Colombia, la democracia más antigua y más estable de América Latina, cumple su primer año bajo el yugo del populismo que desde México hasta Argentina ha sido la constante política en la historia de la región con especial énfasis en estos últimos 20 años. Solo Uruguay se ha salvado de esta epidemia gracias a que cuando eligió como presidente a un miembro del grupo guerrillero Tupamaro, José Mújica, este resultó ser un gobernante de una sensatez y una humildad sin par.

¿Y cómo va Colombia en este experimento que por primera vez vivimos en nuestra historia? La verdad podía ser mucho, mucho peor. No quiero con esto excusar el desastre que ha sido este primer año de Gustavo Petro pero su ego, sus manías y su pésima capacidad de gestionar han evitado que este gobierno destruya a Colombia.

Como todo populista Petro propuso en su campaña, y a lo largo de su historia en la oposición, una ruptura con el pasado. Pero si miramos bien lo que hizo cuando fue electo alcalde de Bogotá, o dejó de hacer después de todo lo que prometió, no nos deberíamos sorprender con la forma como ha manejado el gobierno nacional. Claro el impacto mediático es muchísimo mayor, y quizás lo más grave es la desinstitucionalización que deja a su paso ese huracán populista, pero si en Bogotá no cambió absolutamente nada en cuatro años es muy posible que pase lo mismo en la Presidencia.

El escándalo de la penetración de dineros de los narcos a la campaña es quizás el símbolo más evidente de lo que ha sido este año, un retroceso inmenso en política en economía y en seguridad. Este escándalo nos lleva al año 1994 cuando se comprobó que a la campaña del presidente Ernesto Samper entraron cinco millones de dólares del Cartel de Cali. El gerente de campaña fue a la cárcel pero a Samper no le pasó nada. Con el famoso “fue a mis espaldas” absolvió su responsabilidad pero su gobierno de ahí en adelante apenas navegó y la única herencia que Ernesto Samper Pizano deja a sus hijos es esa, la de haber sido elegido con dineros de la mafia.

De la misma manera su gobierno ha estado rodeado de políticos tradicionales que han militado en distintos partidos durante los últimos 20 años y que han llegado al partido de Petro y a su administración por puro oportunismo político. La famosa renovación política nunca llegó y a los ministros nuevos que nombró, la renovación eso sí, resultaron aún peores que lo que el país había tenido que vivir en gobiernos del mal llamado establecimiento. Entrar en los detalles de los contratos con familiares, ilegales por cierto, o de corrupción para solo hablar de unos temas no vale la pena. Lo cierto es que esa ansia de renovación se desinfló como se ha desinflado su electorado. La imagen de Petro pasó del 62 por ciento a favor hace un año al 33 por ciento hoy. La caída más rápida en popularidad de un Presidente en su primer año en América Latina en las pasadas tres décadas.

Quizás lo más grave de este primer año tiene que ver con el tema de seguridad. Ya se comienza a ver la subida del secuestro y la extorsión, la criminalidad urbana adquiere una visibilidad aún mayor y la producción de droga, la gran financiación de la criminalidad organizada en Colombia, aumenta de manera desenfrenada. Es más, en un retroceso de 33 años cuando el narcotraficante Pablo Escobar pagaba por el asesinato de cada policía, volvimos a esas prácticas cuando sicarios de las Farc asesinaron a una patrullera de la policía pues su jefe, alias Iván Mordisco, estaba pagando por la cabeza de cada policía asesinado.

Finalmente en un proceso de paz con todas las organizaciones criminales llamada paz total, el presidente les otorga beneficios a criminales individuales y a organizaciones sin contraprestación alguna. Dos ejemplos. El jefe paramilitar Salvatore Mancuso ahora es gestor de paz, aunque aún permanece en una cárcel en Estados Unidos, y al ELN se le regala un cese de hostilidades bilateral sin concentración y en el cual ellos dicen que seguirán secuestrando, extorsionando y traficando. Solo no atacan a los militares. Como si esto no fuera poco su plan de seguridad incluye pagarle 250 dólares a 100 mil criminales para que no asesinen. Es decir el mensaje del presidente es claro: el crimen paga. Un conocido analista político que compartió toldas con Petro en el M19, Carlos Alonso Lucio, dice que esta es la “milicianización de la política” lo que sí sería muy grave.

Es obvio que la economía se ha frenado y la confianza del consumidor y el inversionista están por el suelo. Nuevas inversiones no se van a ver y seguramente, a pesar de que las noticias económicas hasta ahora no son malas, con excepción de la inflación que no ha bajado como en otros países y sigue por encima del 10%, se viene un deterioro del crecimiento económico.

La lucha de estos tres largos años que quedan va a ser para impedir la destrucción de la institucionalización. El orden público se arregla, ya lo hicimos entre el 2002 y el 2010, y la confianza económica se recupera. Recuperar las instituciones es mucho más complejo y demora más tiempo. Por eso esta pelea, que es de los ciudadanos, debe ser por la preservación de la independencia de poderes en especial la rama judicial y la visibilización y responsabilidad ante sus electores de aquellos congresistas que se dejen comprar para aprobar reformas que Colombia rechaza.

Colombia cambió con la elección de Petro pero la izquierda democrática de nuestro país merecía algo mejor. Muchísimo mejor.

Artículo publicado en La Silla Rota


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