A ver: ¿De qué diantres estamos hablando?

Déjeme poner algunos asuntos en orden y les explico.

Entre los meses de septiembre, octubre y noviembre han coincidido en mi agenda un sinnúmero de actividades, charlas, congresos, clases, elaboración de evaluaciones y ensayos, audiencias judiciales, escritos de descargos en procedimientos sancionatorios, pruebas en un juicio contra una aseguradora, y una reforma y ampliación de una demanda por fraude civil cometido por un grupo financiero y sus accionistas, causas judiciales de quiebra en el exterior, reuniones como miembro del Consejo Educativo del preescolar de mi hijo de cinco años, y que decir que hasta hice del rey mago Melchor en el pesebre viviente, ha sido en realidad una locura, dejemos el tema de exámenes médicos para otro momento.

Como no es difícil de imaginar, son también un sinnúmero los temas que se desarrollan en esos encuentros, muchos de los que han sido los principales y de mayor interés se encuentran los del incomprendido Blockchain, criptoactivos en general y Bitcoin en particular, que decir del metaverso y los malpuestos NFT, la facturación electrónica  y el expediente digital, los contratos inteligentes y como si no fuera suficiente ahora nos cae todo esto de la Inteligencia Artificial.

Todo ocurre de manera tan vertiginosa que incluso en la evolución de la internet en la que se nos dice que hemos pasado de la Web1, a la Web2 y luego a la Web3, que aún no terminamos de entender  qué es, resulta que hemos pasado a la Web5, como quien dice en el juego de Monopolio, sin pasar por GO. El hecho es que estaríamos en la Web5, sin que haya existido jamás una Web4 y que tal vez jamás la habrá, y como van las cosas, tal vez pasemos directo a la Web 25 y más allá de manera exponencial.

Ya acercándonos al tema que sí es el de mi preparación académica base como lo es el Derecho, y me gustaría más decir, del pensamiento jurídico, se que seguramente usted ha escuchado decir, incluso tal vez usted haya también mencionado, que la tecnología sobrepasa por mucho al Derecho que ha quedado atrás, y que apenas se regula determinada tecnología o fenómeno relacionado, al momento que se va aplicar la norma, ya tecnología a cuya regulación se pretende ya está obsoleta. ¿No es así? Pues bueno, no es del todo así, pensemos un poco.

En la cultura jurídica, entendiendo ésta como el sistema de creencias comunes de determinada sociedad y en un determinado momento histórico sobre lo que se considera Derecho, quienes son sus hacedores, como se aplica y se enseña, lo que nos invita a pensar en el imaginario común de lo que entendemos por ley, por reglamento, por decreto, resolución, sentencia, un legislador, un juez, un abogado, un funcionario policial, un fiscal, pero también como entendemos lo que es un profesor y un estudiante de derecho, resultando la calidad general de esa cultura jurídica un muy acertado reflejo del grado de civilidad, que más bien civismo, posee  esa sociedad.

Por siglos, han sido innumerables los intentos y aproximaciones desde las más diversas perspectivas y visiones que han intentado responder una pregunta que si bien muy breve, pero que sin embargo nada sencilla pueden ser sus respuestas. ¿Qué es el Derecho? muchos han intentado responderlo, probablemente jamás tengamos una inequívoca y pacífica respuesta definitiva, por tal razón es que no nos resulta extraño escuchar de diversas aproximaciones, teorías y hasta de escuelas de pensamiento jurídico de la más variada índole, entre iusanaturalistas y positivas, así como no iuspositivistas no positivistas y viceversa, y partir de allí, muchas de las interesantes propuestas de las escuelas como la sociológica, la historicista, la realista y hasta la de derecho libre.

Ya estarás pensando ¿Qué tiene que ver todo esto con la Web5? ¿Cómo es eso que surge sin que exista una Web4, sino  una suerte de suma entre Web2 y Web3?

Se quiera o no, lo comprendamos o no, existe una realidad digital que va más allá de la simple representación electrónica o digital del mundo exterior, en que las interacciones ocurren al margen de lo físico, lo mundano, lo estatal, realidades que no se rigen bajo los mismos estándares en se que rige la convivencia en el mundo exterior, en la que la ley, la legislación, junto con el dinero, son los principales productos políticos de los Estados.

Resultado de lo anterior, y tampoco es necesario mucho esfuerzo para inferirlo, es que la gran mayoría de las acciones ciudadanas son percibidas en base a una fórmula binaria entre «legalidad» e «ilegalidad», cuando en la realidad, en la actualidad, se están generando situaciones que se identifican mucho más con la noción de «alegalidad», entendiendo estas las que ocurren ajenas a su regulación mediante la legislación como ese producto político de los Estados que es la legislación, sino más bien mediante otros sistemas normativos mucho más efectivos, económicos y transparentes, y aquí es donde entra esa interesante afirmación de que «El código es Derecho» (Code is Law), lo que viene a complicar más la pregunta de qué es el Derecho.

Hasta no hace mucho siquiera se escuchaba y eran absolutamente desconocidos fenómenos como Blockchain, la Web3 que muta a Web5 sin pasar por GO, metaverso, NFT, y criptomonedas, y que decir de conceptos como los de sociedades algorítmicas y gobernanza policéntrica, o democracia 3.0,  los que con su sola mención resulta suficiente para repensar varias veces y estudiar mucho antes de emitir cualquier opinión sobre esos temas, más si es desde la óptica jurídica, aunque siempre habrá algún temerario, ¿y quién no lo ha sido alguna vez?

Así como con diversos acontecimientos de la historia y entre los que se la revolución industrial surgieron nuevas instituciones jurídicas y muchas anteriores fueron repensadas, no nos debe ser en modo alguno ajeno a nuestro pensamiento jurídico el intentar imaginar nuevas instituciones, o por lo menos una nueva dimensión de las ya existentes, para aquellos más temerosos a dar el salto de tratar de comprender lo sería una sociedad dígital post industrial. ¿Y ya que podemos darnos alguna licencia para ser creativos y disruptivos en estos fenómenos y realidades, por qué no serlo e imaginar que pudiera surgir una nueva escuela o corriente de pensamiento jurídico en esta era digital? ¿Repensar las instituciones? ¿La participación ciudadana?

A horas de iniciar el 2024, y como generalmente ocurre con cada año, reflexionamos sobre las vivencias, logros y aprendizaje del año que se acaba, así como nos paseamos y hacemos proyecciones para el nuevo ciclo que ha de iniciarse y en lo personal tengo la impresión de que será bastante movido, no solo porque será un año electoral en muchos países, sino porque tengo la seguridad de que a diferencia de otros tiempos en los que los efectos de determinados acontecimientos se mantenían en espacios delimitados, hoy esos límites son inexistentes con la digitalización de las relaciones humanas, lo que nos invita y obliga a abocarnos a estudiar y comprender estos fenómenos, los cuales desde este momento deseo extender esa invitación a abordar de manera crítica ese estudio y aproximación, que debe tener como finalidad la libertad.

Termina este año y no me queda más que desear el mayor de los éxitos y encontrarnos el 2024 con libertad, energía y buena actitud.


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