La cuarta temporada de Westworld se distancia del enigma puro de sus anteriores entregas y tiene el argumento más conciso hasta la fecha. Pero también, cambia el enigma por una idea más inquietante y dolorosa. ¿Cuánto puede sostenerse en precario equilibrio un mundo lleno de grietas? La serie de Lisa Joy y Jonathan Nolan, regresa en mejor forma que nunca. Abandonadas las blanduras de guion de su tercera y cuestionable temporada, los nuevos capítulos alcanzan un nuevo nivel de brillante inteligencia.

 ¿Quién eres? es una de las frases que más se repite en los primeros capítulos de la temporada cuatro de Westworld. Varios de sus personajes principales la pronuncian en un paisaje brillante, elegante y pulcro. Pero a la vez, en medio de una tensión y un enfrentamiento en puertas, palpable desde las primeras escenas. La serie de Jonathan Nolan y Lisa Joy dejó atrás sus medias verdades y juego de líneas temporales — al menos, de momento — para enfrentar su disyuntiva central.

¿Qué ocurre con la Inteligencia Artificial una vez que se libera de todo control? Esta vez, la serie atraviesa sus mejores paisajes, preguntas y cuestionamientos desde una mirada inteligente y bien planteada sobre el libre albedrío. Pero decide hacer algo más: explorar sus múltiples y complejas posibilidades en un nuevo recorrido menos abstracto y más profundo que cualquier otra ocasión.

La premisa, esta vez, no se trata de la disyuntiva de la Inteligencia Artificial que contempla el misterio de su existencia. Tampoco, los primeros indicios de un control violento sobre la mente y la voluntad humana. Más interesada la naturaleza de un mundo en que los robots se confunden entre la multitud, la serie ahora se cuestiona sobre el poder. Más inquietante aún, en un mundo que sobrevivió al control total, que logró abandonar las líneas que sujetaban su destino.

Siete años han transcurrido desde que Dolores (Evan Rachel Wood) destruyó el centro motor de un control fascista de la información. Maeve (Thandie Newton) sobrevivió y se oculta en las sombras, lo mismo que Caleb (Aaron Paul), ahora padre y esposo. En medio de lo que parece una tranquila visión de un mundo que se repone de sus heridas, ahora también William (Ed Harris) tiene un lugar.

Uno que le condena a la oscuridad de un plan maestro cuyas líneas inmediatas se muestran de inmediato. Pero cuyo motivo no es obvio ni mucho menos predecible. De nuevo, la gran pregunta acerca los motivos a los que responde el personaje, la serie lo convierte en pieza macabra de una jugada maestra. Pero ¿cuál es el origen de su propósito? ¿Una venganza largamente acariciada? ¿Un plan maestro de dominio total?

Westworld no lo precisa, pero sí avanza con cuidado hasta lugares nuevos en la psiquis de William. De pie, mientras ve morir a un hombre que se corta la garganta o mientras contempla un asesinato a sangre fría. Lo siniestro en Westworld es más sofisticado y preciso que nunca. Un reloj cuyas manecillas avanza a través de paisajes sofisticados, habitaciones lujosas y pacíficos campos de golf. William esta vez, sabe qué necesita, cómo conseguirlo y en especial, como crear las condiciones para poseerlo. “El poder es un atributo, es un deseo. Es el centro del mundo”, dice. La sonrisa tensa, el rostro sin expresión.

En la temporada cuatro de Westworld, el miedo tiene filamentos inesperados 

William, esta vez, emerge como el mal en estado puro. Pero todavía no se revela su origen o su verdadera naturaleza. Mientras la serie insinúa desde sus primeras escenas que robots y seres humanos se mezclan en una inquietante convivencia secreta, William sigue siendo un enigma. Lo es, en tanto el hecho de la conexión entre sus acciones y lo oculta se hace más peligroso. Al mando de un proceso de ¿duplicación?, ¿sustitución?, de figuras claves en una sociedad inocente, es más que nunca un agente de cambio. Uno lóbrego, sin oposición, temor, inquietud o preocupación. Uno que se enlaza con la idea perenne de si William es —o no— producto de Westworld como hecho cultural.

¿En algún momento quedó revelado sin lugar a dudas y sin preguntas si William es un robot o no? La cuestión surge en medio de la temporada cuatro de Westworld como un espectro. También, la consecuente idea de que el mal — esta vez no tecnológico o informático — toma diversos rostros. Hay algo inquietante en la figura vestida de negro, que recuerda otra vez la primera temporada. Al hombre escindido y lastimado que acudía Westworld para arrasar con sus tormentos. Pero William, ahora, es algo más. Es temor, es un violento vórtice de preguntas. Todas ellas sin respuestas.

Al contrario, Dolores vive una en medio de una duplicidad que el argumento dibuja con pequeños fragmentos de información desperdigados. El primer capítulo muestra que el ciclo en su vida se repite. Que bajo el nombre de Cristina, vive una existencia apacible, calculada mientras imagina la vida de otros, mientras enlaza el hoy y el ayer con cuidado. Pero Dolores/Cristina está en el centro mismo de algo más violento, más inquietante y tenso. Una y otra vez, el peligro parece acecharla. El reconocimiento de otra vida — ¿personalidad ?— que subsiste bajo su pulida apariencia. Dolores es de un nuevo un títere de algún poder desconocido. ¿O no lo es tanto? La serie se toma el tiempo durante su primer capítulo de cuestionar

La temporada cuatro de Westworld, las sombras de un plan maquiavélico se enlazan con el terror 

Westworld ya no juega con sus líneas temporales. Tampoco —no demasiado— con las intenciones de sus personajes. De nuevo, las preguntas de la identidad de sus rostros más conocidos son el centro de la historia. Y eso permite a la serie un equilibrio intuitivo y bien construido acerca de los temores culturales colectivos. La serie, que durante todo su singular tránsito por la televisión, no prodigó sus secretos con facilidad, regresa con un guion elegante y eficaz.

¿Quién soy? fue una de las frases más frecuentes durante la primera temporada de la serie Westworld en 2016. Un cuestionamiento inconcluso que sostuvo los hilos de todo el argumento hasta el último plano. También ordenó las piezas para el advenimiento de la rebelión de la vida artificial. El enclave insular del parque temático más sofisticado de la televisión, se convirtió en el núcleo de una conjura enrevesada y complicada. No solo se trataba de un cuestionamiento sobre la identidad, el temor y la percepción del individuo con toda su carga filosófica. También, la manera en que Westworld jugó con los roles y cánones tradicionales de la ciencia ficción.

Para su cuarta temporada, Westworld regresa a la misma pregunta. A la misma mirada preocupada e inquieta sobre la naturaleza de sus personajes. Pero con mejor ritmo, tono y un discurso más tenebroso, la serie encuentra su mejor momento. Uno tan poderoso que muy pronto, se convierte en un tránsito hacia algo más siniestro a punto de estallar. Si en la temporada tres una máquina salvó a los seres humanos de una máquina, en la cuatro un hombre parece a punto de entregar al mundo al caos. ¿Cumplirá su ciclo brillante la serie? Desde una primera temporada formidable, a dos cuestionables a una cuarta que se anuncia apasionante, Westworld es de nuevo una pregunta. ¿Quién soy?, dice Cristina/Dolores. Un cuestionamiento que replica una y otra vez cada capítulo de la temporada.


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