Cuando, en septiembre del año 2022, leí el acta del jurado calificador del premio Café Gijón (2022) integrado por los escritores Mercedes Monmany, Antonio Colinas, Marcos Giralt Torrente, José María Guenbenzu y Rosa Regàs, que premió la novela de la escritora venezolana radicada en Brasil María Elena Morán Atencio titulada con el sugerente rótulo Volver a cuándo no pude evitar recordar el también sugerente como enigmático título de la portentosa novela del español Antonio Muñoz Molina, Volver a dónde, Seix Barral editores, septiembre, 2021, Barcelona-España, 332 páginas.

El jurado antes mencionado destaca que la novela de Morán «habla, a través del drama de una familia afectada por las consecuencias sociales del poschavismo, de la supervivencia -y en qué condiciones- de los ideales y las esperanzas de la gente en el campo de minas de la realidad».

De igual manera se subraya con especial reconocimiento que Volver a cuándo ostenta una escritura que abreva en las vertiginosas aguas del habla coloquial y exhibe en sus páginas una sorprendente musicalidad expresiva y hallazgos linguísticos de peculiar sugerencia expresiva.

Ciertamente, mi lectura de la novela de María Elena Morán Atencio (Maracaibo, 1985) confirma con asombroso grado de verosimilitud el muy bien logrado dominio del empleo de los tiempos verbales, el impecable zurcido de la acción protagonizada por sus personajes en la estructura genral del relato que se explicitan por intermedio de las poliédricas voces narrativas que se hacen presente a lo largo de toda novela.

A los efectos de la comprensión del lector deseo destacar algunos elementos aparentemente nimios e irrelevantes que en mi modesta opinión adquieren una trascendental importancia. Veamos. La dedicatoria de la novela está dirigida al padre de la autora, Rodolfo y en segundo lugar a «nuestra patria portátil» a la más típica manera de nuestro narrador mayor Adriano González León. Seguidamente dos epígrafes calzados con las rúbricas de Alí Primera y Joseph Brodsky respectivamente alusivas una al hambre (literalmente) sutil mención al holodomor estalinista y el otro paratexto alusivo a la libertad o al hombre libre y el sentido de la culpa subyacente a todo estado de sojuzgamiento y esclavitud. Obviamente, no es nada inocente la inserción de sendos paratextos al comienzo de la Parte I de la novela; antes poe el contrario, le debe mucho a la historicidad constituida que moldea la ígnea y maleable materia prima con la cual se labra y forja el texto novelesco.

Arquitectónicamente, la novela de Morán se subdivide en cuatro partes, a saber: una primera parte en donde destacan los personajes de Graciela, personaje que irrumpe en la trama organizacional del relato sin grandes descripciones físicas ni psicológicas, al cuidado de Elisa, quien funge como una chicuela adolescente hija de Nina, migrante, una más de entre los casi 7 millones que forman la diáspora global de un país que en palabras de la autora de la novela es, a no dudar, «nuestra patria portátil».

En esta primera fase de la narración brota a la superficie del relato los rasgos más viles y abyectos del sentimiento subalterno que todo migrante, desplazado, exiliado o transterrado compulsivo o voluntario sufre y padece con el genérico nombre de xenofobia. Nina, estando pernoctando en un recodo de la frontera con Brasil llamado Paracaima se ve súbitamente envuelta en un evidentemente deliberado incendio de la carpa Coleman que es objeto de reprochables actos piromaníacos con propósitos xenofóbicos. Es en estos preámbulos de las primeras páginas de la novela donde la autora hace gala de una lexicografía sui géneris: «bojotes crepitantes», «los cinco malaleche malparidos sin amor», «dos hijos de puta malandros», «sus cotizas seguían siendo feas», «algún maquillajito y hasta condones por si acaso», «una conversaíta y estamos pago»… Raúl, esa pieza rota del rompecabezas, ese jirón o trozo arrancado de la tela de lo que fue un día un proyecto de familia tranquila y apacible después de su jubilación como profesor de Castellano y Literatura, también como Nina, aventado a las lejuras del transtierro involuntario, ahora también sometido a las hipotéticas e improbables dinámicas que toda migración lleva intrínsecamente en sus dolorosos desgarramientos éticos y culturales.

La narración efectivamente está impregnada de una muy encomiable búsqueda en la construcción de nuevas posibilidades expresivas no exentas de elaboraciones verbales de hondos y sugerentes «chispazos poéticos» de inobjetables resonancias líricas. Como muestra un breve botón: «Se siente perdido desde el segundo que afincó el pie en esa tierra extranjera que es la muerte, pero sabe que todos los viajes intempestivos y sin boleto de vuelta son así». Cuánta falta -dice el narrador-, cuánta tristeza de existir sin estar juntos. La dupla apagada de la pasión Raúl-Nina echó por la borda el otrora plan de viaje con su itinerario Boa Vista-Manaos-Porto Alegre. Nina debió seguir su ruta sola con compañía única de sus precarios enseres y atavíos ilusorios e imaginarios a cuestas.

Si algo puede decirse de esta formidable novela es, entre otras cosas nada fáciles de resumir, que dibuja los trazos dolorosos del derrumbe de una utopía de redención de la especie humana en un apartado y lejano rinconcito del desvencijado planeta, en una de las estrías geográficas más desiguales y asimétricas del olvidado sur del continente…


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