Walter Martínez, comentarista estelar del canal oficial en materia internacional, observó la paja en el hombro ajeno, pese a que antes no había advertido la viga en el ojo propio. Quizá hablar aquí de hombros ajenos no sea apropiado, porque el afamado analista se ha referido ahora a lo más parecido a una parte de su propia humanidad, a una manera uniforme y compacta de usar la lupa, a una forma compartida de otear la realidad que de pronto se siente distinta pese a que ha sido gemela en el pasado próximo. De allí la importancia de la vicisitud que ha comunicado al público.

Fiel a su misión de trabajar por la “revolución”, Walter Martínez invitó a uno de sus corifeos para que iluminara a los televidentes con comentarios salidos del seno del socialismo del siglo XXI, pero se llevó una sorpresa desagradable. Hablar aquí de sorpresas tampoco parece correcto, debido a que los caprichos de los mandones del chavismo no permite que salte la incómoda liebre aun en parcela propia, o en terreno comunicacional habitualmente dominado, pero en realidad sucedió algo inesperado.

Martínez quiso recoger las opiniones de un dirigente llamado Luis Reyes, vocero del partido ORA, uno de los fragmentos que forman el Polo Patriótico, pero se quedó con las ganas. Había invitado a un analista tragable para el régimen, a un individuo que seguramente cumpliría con su rol de vocero fiel de la usurpación, a un portavoz ajeno a las sorpresas, es decir, a alguien que no desentonara con la orientación unilateral del espacio que maneja, pero lo impidieron las órdenes de arriba.

Según lo que escribió Martínez en un tuit de pajarito ofendido, en un mensaje de avecilla arrollada por las sorpresas, el ministro de Información, Jorge Rodríguez, se enteró de la presencia del invitado y llamó al presidente del canal oficial para que impidiera la realización del espacio, y para que despachara sin mayores trámites a un convidado que no era de sus simpatías. El burócrata obedeció sin chistar, sin formular preguntas inoportunas, tal vez acostumbrado a ese tipo de disposiciones y también a su propia sumisión. Y así lo comunicó a la estrella del programa, quizá pensando que solo actuaba de acuerdo con los hábitos comunicacionales de una dictadura y que no sorprendería a quien ha vivido en su cauce como pez en el agua. No fue así, como se sabe, debido a que Martínez divulgó su queja en las redes sociales.

Falta saber los motivos reales del comentarista, las razones de la posibilidad de ver lo que antes le era vedado, las causas que trajeron luz y precisión a una miopía consuetudinaria, porque no dejamos de estar ante un espectáculo desusado que sugiere otras alternativas de entendimiento. Que alguien de la casa muestre trapos sucios que deben ser de antigua data y con los cuales seguramente topó en sus rutinas semanales desde hace casi dos décadas; y que se soliviante contra uno de los mandamases más caprichosos y omnímodos del régimen, aunque sea en un escuálido tuiteo, ofrece abundante tela para el remiendo y el corte.

 

 


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