Foto Alfredo Cedeño

Ahora que corren esto tiempos cuaresmales pienso en las cofradías que se manifestarán en la venidera Semana Mayor. Entre el 10 y 17 de abril de este año en numerosas ciudades alrededor del mundo se celebrará una gran diversidad de fiestas religiosas conmemorando la muerte de Jesús. La feligresía católica, en particular, ha sido tradicionalmente la más expresiva en sus manifestaciones. Tal vez, por aquello de la vanidad, se han agrupado para tratar de expresar mejor que sus prójimos la fe. Y así nacieron las cofradías.

Se sabe que en 1085 nació la “Antigua, Ilustre y Real Cofradía de la Santa Caridad de Toledo”, fundada por Alfonso VI durante el asedio y la toma de Toledo en dicho año. En 1106 se creó la “Cofradía del Santo de Santo Domingo de la Calzada”; en 1181 fue el turno para “Cofradía de Santo Toribio”. Y de allí en adelante, al apegarnos a lo revelado por los anales históricos, surgieron como la verdolaga por toda la península ibérica.

Citar a unas u otras es correr el riesgo de ofender a unos y otros, pero no puedo dejar de mencionar en Sevilla a La Hermandad de la Amargura, cuyo nombre completo es: “Pontificia, Real e Ilustre Hermandad Sacramental y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús del Silencio en el Desprecio de Herodes, María Santísima de la Amargura Coronada y San Juan Evangelista, y Santa Ángela de la Cruz”. Nada por añadir.

En tierras americanas, como era de esperar, y para despecho de los revisionistas de estos días, con la conquista española llegaron también las costumbres y tradiciones, es especial las religiosas. En todo el nuevo continente aparecieron numerosas agrupaciones de cofrades que por esos días santos hacían gala de su religiosidad. Muchas de esas organizaciones han pervivido, o han aparecido otras. En todo el país aún se pueden encontrar algunas de ellas. Hay dos que a mí, particularmente, me han fascinado, ambas en el estado Trujillo. Una es la “Hermandad de Penitentes de Semana Santa de Escuque”, y la otra es “La Hermandad los Penitentes de La Cejita”. Una y otra rezuman una particular devoción de sus integrantes, quienes se preocupan por dar vistosidad a sus atuendos.

Sin embargo, a la par de estas congregaciones han surgido, en especial de medio siglo para acá, unas hermandades, poco santas y muy mundanas ellas, que han nacido al amparo de las toldas políticas. Nadie me logra convencer de que las más nefastas de tales organizaciones aparecieron con el nuevo milenio. Y entre ellas se distingues dos. Una de color rojo rojito, en la que, bajo el cayado inicial del comandante eterno, se congregaron todos los “revolucionarios”, “progresistas” y demás bichos de similar pelaje. Esta cofradía se ha caracterizado por su inigualable capacidad de rebuznar sin son ni patrón. Al lado del héroe de Sabaneta, tenemos al cavernícola de Monagas –ese que ahora le ha dado por robarse las sedes de los periódicos–; también tenemos la representación femenina, indeclinablemente representada por la señora aquella de las cárceles y los privados de libertad. La lista de sus miembros ustedes la conocen tan bien como yo.

Pero, ¡ojo!, que no son las únicas, porque de este lado hay otra no menos frondosa y en la que han recalado una manada de vagos y muñidores de toda laya y ralea. Los hay conciliadores, negociadores, pacifistas, encargados, y paramos de contar. A esos usted también los conoce tanto como yo, y quién sabe si hasta mejor. Mientras tanto seguiremos con nuestra pasión y crucifixión nacional. Ellos siguen en su carnaval.

© Alfredo Cedeño

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