales condiciones a otros, pero muy difícilmente se hace en primera persona y es ante ello, para no pecar de lo mismo, luego de hacer este paseo general por los tipos de imbecilidad, creo que puedo considerarme un imbécil ecléctico, más bien pseudoecléctico, ya que encuentro en mí características de muchas clases de imbecilidad mencionadas y sería no solo mentira sino insensato afirmar que hayamos llegado a este momento de la vida sin haber incurrido unas cuantas veces en ellas.

¿Y tú? ¿Qué clase de imbécil eres?

 


[1] Proctor, R. N y Schiebinger, L. (2008). Agnotology. The making and unmaking of ignorance. Stanford, Ca.: Stanford University Press.

Disponible en: https://revistas.uexternado.edu.co/index.php/ecoins/article/view/6253


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