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¿Y para qué apareciste en mi vida?

Para entrañar sobre mi todo el ludibrio que brota de tus sentimientos y que en cada narrativa tuya se ha convertido en palimpsesto de tu falsa conciencia.

¿Y para qué apareciste en mi vida?

Para hablarme de cuál epopeya si toda esa historia la has envuelto en nigromancia, que se funde con tus acompañantes de vida y que hasta invocas como un espacio religioso.

¿Y para qué apareciste en mi vida?

¿O es que acaso pretendes convertir tu verdad en el aforismo de lo que fue nuestro fugaz encuentro? Menguada tarde aquella en la cual unos abrazos y besos solo fueron la magnitud tergiversada de una eudaimonia que solo se convirtió en hesitación, y aquiescencia del retorno de aquellos pensamientos sumergidos en el averno de las decepciones.

¿Y para qué apareciste en mi vida?

Para venir a darme uno de tus mendrugos pensando que era aquel protagonista que Vallejos mencionó en La rueda del hambriento y donde ahora mis manos frías, y mi cabeza adolorida, solo se unen en el infausto episodio de tu partida, cuando se conjugan la pluma y el pensamiento.

¿Y para qué apareciste en mi vida?

Para terminar llevándome a tu gleba, después de que me entregaste la ubérrima sima del tesoro escondido de tu oxigonio, y las cimas de tus inexploradas diademas, que nuestros cuerpos sedientos estamparon sobre nuestras pieles profusas. ¿Para eso apareciste en mi vida? Para después borrar con la palabra lo sinódico de aquella historia.

¿Y para qué apareciste en mi vida?

Aquí estoy otra vez, cogitabundo. Tratando de entender el por qué siempre termino en la lerna, por qué mi destino tiene que estar en las sinsoras de un ser en atonía. No hay respuesta. Y no hay respuesta porque cuando las contradicciones destiñen esos sentimientos, es como si el lunfardismo se apoderara de las palabras que debieron ser de prosa y cerúleos.

¿Y para qué apareciste en mi vida?

Para llevarte los pétalos y los frutos de las rosas y el argán, mientras me dejas tallado por el dolor de las espinas que has conjugado con máxima imprecación sobre mi alma.

¿Y para qué apareciste en mi vida?

O es que en el laberinto de la existencia te adueñaste de las llaves de las cerraduras de las puertas que divisan hacia el horizonte, y como viento fugaz te marchaste, solo dejando el polvo y el sol inclemente para terminar de manchar mis ojos de tristeza.

¿Y para qué apareciste en mi vida?

Si jamás quisiste dejar florecer el jardín que ambos decidimos sembrar, porque en una mañana decidiste abandonar el huerto que juraste embellecer con tus manos, y que todo lo dispersaste en una incongruente historia, inconcisa e inconclusa.

¿Y para qué apareciste en mi vida?

Si es que hasta las naranjas de los arbustos se secaron, cuando no volvieron a cobijarte con su sombra, porque eras tú quien cada mañana con voz melodiosa y risueña, y con tu sonrisa, la que disfrutaba de aquellos frutos, mientras ellos con sus ramas extendían sus hojas sobre ti, para que la dulzura jamás se apartara de tu ser.

¿Y para qué apareciste en mi vida?

Inexplicablemente no lo sé. Solo internaré que otro capítulo de aposiopesis más extensa, ha vuelto en su sentimiento fortuito que una vez también atizó y resquebrajó mi vida con el decurso, que también fue testigo de todas esas líneas plasmadas en los tiempos de una cárcel y una celda oscura.

¿Y para qué apareciste en mi vida?

Pues que los hilos del tiempo sean los que acaben por dibujar la salida de este laberinto que transformado en una permanente y convulsiva vesania, finalmente solo puede encontrar la esquiva ataraxia.

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@vivassantanaj_


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