Es urgente atender la industria agroalimentaria para reducir la dependencia de medios externos

El esquema de desarrollo escogido por la revolución nos ha llevado a una situación de vulnerabilidad económica extrema en momentos de turbulencias. El mundo en el que nos tocará desempeñarnos a raíz del covid y de la guerra resultante de la invasión de Ucrania por los rusos, aun en el supuesto de que ella termine dentro del corto plazo, obliga a un reacomodo que es preciso acometer de una vez por todas, ya que estos dos tsunamis nos han encontrado en situación de precariedad extrema.

Es lícito creer que el reposicionamiento del petróleo y el gas como elemento estratégico para todos en el orbe pudiera representar para nosotros, país de reservas significativas, una puerta de salida a la crisis económica que se enfrentará en todas partes. Pero estemos atentos al hecho de que por doquier las políticas que se están desempolvando son las del control, si no las políticas de eliminación de la dependencia de terceros y de la vulnerabilidad.

Y es que nuestro país es vulnerable precisamente por ser un país petrolero. La producción ha descendido hasta niveles inimaginables hace unos años por deficiencias de gerencia y de visión gubernamental y, lo que es peor, se ha descolgado el potencial de producción. Ello no se remedia de manera instantánea, aunque nuestros expertos vean el horizonte prometedor, como de hecho pudiera serlo, por el déficit de suministro que hay en los mercados. “Chevron requiere 20 meses para triplicar la producción en Venezuela con ampliación de licencia de operación” se leía en días pasados en Petroguía. Hablamos apenas de elevar la producción de 80.000 a 230.000 barriles diarios, en este caso.

Las inversiones para recuperar a la industria deberían hacerse de manera acelerada y para ello es imperativo que existan en el país las condiciones para atraer los capitales susceptibles de insertarse en ese terreno. Venezuela no cuenta con esos recursos. De hecho lo que ocurre es exactamente lo contrario, ni la legislación nacional favorece la inversión ni las condiciones de deterioro de la economía nacional tampoco. Un plan de recuperación en su conjunto supondría sumas ingentes y nuestro esfuerzo de adecuación a los requerimientos de los inversionistas sería inconmensurable. Decía hace pocos días Juan Szabo, uno de nuestros mejores expertos petroleros, que “ninguna de estas empresas estaría dispuesta a invertir bajo la Ley Antibloqueo”.

Pero es que nuestro peor error sería en esta hora dedicarnos con exclusividad a revivir las buenas horas de la Venezuela petrolera sin corregir la más grave de nuestras falencias, que es no crear y sostener una infraestructura industrial y agroindustrial que reduzca nuestra dependencia del mundo externo en cuanto a lo que es esencial para la población y nos defienda de los vaivenes de los mercados y de situaciones contingentes como las dos crisis mundiales que estamos atravesando. En dos platos, hablamos de diversificar la economía. Colombia ha conseguido hacerlo y allí tenemos un ejemplo fehaciente de cómo diseñar estrategias para abrirse al mundo sin vulnerar al país con una perniciosa dependencia en lo agrícola, lo alimentario y en las producciones de bienes de consumo primario.

Estamos frente a una encrucijada vital para el país. Fuera de nuestras fronteras la eliminación de las dependencias se ha vuelto una política de Estado. Los países grandes de Europa están acusando este aprendizaje. Para los 27 miembros de la Unión Europea eliminar la dependencia de las importaciones de Rusia es una prioridad y ya se están diseñando estrategias para impedir que otro tanto ocurra dentro de los intercambios con China.

En definitiva, lo sensato no es pretender de nuevo convertirnos en lo que dejamos de ser, una referencia valida en el mundo de las energías fósiles y un jugador de primera línea, sin al mismo tiempo dedicar lo mejor de nuestro esfuerzo a promover, facilitar y conseguir el financiamiento para diversificar la economía nacional en terrenos distintos al petróleo o el gas.


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