Américo De Grazia: Sería una lástima que Juan Guaidó no avance hacia otros escenarios-la
Américo De Grazia | EFE-Rodrigo Jiménez

No se trata del poema de Pérez Bonalde, se trata de la decisión de los llamados líderes de la oposición en el exilio de regresar al país.

No se trata de una vuelta del mismo carácter de aquella que marcó el regreso al país de Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Rafael Caldera y Gustavo Machado. Políticos curtidos en el arte de la política y con un proyecto de orden democrático

Los que ahora llegan, vienen imbuidos de un realismo político que le ha hecho decir, por ejemplo, solo para mencionar a uno, a Américo De Grazia, que es necesario proponer objetivos realizables y que aquello de “fin de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres” era más o menos pura paja, que la lucha ahora es por mejorar la calidad de vida del venezolano. Y agrega que él está aquí en el país por el partido y por Venezuela. Creo que lo dijo en ese orden.

El caso venezolano es muy particular, porque hemos vivido en democracia, conocemos sus libertades, sus logros durante cuarenta años y también, por qué no decirlo, sus defectos y sus vicios. Pero a la luz de los veinte años del chavismo gobernante, la balanza se inclina abiertamente a favor de los cuarenta años anteriores.

Se hace necesario (dado que las intervenciones militares extranjeras serian un remedio peor que la enfermedad y dado que una derrota militar del régimen es casi imposible) andar por el camino de la negociación y construir una narrativa que demuestre la necesidad de la negociación.

La cuestión es que esa negociación debería llegar a acuerdos que debería tener dos vertientes, una es un acuerdo en torno a normas y procedimientos de naturaleza democrática, no hay de otra y eso significa que todos los actores políticos, los significativos, y los que no lo son, pactarían por un modelo de libertades formales y, al mismo tiempo, sustantivas: libertad de expresión, libertad de organización, defensa de la soberanía, separación y autonomía de poderes, en fin cumplimiento de la Constitución, etc.

Son lo que pudiéramos llamar formalidades democráticas sustantivas, sin la cual no hay democracia, inclusive esa que eufemísticamente han llamado participativa y protagónica.

El otro aspecto de un acuerdo tiene que ver con principios de naturaleza institucional. Yo abogaría por un nuevo acuerdo que llamaríamos triangular neocorporativo, entre el Estado, los empresarios y los trabajadores. A los cuales se les sumarían los partidos políticos y los sectores medios. Hablo de corporativización de la política que “no tiene por qué ser un mal intrínseco que deba ser exorcizado, si se logra redefinir el papel de los partidos y de la burocracia estatal en el proceso de toma de decisiones”.

Mi opinión personal es que un acuerdo de este tipo superaría el llamado “pretorianismo de masas” que Chávez movió hasta su muerte con un tremendo éxito porque, a diferencia de las situaciones clásicas de este tipo de conducta y comportamiento político en las que no existe mediación orgánica, se erigió como mediador del inorgánico movimiento de masas en Venezuela que se produjo después de 1989.

Obviamente, no es fácil acordar con actores cuyas lógicas de acción son totalmente contrapuestas, es por ello que los países que están presentes en las negociaciones acompañando a los actores políticos venezolanos tienen que erigirse en un centro de poder que se haga cargo de la responsabilidad de organizar de verdad el espacio contractual.

¿Y los líderes que han llegado y que supongo que seguirán llegando han pensado acaso en nutrir un debate que vaya más allá de sus aspiraciones electorales, que en lugar de unir lo fragmentado contribuyen a profundizarlo? No. Los que han llegado piensan en una alcaldía por la alcaldía, en la gobernación por la gobernación, en el pequeño proyecto que desde hace mucho ha colmado sus sueños, pero se lo tenían callado, porque después de todo una alcaldía o una gobernación vale una fiesta.

 


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