El fin último del chavismo siempre ha sido remplazar la democracia venezolana por el régimen de partido único, culto a la personalidad, gobierno vitalicio y sumisión incondicional del individuo, es decir, el modelo comunista soviético que Fidel Castro instaló en Cuba. Pero Fidel llegó al poder luego de una dura y larga gesta guerrera. En Venezuela, Hugo Chávez intentó tomar el poder mediante un golpe de Estado, fracasó y tuvo que seguir la senda electoral. Como tenía el apoyo mayoritario del país, utilizó ampliamente el sistema electoral. Simultáneamente, socavaba poco a poco las bases de la democracia. Con su muerte, el chavismo perdió la mayoría y el sistema electoral, tan elogiado por Chávez, se pervirtió totalmente en manos de su sucesor.

A un mes de fallecido Chávez (2013), Nicolás Maduro ganó las elecciones presidenciales por un margen insignificante, pese a todas las ventajas que tenía y a los grandes recursos públicos que utilizó. Dos años después (2015) perdió las elecciones parlamentarias y la oposición obtuvo los dos tercios de los escaños. De allí en adelante el régimen tomó el atajo de la ilegalidad. No hubo ya más elecciones creíbles en Venezuela. Peor aún, no hubo ningún respeto por sus resultados. Maduro invalidó la Asamblea Nacional elegida en 2015, impidió el referéndum revocatorio del mandato presidencial previsto en la Constitución (2016), convocó ilegalmente una asamblea nacional constituyente y adulteró el número de votos para ocultar la paupérrima concurrencia al acto (2017); manipuló las elecciones de gobernadores y alcaldes, provocando la abstención opositora y repitió la misma treta en las elecciones presidenciales, en las que supuestamente resultó reelecto (2018), solo que en esta oportunidad la reacción internacional no se hizo esperar y los países de América y de Europa, con muy pocas excepciones, desconocieron su reelección y le aplicaron sanciones económicas y políticas.

Ahora la oposición se enfrenta al dilema de votar o no votar en las elecciones parlamentarias del próximo mes de diciembre. Un sector del liderazgo opositor piensa que se debe votar. Otro sector adversa esa opción y cree que el régimen chavista solo saldrá del poder por la fuerza, sea de las armas o de las circunstancias. Por su parte, el régimen ya dio los primeros pasos de su acción disuasiva sobre el votante, violando las leyes vigentes y las pautas acordadas para la conformación del nuevo CNE e interviniendo las directivas de los principales partidos de oposición para ponerlos en manos de quienes han pactado con el gobierno su apoyo al proceso electoral. Pero, ¿qué piensa la gente, el ciudadano común, sobre el tema?

El desgano de la gente en relación con las próximas elecciones es evidente. El régimen sabe que los militantes y simpatizantes de los partidos intervenidos no votarán. Eso le proporciona una ventaja, pero quiere evitar a toda costa que esa abstención no se haga extensiva al resto de la población, como ha ocurrido en las últimas elecciones, que dieron lugar al desconocimiento de Maduro por parte de los países americanos y europeos. Por eso el gobierno negocia, y gratifica a los políticos que llaman a la participación electoral. Su propósito es que la oposición vaya dividida y menguada (eso ya lo logró), pero que haya una amplia participación para que los resultados sean reconocidos internacionalmente (eso es lo que está negociando). Si lo logra, reparará la deteriorada imagen de Maduro y pedirá la suspensión de las sanciones.

El régimen tiene asegurada la mayoría de la AN, pero el tema de la participación le es también vital. Una abstención masiva devaluaría su triunfo, una alta  participación lo avalaría. Si la oposición lograra obtener la mayoría (algo muy improbable) le sería aún mejor. Ante esa situación, los países que desconocen al régimen tendrían que aceptar, indefectiblemente, el triunfo opositor, paso previo a la rehabilitación de Maduro y a la suspensión de las sanciones. Sin embargo, para la oposición, ese triunfo resultaría pírrico. De nada le serviría. Ya logró un espléndido triunfo en 2015 y el régimen se lo incapacitó totalmente. ¿Por qué ahora, sin cambiar para nada el contexto político del país, una pequeña mayoría opositora en la AN habría de tener mayor significación? Tengamos presente todas estas reflexiones para  decidir si vale la pena votar en las próximas elecciones de diciembre.


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