“Como una Kawasaki en un cuadro del Greco. Igual que un perro a cuadros, igual que un gato azul“ (“Cuando aprieta el frío“. Joaquin Sabina).

Andaba yo, estos días atrás, rememorando aquellos tiempos en los que fui joven. Es una época lejana y querida, revestida, es cierto, de esa pátina de misticismo que otorgan las fotografías que ya se van tornando color sepia. Quizá por eso la añoro tanto y quizá por eso también a veces me siento, en este trastornado siglo XXI, como un pez fuera del agua.

Recordaba, en mi añoranza, las tribus urbanas que poblaron mi juventud. En aquella época, y muchos de ustedes sabrán de qué hablo, la mayoría nos circunscribíamos a grupos bien definidos.

De un lado, en aquellos últimos años de la década de los ochenta del pasado siglo, en mi barrio de Moratalaz, al menos, existía una mayoría de Heavys. La estética, principal seña de identidad de las tribus urbanas, junto con los gustos musicales, era muy clara y definida en este grupo. Pantalones vaqueros ajustados, botas camperas de punta, cazadoras vaqueras llenas de parches, con algún chaleco de cuero en la misma línea y, sobre todo, las melenas.

Tengo que decir, en honor a la verdad, que sobre los quince años yo tuve mi época heavy. De aquella etapa, conservo varios vinilos de Barón Rojo, que hoy por hoy forman parte de esos tesoros que no venderías salvo para no morir de hambre. Y, en Madrid, aún se puede ver por la Gran Vía a los hermanos Alcázar, José y Emilio, como dos testigos vivos de lo que fue y ya no es.

Son innumerables los grupos, tanto nacionales como internacionales, que veneraba esta tribu, pero me quedo, como ya he dicho, con Barón Rojo, si bien Obús, Panzer e incluso Rosendo Mercado marcaron, sin duda, aquella generación.

Luego, estaban los rockers. Siguiendo la más pura estética de Loquillo, lo más característico en ellos eran sus tupés, a lo John Travolta en Grease, además de las hebillas con forma de águila que no dudaban en utilizar como arma en las muchas peleas que se organizaban, principalmente con los heavys.

Otra tribu muy de los noventa fueron los Mods. Con una estética que nos llegaba desde Gran Bretaña, al más puro estilo Depeche o the Cure. Elegantes, con sus botas negras militares y sus abrigos negros y sus gabardinas, peinados a lo Tony Hadley, el cantante de Spandau Ballet. Por lo general, más introvertidos y más pacíficos, sin meterse mucho en líos.

El punk también tuvo su sitio, si bien era una tendencia mucho más británica y no pasaron de ser un grupo minoritario en nuestro país, aunque, como ocurrió en el caso de los heavys, hubo gente que comenzó siendo punk para reciclarse a otras tendencias.

Y por supuesto, como tribu mayoritaria, estábamos los pijos. Que os voy a contar de los pijos. Aún, a día de hoy, la palabra Pijo se sigue utilizando para definir a los chavales que visten con cierto gusto, preferentemente marcas, polos, camisas de marca, etc.

Entonces, la marca por excelencia de la pijería era Lacoste, si bien Ralph Laurent y Fred Perry también gozaban de gran predicamento. Los plumas de Roc Neige, y las sudaderas de Amarras, Nudos o Benetton también estaban de moda. Si bien, la prenda pija por excelencia fueron los Levi´s 501. Si no tenías unos de estos, no eras nadie.

En cuanto a música, que sin duda era la seña de identidad de las tribus, la mayoría de grupos de la movida madrileña, salvo los más punks, eran de nuestro gusto; Los Secretos, Los Nikis u Hombres G eran, sin duda, los más populares, si bien otros como Radio Futura, Gabinete o Danza invisible también tenían muchos adeptos. Dada mi adscripción a esta tribu, tengo que decir que el templo Pijo en Madrid fue la mítica discoteca Jácara Plató Madrid, de la que yo, por supuesto, era fiel parroquiano. Tener un amigo relaciones públicas en Jácara era un título nobiliario, sin duda.

Pues toda esta trasnochada charla viene a colación porque el otro día, el sábado, creo recordar, tuve la ocasión de ver en Telemadrid un extenso reportaje de los premios de los 40 principales, los 40 Music Awards, que digo yo que el castellano es muy bonito y muy rico para titular en inglés, pero esto son cosas mías.

Pues bien, en estos premios, asistí atónito a los atuendos de aquellos que acudían al evento. Allí pude ver desde tipos y tipas con ropa siete tallas superior a la suya, como Pablo Alborán o  hasta un tipejo cuyo nombre desconozco y quiero desconocer que le hizo un homenaje a la gallina Caponata. La verdad es que ver allí a tipos de mi generación, como los Hombres G con su look más clásico daba ternura.

Yo, que tengo una relación via Whatsapp con David Summers, en la que yo le escribo y él me soporta, no tuve por menos que preguntarle si es que era una fiesta de disfraces y ellos no se habían enterado.

Creo muy sinceramente y a riesgo de ser tildado de nostálgico, lo cual, para serles muy sincero, me la sopla, que esta generación que hoy se mueve entre los veinte y los treinta tiene algún hemisferio cerebral en desuso, esperando a que alguien toque la puerta para ver si hay alguien. Concretamente, el que aloja la vergüenza propia y ajena, además del buen gusto y el saber estar. Llámenme reaccionario, pero, si por mi fuera, la mitad de estos habrían pasado la noche del sábado en el cuartelillo, por escándalo público.

La no pertenencia a una tribu, la individualidad, es un déficit social disfrazado de virtud, más cuando hablamos de personas de veinte años, que denota, claramente, que los que andamos en los cincuenta hemos malcriado a la generación más egoísta y egocéntrica que verán nuestros ojos.

Así que, donde esté un buen heavy, que se quite cualquiera de estos horteras.

Amén.

@julioml1970


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