Con una cartelera en la cual los superhéroes han crecido como una plaga, asegurando el dominio de los efectos especiales sobre la inteligencia, acaso no debería extrañar que el centro de gravedad de la atención del espectador maduro se desplace a la pantalla chica, ya no tan chica. El auge de las miniseries ha permitido una liberalización de códigos narrativos que, en el cine, más allá de transgresiones varias, funcionaban como un corsé en el cine comercial. En las series las condicionantes son otras porque, para comenzar, existe mucho, muchísimo más tiempo para desarrollar a la vez anécdota y caracteres.

Un caso interesante para el cine es Watergate, que luce insumergible a sus cincuenta años de costarle la presidencia a Richard Nixon. Los hechos escuetos son los siguientes. Nixon unía a su brillantez geopolítica una paranoia de cuidado que lo llevó a montar redes de espionaje con las cuales contener las filtraciones de sus colaboradores. Para desactivarlas se creó una unidad llamada chistosamente “los plomeros”, en la jerga de la Casa Blanca de la época. Toda estructura paralegal tiende por su propia naturaleza a extralimitarse y estos buenos muchachos empezaron a intervenir teléfonos, robar documentos y fueron atrapados en el hoy célebre Hotel Watergate, cuando intentaban poner micrófonos en la sede del cuartel Demócrata. Una estupidez, porque todo el mundo sabía que la información sensitiva en un año electoral no pasa por el cuartel general sino por el comando de campaña. La cuestión es que la prensa con el Washington Post a la cabeza siguió la pista, con lo cual Nixon, que no tuvo mejor idea que grabarse a sí mismo en su despacho, eventualmente renunció. Ni Chacumbele lo hubiera hecho mejor. Pero se sabe, la inteligencia no protege de nada, ni siquiera de la estupidez, dicen por ahí.

Uno de los efectos colaterales se dio en el cine en al menos dos vertientes. La primera, algo general, es que el caso Watergate potenció una serie de películas que azuzaban la paranoia de los sesenta (paranoia, si se quiere, lógica con un presidente asesinado y un tendal de atentados y ejecuciones en una década particularmente violenta). Una de las mejores, La conversación de Coppola. La segunda vertiente fue la larga lista de películas que desde distintos ángulos crearon, recrearon y volvieron a revisar uno de los casos del siglo. El fuego lo abrió Todos los hombres del presidente, de Alan Pakula en 1976, que trazaba minuciosamente la pesquisa de Bob Woodward y Carl Bernstein los dos periodistas del Post que siguieron la pista inicial del caso. Una de las particularidades del asunto es que, siendo los inculpados gente instruida, la mayor parte de ellos contó su historia con pelos y señales. En 1979, una miniserie en cuatro partes, Ciega ambición, adaptaba el libro homónimo de John Dean, asesor legal del presidente y el primero en abrir la boca para salvarse. En 1995, Oliver Stone, en la cúspide de su carrera, logró una biografía deslumbrante con Nixon, cuyo centro era el celebérrimo escándalo. En 2008, Peter Morgan, el libretista de The Crown escribió  un filme notable llamado Frost/Nixon sobre la serie de entrevistas que David Frost le hizo y en las cuales logró, o creyó haber logrado, lo que muchos consideraban imposible, la sinceridad. A más de tres décadas el caso no se olvidaba. Había en todo el asunto un informante secreto que Woodward y Bernstein apodaron “Garganta profunda”. Nunca se supo su identidad hasta 2005 cuando, viejo y enfermo, Mark Felt salió del closet. Era en la época el número dos del FBI. En 2017, Liam Neeson le prestó su cara en Mark Felt, the man who brought down the White House. En 2022, le llegó el turno a las miniseries de la mano de Julia Roberts. La miniserie Gaslight era interesante porque ponía en primer plano a la única mujer en un drama esencialmente masculino. Era el caso de Martha Mitchell, alcohólica, extrovertida,  que desentonaba en una Casa Blanca pacata y conservadora. Era la esposa del exfiscal de la República y director de la campaña de Nixon, bajo cuyas narices el caso, sus extralimitaciones y derivaciones ilegales crecieron hasta estallar. Y ahora llega a HBO Los plomeros de la Casa Blanca, una serie en clave satírica que se basa en el libro escrito por Egil Krogh, nada menos que el jefe de los célebres plomeros. Habrá que verla. Luce más interesante que los superhéroes.


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