Cada vez sentipienso más -como dicen nuestros hermanos bolivianos- que todo lo que podamos hacer por todos los medios para denunciar, desenmascarar, visibilizar y desmantelar cualquier forma de opresión, cualquier manera autocrática, cualquier conducta impositiva, cualquier acto violento, cualquier insulto, cualquier impopularidad que atente contra la buena vida de la ciudadanía, hay que hacerlo, hay que seguir haciéndolo, tal como lo hacen nuestras y nuestros penitentes periodistas, dentro y fuera del país. Eso se nos hace imperativo tanto en Venezuela como en cualquier nación de la región y del mundo, desde la amada provincia y hasta las capitales, desde el preescolar y hasta los doctorados de la academia.

Una niña me contaba el otro día un relato que había escrito donde el lápiz le hablaba. Cuando la maestra le increpó por su distracción, arrinconándola del pizarrón a la izquierda, la niña le explicó con mucha mesura que el lápiz le estaba pidiendo que no le sacara más punta porque iba a desaparecer “¡Ay, estos niños de ahora están locos, pero cada vez más locos!”, dijo la profe. “Claro, la maestra no entendía nada porque ella escribía con pluma”… ¡Así remataba la niña su relato!

Frente a las descalificaciones, los atropellos, los abusos, los excesos, no puede haber indolencia, indiferencia, apatía, ni olvido. Toca ingeniárselas, responder, movilizarse, procurando justicia, equidad, concordia y amor, respeto, anulación de la pobreza y ponderación constante del bienestar humano, así como de su ingenio.

Nos toca a los pedagogos, a los artistas, a los intelectuales, a los políticos de verdad, a los decisores y decisoras, a ciudadanas y ciudadanos, empoderarnos de nuestra condición de creadores para disponernos y ocuparnos en construir entre todas y todos. No en seguir destruyendo. Crear sin trampas, sin imposiciones, sin modelos que -además de ser muchos importados- ya resultan anacrónicos y han resultado fallidos en otros contextos. No podemos, no debemos permitir ni que se perpetúen los abusos de poder, la trampa, la complicidad dolosa, el tráfico, la corrupción, ni ninguna otra conducta que atente contra la vida de un colectivo en beneficio de unos pocos. Absolutamente, no ¡mucho menos naturalizar la infamia!

Ayer, me asombraba con el testimonio del pediatra de mi hija, médico formado en nuestra Universidad Central de Venezuela -¡que ha cumplido trescientos años de fundada!- quien saliendo del quirófano me contaba con orgullo, aplomo y alegría profunda, la manera cómo le habían salvado la vida a un bebé que acababa de nacer con todos sus órganos por fuera. Con la aprobación de la madre y el padre, primerizos, procedieron a operarle satisfactoriamente y, al ratito, el bebé lloraba y sonreía celebrando la vida junto a su madre, su padre y los médicos.

El relato, la imagen son elocuentes, pero le agrego: de lo que se trata es de favorecer la vida, no la supervivencia, ni mucho menos la muerte por inanición, por sed, por violencia, carencia de conocimientos o falta de acción. De lo que se trata es de favorecer el bienestar humano, no su malestar.

No hay excusas para que sea de otra manera. Ya no puede haber más excusas para continuar en un círculo vicioso que culpabilice a las y los demás, a los otros de mi ignorancia, de mis omisiones, mis postergaciones, mis descalificaciones, mis actos burocráticos, mis demagogias y mis piruetas de populismo, tara que se contagia o se revive si no estamos pendientes. Es tiempo de convertir al país y a la región en obras de arte ¿Para cuándo lo vamos seguir postergando?

Blacamán el bueno, vendedor de milagros es un excelente cuento de Don Gabriel García Márquez que recoge, resume y rezuma a ese personaje trashumante y latinoamericano que, desde que al tiempo lo cosían con hilo, desde in illo tempore, pues, recorre el continente de Comala a Macondo, del Río Grande a la Patagonia prometiendo y embaucando. Ahora, ese es un cuento, venga y pase.

Pero esto que vivimos en nuestro país y en nuestra región es la historia de unos Blacamanes muy malos, infames, unos estafadores, unos traidores, unos machos clásicos precolombinos, de varios bichos de su madre, de unos farsantes. Y traidoras además, porque aquí el género también tiene su equidad. No más ¡Que se vayan al cimborrio a revolcarse en su horror por todas las vidas que tengan! ¡Que serán muy pocas! ¡Porque son unos infames que, encima, además, no saben escribir ni con pluma ni con lápiz! Partida de desfachatados. Ojalá que ya no puedan dormir. Con tantas traiciones han perdido hasta el sueño.


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