Foto AFP

Si alguien hubiese vaticinado lo que ocurriría en el año 2020, nadie lo habría creído. Lo achacarían a una sobredosis de Netflix, donde por cierto transmiten películas con tramas muy parecidas o iguales a lo que hoy estamos viviendo.

Todos hemos tenido que adquirir costumbres jamás imaginadas, por ejemplo, las mujeres perdimos algo de femineidad durante esta pandemia. Hay que aceptarlo. ¿Maquillaje? ¡No hace falta! Lo mejor es no pintar los labios para no manchar el tapabocas y así ahorrar cosméticos. ¿Zarcillos? ¡Casi nadie los usa! Yo no salía a la calle sin ellos, pero para evitar enredos e incomodidades con las tiras o liguitas del tapabocas, la gran mayoría de las mujeres hemos prescindido de su uso. ¿El peinado? ¡Ya no importa! El cabello lo llevamos recogido bajo una gorra, malla o turbante. Teñirlo, secarlo, plancharlo o darle una forma especial, ha dejado de ser imprescindible y que me perdonen los peluqueros pero ellos saben muy bien que es cierto. ¿Perfume? ¡No hace falta! Todos olemos igual: a cloro, alcohol o desinfectante.

Desglosemos las nuevas prendas de vestir. Hablemos del imprescindible tapabocas. Por su uso diario, durante meses, descubrí algo: la óptica nunca me hizo los lentes nivelados, cosa que desde niña me enfurecía y siempre mis padres habían reclamado. Les explico: desde que se inició la cuarentena e incorporé a mi vestuario los tapabocas, me di cuenta que tengo una oreja ligeramente más arriba que la otra. Es una irregularidad casi imperceptible, seguramente congénita y es, además, la explicación de por qué desde mi más tierna infancia, cuando me entregaban los lentes o anteojos nuevos, siempre me quedaban torcidos y había que mandar a nivelarlos. El problema nunca fueron los lentes. ¡Fue la distancia de oreja a oreja!, y sí, parece superficial, pero es terrible darnos cuenta durante una perenne cuarentena que somos más imperfectos de lo que pensábamos, produce la misma angustia que descubrir que un cuadro colgado en la pared, está ligeramente torcido hacia uno u otro lado.

Combinar tapabocas, guantes de látex y gorra con vestidos o faldas, en especial si son sensuales, es casi imposible. Así que nos hemos limitado a usar jeans, franelas o camisas que no necesariamente se ciñen a una figura curvilínea que, de todos modos, nadie voltea a ver ya que se ha hecho notorio que en cuarentena, los pocos hombres que son “tradicionales o heterosexuales” (con todo respeto espero no ofender a nadie ya que con lo de la discriminación uno no sabe ni qué término usar) ya no miran a las mujeres quizás, no encuentro otra explicación, sea porque… ¡ay, no!, mejor hablemos de guantes y no toquemos temas peliagudos que nos pueden meter en problemas. Prosigamos.

Si me hubieran dicho que usaría guantes de cuero, ¡me habría encantado! Negro, marrón o blanco se verían quizás algo excéntricos por la época y el clima, pero hay que reconocer que serían elegantes. Sin embargo, los guantes que el protocolo de seguridad recomienda son de látex. Solo podemos escoger entre colores: blanco hueso, azul cielo, morado nazareno y he visto unos negros remordimientos que  a la gente del gobierno les quedarían extrañamente atractivos. Es recomendable colocar en los guantes un poco de talco o maizena ya que las manos sudan en demasía transformándolos en una especie de sauna manual (término muy apropiado) y, tal vez, no sería mala la idea, sería bueno usar crema hidratante ya que con el calor los nutrientes del producto penetrarían más fácilmente en la piel.

La cierto es que no nos estamos vistiendo bonito, y no importa. Esta es una época no de lucir belleza externa sino de asegurar la salud, de hacer lo posible por garantizar la vida.

Decir que “la vida ha cambiado” es trillado y carente de originalidad pero es la realidad. Vamos a aceptarlo. Vamos a adaptarnos porque esto no nos está pasando sólo a nosotros, le está ocurriendo al mundo entero y, nos guste o no, hay que tomar medidas si queremos sobrevivir.

No usar tapabocas o utilizarlo debajo de la nariz debería ser considerado un crimen ya que a conciencia se pone en riesgo la vida propia y la ajena. Contagiarse por disfrutar de una fiesta a cambio de morir no es divertido. No somos inmortales, eso hay que entenderlo y en este instante, si no nos cuidamos, todos estamos en riesgo y nadie sabe cómo reaccionará el organismo de cada uno.

Nadie sabe tampoco cuándo esto terminará ni cómo será la normalidad. De lo que hay certeza, sin ningún tipo de duda, es que estamos cada vez más cerca de lograr que esta tragedia termine y si nos cuidamos, si cumplimos con el protocolo de bioseguridad que ya conocemos, con el favor de Dios, podremos sobrevivir y de nuevo, en familia y con amigos, volver a hacer planes.

@jortegac15


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