Yo no sé si será pensado, pero Henrique Capriles dejó al país en una incógnita bastante incómoda. En sus últimas declaraciones, sin duda prudentes, dijo que votaría si mejoraban las condiciones, espantosas decimos nosotros, de las elecciones del 6 de diciembre. Que no se sabe a ciencia cierta cuáles y cuántas son. Estas cosas es más deseable tenerlas claras, como los posibles de cualquier decisión de alguna monta. Razón tiene Guaidó en pedirle a Europa que aclare cuáles son las taras electorales que le impiden reconocer la próxima elección y que suelen aludir para no legitimarlas y mucho menos observarlas y acompañarlas. 

En el caso de Capriles parece que hay dos peticiones básicas, al menos reiteradas, que condicionarían que el dubitativo líder metiese su papelito en la urna electoral: que se posterguen las elecciones y que Europa venga de observador. Una cosa va con la otra evidentemente. Europa no viene, ni nadie medianamente serio, en primer lugar, porque simplemente no hay tiempo para hacerlo con una mínima higiene, además de las otras razones por las que indaga Guaidó y que son muchas y muy oscuras. Por su lado Maduro ha insistido en que de todas todas las elecciones van. Lo ha repetido con la mayor intensidad emocional y la última vez llegó a decir, con más serenidad, que ir a votar equivalía a ir al mercado o a la farmacia, cosa que suelen hacer hasta los más prudentes o vulnerables. Y el CNE dice haberse asesorado con científicos, científicos repito (para los que asimilan a la institución solo con mafias) que le han dado fórmulas protocolares para evitar una orgía viral cuantiosa. Tal como predijo el muy oído doctor Julio Castro. 

Ya se sabe que es la causa más resaltada por Capriles para la postergación, por razones tan humanitarias como las que lo llevó a impedir aquella marcha que hubiese terminado en ríos de sangre, cuyo objeto era apoyarlo por el fraude con que lo había atropellado ¡Nicolás Maduro! ¡Vaya mundo raro, el ahora interlocutor electoral!  

Total que si uno mezcla una cosa y la otra va a haber elecciones, la Unión Europea se queda en casa y Capriles no vota. Aunque queda una que otra frase suelta por ahí que parece insinuar la posibilidad de que se produzca algún cambio en la posición gubernamental, sin que se tenga idea de qué. Hoy es jueves 17. 

Por cierto, que es bueno recordar que esta semana, por aquello del regalo madurista de los 110 presos políticos liberados, que en realidad eran 50, el comunicado del noble Foro Penal en que gritan que hay 350 detenidos que aspiran también a la libertad. Y, sobre todo, el informe del comité de investigación sobre derechos humanos de la ONU, que acaba de desglosar todos los criminales hábitos de la dictadura y acusa al alto gobierno y a sus generales de crímenes de lesa humanidad. Lo cual es tremendamente importante, inédito. Y, agreguemos al caldo morado, que se anuncia la pronta extradición del benemérito Alex Saab que promete tempestad. Digo esto porque el dialogante gubernamental no parece muy digerible, sin muchas distancias y tapabocas, en otra mesa que no sea la mesita. 

Todos estamos de acuerdo en que la oposición anda muy descoyuntada y ayuna de objetivos claros y realistas. Además de padecer, por supuesto, la tragedia nacional que cada día, cada hora, se hace más inhumana y cruel. Incluso hay la proximidad de inevitables decisiones de mucha monta, como la permanencia o no de la asamblea actual en enero y por las mismas razones del presidente interino. No es nada fácil, hasta lógicamente. Si dejamos el statu quo creamos un enredo bastante enredado, probablemente violento. Y si lo deshacemos, terminamos aceptando la legitimidad de las elecciones y su convocante, que ya hemos negado. Y no olvidemos que hay cincuenta y tantos países amarrados a esa nave, con el mismo dilema; claro, atemperado, no es el suyo.  

Pero por ahí dicen que hubo una reunión muy sana de Primero Justicia en la que no solo no botaron a Capriles sino que este se reconoció como militante y se subrayó lo que los une, la solución pacífica y electoral, no lo que los separa, el cómo y el cuándo. No suena mal. 

Así como que había que reparar, cuidado con el masoquismo, en el inacabable deterioro del gobierno, ahora multiplicado por la pandemia. Verbigracia, la gasolina que es como la circulación sanguínea del país. Sumado y restado todo lo cual uno podría apostar por cierta dureza, es decir, por plantársele al fraude y a la miseria y al despotismo creciente. 


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