Quien piense que China actuará con estoicismo frente a los múltiples y variados ataques que su credibilidad ha estado recibiendo desde el exterior, en razón de su supuesta irresponsabilidad en la contaminación mundial por el coronavirus, se equivoca. El gran imperio de Asia no se quedará quieto mientras ve, desde su orilla, que sus esfuerzos por hacerse un espacio dentro del concierto internacional están siendo destruidos por sus detractores y que su imagen está siendo profundamente lesionada, tomando como excusa la pandemia global que se inició en su territorio.

Solo en Pekín se sabe el verdadero origen de la contaminación y solo allí tienen la explicación del silencio prolongado o de la desinformación que practicaron con propósitos incomprensibles e inaceptables para todos en el mundo. Tampoco han dado explicaciones que los liberen de culpas y posiblemente nunca las den.

Pero lo que sí es claro es que aquellos que pretendan ir más allá en investigar los detalles del despertar de la pandemia, como Australia, por ejemplo, se encontrarán al gigante en un plan de reacción frontal y agresiva. La respuesta del gobierno chino al anuncio del primer ministro de Australia, Scott Morrison, quien anunció que investigarían en profundidad lo ocurrido en Wuhan, no dio espacio a interpretaciones. El jefe de la misión diplomática en Camberra indicó que tal hecho “podría desencadenar una desaparición de relaciones comerciales y dejar de consumir productos del país oceánico” Y agregó que “quizá en China se interroguen por cuál razón deben beber el vino australiano o comer su carne”.

La ola de acusaciones en Alemania en contra de China también ha sido erosiva. La guinda de la torta fue una acción insólita del tabloide Bild, que acaba de exigir una reparación por 160.000 millones de dólares por daños a su país, los que fueron pormenorizados cuidadosamente. Si el PIB alemán llegara a contraerse en 4,2%, el daño para cada ciudadano alcanzaría a 1.937 dólares, fue el hecho argumentado por la publicación germana. La ira del imperio no tardó en expresarse y calificó esta demanda de “incitación al racismo y a la xenofobia”.

El malestar en China con relación a las críticas y recriminaciones del exterior ha estado subiendo sus decibeles desde que, a finales de enero, una ilustración satírica de la revista danesa Jyllands-Posten transformó las estrellas de la bandera china en átomos de virus similares al coronavirus. También en este caso las relaciones con Dinamarca se resintieron porque el gobierno chino hizo que sus redes sociales exigieran masivamente disculpas a las autoridades diplomáticas danesas en Pekín, ya que la ofensa se había convertido en un tópico de tendencia en Weibo, la versión china de Twitter.

La cosa va en serio por el lado chino, pues las acusaciones y recriminaciones siguen ocurriendo desde los cuatro puntos cardinales del planeta y no todas tienen el talante jocoso de Charlie Hebdo en Francia, publicación que colocó una caricatura de Xi Jinping bajo las sábanas con un pangolín.

Se sabe que la Unión Europea, en sus altos personeros, ha sido también reprendida discretamente por sus socios asiáticos, cuando estos se enteraron de la existencia de una publicación por salir que atacaba las tácticas de propaganda china en Europa de manera cáustica. La alerta china produjo la reacción esperada: la publicación fue “descafeinada” y, en lo sucesivo la institución se verá compelida a ser más prudente en sus publicaciones. Lo último que desea Europa, en la víspera de una crisis económica de gigantescas proporciones, es un deterioro de sus relaciones con el coloso. Y las advertencias chinas van en ese sentido.

Toca, pues, en el mundo entero, rebajar el tono de la diatriba. La retaliación no se manifiesta aún, pero puede ser dura.


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