misión

No es que uno tuviese alguna vez expectativas muy grandes sobre estas elecciones de noviembre. Si Maduro las había convocado es porque tenía garantizado resultados satisfactorios para la causa. La oposición blanda –que va desde alacranes hasta los “realistas” que filosofan que cuando hay que comer poco y pobre pues se come poco y pobre, sobre todo si es condición para que mañana, con más energía, podamos comer más y más fino. Y a tal punto la gente está tan pasmada que alguna verdad había en buscar que abriera un ojo, que diera algún signo de superar el prolongado coma.

Pero había un petitorio de la oposición más dura, único, decisorio realmente, que valía la pena y que, seguro, no estaba en los cálculos de Maduro, que no habrá oído nunca una clase universitaria, pero tiene unas garras envidiables: una elección presidencial adelantada, decente –como las que vocea Borrell y que el 21 podremos degustar– y que, para mí, y creo que para muchos otros, se llama revocatorio, flamantemente constitucional y en su momento debido. Asunto que podría hacer de estas elecciones además de la obtención de unas parcelas y parcelitas de poder y una necesaria gimnasia de nuestros ateridos sentimientos patrios el prólogo de una verdadera opción de cambio. Esto se iba dilucidar en México, con la protección beatífica de Noruega, y con el apoyo del presidente interino –que aceptaba alterar el orden de su mantra- y el presidente Biden seguido de otras decenas de socios. Ese cambalache -si fuese imaginable- bien valdría una misa.

Pero mire usted, lo de México se paró y de seguir vivo seguramente ya no se reunirá antes de las elecciones. No hay que olvidar el motivo, un colombiano acusado de todas las fechorías financieras imaginables y por cuya defensa hizo el gobierno lo que nunca había hecho por nadie no fue aceptado como miembro de la delegación gubernamental, lo que hubiese implicado sacarlo en la oscuridad de la noche de una cárcel de Cabo Verde y haber borrado del mapa el sistema judicial americano, entre otros trámites. No se pudo tan difícil tarea y se acabó lo que podría haber sido una interacción algo provechosa entre negociación y elecciones.

Nos queda el CNE que no ha dado mucha cosa, yo diría la tarjeta de la MUD porque si no hubiese sido a la nicaragüense, yo y solo yo. Y la vigilancia de los muchachos de Borrell. Estos últimos me temo que se limitarán a las máquinas de votación, que casi siempre han funcionado, mientras hay testigos (salvo algunas piraterías como la que denunció Smartmatic o la impúdica que le hicieron a La Causa R en Bolívar, etc.). Todos sabemos que los fraudes están todos afuera de la máquina y el papelito; en el uso de los dineros públicos, el manejo inmoral de los medios, en especial la TV que sube cerro; la coacción a los empleados públicos; los migrantes; el terror y el chantaje en los barrios; los obsequios miserables, en dinero o especies; el manejo del patrón electoral, los colectivos y otros vándalos, la mayoría del CNE y la Sala Electoral írritos del TSJ para cualquier emergencia… en fin, nada visible, ni manejable, por los extranjeros por entrenados que sean. Lo demás son baratijas y ahí siguen los partidos secuestrados, los inhabilitados, los presos políticos, los cómplices de todo tipo.

¿Abstenerse, entonces? No a estas alturas. Ya legitimamos al convocante, si es que se puede legitimar al dictador más despreciado del planeta, que era lo fundamental. Los europeos acompañantes son la mejor prueba. Hay sopotocientos mil candidatos… Además, ¿vamos a renunciar hasta los pedazos de poder que podamos alcanzar?, quién quita que no sean tan pírricos. Y, sobre todo, intentemos movilizar a nuestras conciencias colectivas tan perversamente silenciosas y cómplices. La estropeada y vacilante unidad, que un día dará frutos, un día, depende de eso. Yo voy a votar, prometí decirlo; y, como verán, lo he hecho, sin demasiada euforia, es verdad. Pero es que en política a veces hay que ensuciarse las manos, esta parece una de ellas.


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