Al parecer, salga sapo, salga rana, la oposición venezolana va a tener durante un tiempo un dilema de difícil resolución: luchar sin concesiones contra una de las dictaduras más feroces y totalitarias que por estos predios han sido y, de otra parte, no bloquear las posibilidades económicas, por pequeñas que sean, que un gobierno desesperado ha abierto para que la iniciativa privada, que había masacrado, pueda actuar. Yo diría que el falso y corrupto socialismo que intentaron casi por dos decenios se ha convertido en un liberalismo mafioso a lo Putin.

Y bien se podría deshacer la contradicción simplemente asumiendo una de las opciones. Se olvida uno de los decenios de humillación y destrucción de los gobernantes, y su estilo irreversiblemente despótico, y se entra en sus huestes con la mayor alegría y avidez económica. Es el llamado  alacranismo, la traición política y no pocas veces a la corrupción descarada. (Descartamos por esta vez los empresarios ávidos y faltos de principios, que harán lo que siempre hacen, buenos negocios, y que ya pululan en Miraflores).  O, por el contrario, negarse a cualquier concesión a los sátrapas y mantenerse en una posición irreductible, cuya instrumentación y efectividad aún no se ha visto mínimamente -pero quién quita- y cuyo ejemplo estaría con todas sus letras en un reciente manifiesto que encabezan Antonio Ledezma y María Corina Machado y sus huestes.

Ningún dilema moral o estratégico para saltadores de talanqueras y fieros y hasta ahora inmóviles radicales. El rollo es para los partidos e individualidades que quieren jugar en los dos  tableros y que grosso modo, son algunos de los muy averiados s partidos políticos tradicionales, de la otrora MUD,  de los cuales parece haberse olvidado el país, y unos nuevos tan pero tan  minúsculos que ya  el nombre  es casi desconocido pero que el gobierno maneja como la otra oposición, para dividir y ahora en concreto reformatear, ¡vaya!,  el diálogo de los noruegos, gente seria y sobre todo muy paciente y silenciosa.

Hay gente decente que está en esta encrucijada.  Por ejemplo, frente a las sanciones gringas, punto capital del dilema. Pedir que las quiten, sin nada visible a cambio, sin duda es un regalo para el gobierno y a su vez, no hay que negarlo, una posibilidad de aliviar en algo los pesares económicos y que supone a futuro una oposición muy poco fiera. Usted se tortura éticamente y hace cálculos políticos. Y, por fin decide, ¡quítenlas! Por ahí lo insultan en las redes y el gobierno destaca en sus medios sus forzadas palabras.  Así es la política; el otro día lo saludó con mucha gentileza el diputado oficialista que hasta ahora lo miraba mudo y con cara de perro.  Hay otros indecisos y que todavía no quieren pelear con Guaidó y, sobre todo, con Biden. Pero algo tendrán que hacer. Y, por último, los que han decidido seguir el dilatado juego de “Maduro vete Ya” o al menos pronto en unas elecciones prístinas. Posición que parece ya un poco larga,  Guaidó como cabeza visible, pero sigue, así el viejo Joe los haya asustado con lo del corte del petróleo ruso que sustituiríamos en una medida pequeña pero prometedora.

El que esto escribe no es partidario de esas situaciones extremas como política opositora. Y quisiera acotar que toda decisión de importancia, y ésta lo es y mucho, si bien son ineludibles, tienen su tempo. Y veo que aquí el gobierno no pone sus ofertas polìticas de retribuciones sobre la mesa. Ni la actitud del apoyo internacional es clara. Y el diálogo no se ha cerrado, ni siquiera, reformateado. Ni la oposición, por último, ha terminado por dividirse o unificarse por ensayar una respuesta común, si esto último fuese imaginable.  De manera que no hay que correr demasiado, uno se cansa y puede irse de bruces, apoyando o negando en solitario o en grupúsculos la decisiva encrucijada. Tratemos de ver las jugadas de los otros.


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