«pero ningún muchacho tuvo jamás esa boca, esos pechos, esos ojos que parecían recién pescados en el fondo del mar» *

(VIRGINIA WOOLF)

 Siglo XXI, d.202o (después del año de la pandemia conocida como COVID-19), los supervivientes vivimos conectados a un dispositivo electrónico del tamaño de un paquete de tabaco. De vez en cuando, ignoramos el avisador automático de luz y sonido y nos quedamos solos. Esto sucede únicamente por dos razones: o bien el aparato se ha quedado sin energía (hay que cargar la batería) o no hace falta abonar dinero a la cuenta de Internet para seguir conectados. Entonces cabe la posibilidad de que el usuario sometido satisfaga la necesidad de estar a solas consigo mismo, piense y vea más allá de la frontera de cristal (ojo al guiño al texto de Carlos Fuentes).

En estos tiempos oscuros, todavía con la duda de la forma plana u ovalada de la Tierra, somos los espectadores de multitud de películas cortas en canales universales de acceso inmediato. En fin, que todos conocemos los virales (también existen videos propagados como virus) de la niña haciendo su tarea en una mesa de casa con un revoltijo de garabatos y papeles. Todos hemos visto al pollito pasando por encima de las hojas y dejando un rastro de restos de comida mientras la cría le suelta «ay, pollito, la que has lia(d)o«. La frase «ay, pollito, la que has liao» se repite como un mantra a lo largo y ancho de este mundo en la cabeza de hombres y mujeres mayormente controlados por un chip. El porcentaje de hombres y mujeres fuera de vigilancia cada vez es menor. Pocos son los sujetos no vacunados sin el chip este que nos escuece de vez en cuando y dicta a los que llevamos inoculado el chip astrazeneco consignas secretas que deben ser recitadas y difundidas (como yo ahora mismo en esta columna de El Nacional, por ejemplo).

Por ello, cuando leo la noticia de un nadador de alto nivel ―ahora nadadora-, que compite con deportistas femeninas en piscinas olímpicas, tendría que darme miedo opinar sobre el asunto, ya que estoy teóricamente vigilado. Sin embargo, parece que el chip no me impide teclear en el ordenador (computador) lo que me viene en gana. El joven nadador William Thomas ha competido como tal, como hombre varón masculino en pruebas de natación en Estados Unidos hasta el año 2019. Según cuenta Robert Álvarez en el diario El País, el joven americano no se sentía bien del todo dentro de un cuerpo de hombre ya que se veía a sí mismo como mujer («La nadadora transexual Lia Thomas y su dominio en la piscina abren una gran polémica en EE UU’; Robert Álvarez, El País, 28.12.2021). Esto no es una broma. Entiendo que esto sucede, creo que el sentimiento de William es verdadero. Y no es el único que se siente así.

Claro, que al cambiar de sexo para competir como mujer con otras mujeres podría suponer una desventaja para ellas.

A lo largo del artículo, Robert Álvarez expone (TRH) al que se prestó William para convertirse en Lia y compensar la superioridad física masculina en la competición. En fin, que esta no es una cuestión sencilla. No puedo evitar oír en mi cabeza «ay, pollito la que has liao» al pasar de William a Lia.

Pero, es que vuelvo a leer el artículo de referencia y la fecha de publicación** me deja tembloroso y conmocionado.


*página 29. Traducción de Jorge Luis Borges.-WOOLF, Virginia. Orlando. Pocket Edhasa, Barcelona (1983).

**fecha de artículo de Robert Álvarez: 28.12.2021 Día de los Santos Inocentes (en España existe la sana costumbre de hacer bromas o contar mentiras inocentes ese día).

 


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