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Foto: EFE/ Jesús Méndez

Los acontecimientos políticos recientes nos conmueven, hacen renacer las esperanzas, es posible que nuestro adolorido país comience a transitar una nueva senda de reconstrucción, reencuentro humano, nacen acuerdos y convicciones que nos permitan dormir en libertad y paz, tal como nos concede la esperanza de haber elegido un candidato único entre todos. Basta de curar las mataduras con árnica.

Las giras de María Corina muestran una realidad inobjetable, la gente comienza a recuperar la confianza perdida. Esta vez no hay equivocación,  estamos apostando a un regreso de la ética, valorar el esfuerzo de los que trabajan, los que albergan la esperanza que podemos ser un país con futuro. Hoy hablamos de un Estado del país que se califica como “el nuevo granero de Venezuela”. Cada vez parece más posible que se puede acabar con las circunstancias que hemos vivido en tiempos recientes, avasallados por dictaduras. El recuento amargo de ver cada día venezolanos nacidos en estas tierras escapando, atravesando caminos inhóspitos y amenazantes, con las posibilidades cerradas de vivir en su tierra natal. Alguien me decía: “Todos los días sale un autobús de Charallave, ellos no saben dónde van, ni qué les espera, sin embargo, salen como si fuera la última esperanza”.

Hasta ahora algunos regresos han sido amargos. A veces, hay que ponerse en los zapatos de otros para comprender a cabalidad lo que se ha vivido. Imagínese usted con su familia llegando exhausto, con sed, fatigado y sin recursos a la frontera que debería abrirse naturalmente para regresar a casa, después de haber afrontado tiempos duros, sin treguas ni posibilidades,  llegar a casa y enfrentarse con puertas cerradas, sin salidas.

Algunos dirigentes han denunciado que muchos ciudadanos venezolanos están a la intemperie y aglomerados en la ciudad fronteriza de Cúcuta, Colombia, en las peores condiciones imaginables. Es inhumano y cruel que las posibilidades de existir en nuestro país hayan sido destruidas, al negar las oportunidades de permanecer, vivir existir en nuestros pueblos originales, sin trabajo, con  empresas cerradas, situación que se pretende responder con limosnas, bolsas CLAP, con bonos que se intercambian por votos,  soluciones sin futuro, que se agotan cruelmente.

Hoy, estamos en otro tiempo, con la fuerza demostrada por el país en las elecciones primarias y en el referéndum posterior, donde centelleó la desobediencia civil, hemos dado un salto histórico como sociedad, por primera vez en mucho tiempo, la capacidad de decidir con libertad de conciencia se expresa nítidamente, contra viento y marea. El poder político concentrado en el gobierno no es más el gran gurú que ordena y es obedecido. A la fuerza, recibiendo trompadas, descubriendo el engaño y la mezquindad, reconociendo las falsas ofertas de bienestar, el país decide con plena libertad de conciencia consolidar su camino hacia la madurez política y la libertad.

Persisten y nos acongojan las escenas en los pueblos más pobres donde las personas pelean por una bolsa de comida, donde el poder de algunos se ejerce sin misericordia. Una situación que crea profundas heridas, escuchábamos el lamento de un niño en una pelea por comida en un vecindario muy pobre, llorando: “Por favor mamá, no quiero verte peleando en la calle con tu vecina por comida, no quiero ver eso”.

Empieza el momento de regresar. En algún momento se restringió a tres días a la semana el ingreso a Venezuela, en grupos que no superaban las 300 personas por el puente Simón Bolívar y 100 por el de José Antonio Páez, en los departamentos colombianos de Norte de Santander y Arauca. Una medida, que reducía en 80% el volumen de regreso de venezolanos.  Miles de migrantes emprendieron este difícil regreso a Venezuela. A pesar de que como recordaba nuestro querido Carlos Alberto Montaner, hoy ausente: “Es bueno que se divulgue una verdad poco conocida: los inmigrantes son muy útiles para las sociedades de acogida. Suelen ser creadores netos de riqueza. Argentina creció mientras absorbió una notable cantidad de italianos”. Nosotros en Venezuela, en su etapa dorada, recibimos cientos de miles de colombianos, portugueses, españoles y centroeuropeos. Gente que llegó a nuestras costas encontró las puertas abiertas, comenzó a trabajar sin descanso con el afán de construir nuevos hogares y lo logró.

La emigración en masa de los venezolanos ha sido un trauma, padres dejando sus familias atrás, niños en manos de abuelos sin capacidades económicas para sostenerlos, hoy una de las perspectivas más importantes del cambio posible es que nace con fuerza la posibilidad de volver, reunirse las familias deshechas y poder tener un proyecto de vida después de este amargo periodo de desesperanza. El régimen venezolano en el poder actúa en este campo, como lo hace en todos los aspectos de nuestras vidas, en lugar de plantear soluciones dignas para la acogida de los conciudadanos, erige obstáculos, dificultades y más penalidades que van a sumarse a las experiencias dolorosas que cargan en sus equipajes y en sus espíritus los venezolanos que desean regresar. Las familias hoy saben que ninguna donación o regalo resuelve el presente, menos el futuro y que siempre la caridad falsa cobra porque significa entregar la dignidad. Los venezolanos hoy aprecian su capacidad de trabajar, esforzarse como su verdadero capital. Unos conceptos que han sido difíciles alcanzar, quizás velados por la riqueza petrolera pero que hoy constituyen una certeza y una clave para el futuro.

Se calcula que la diáspora venezolana supera los 7 millones de personas. En los países latinoamericanos -Colombia, Ecuador, Brasil, Chile y Perú- se encuentra una cifra mayor al 50% de todos los migrantes. Es conocido que estos países han sido receptores de las últimas oleadas de venezolanos, aquellos que han alcanzado sus destinos usando sus fuerzas físicas, sin transporte seguro, con destinos inciertos, teniendo como único capital la esperanza de encontrar muestras de solidaridad en sus puertos de llegada.

La profesora Claudia Vargas del Instituto de Migraciones declaraba: “Hay que pensar cuál es el mensaje que estamos dando, cómo percibimos internamente el hecho que existan personas que prefieren viajar 15 días días por tierra, vivir en un estacionamiento o pedir un estatus de refugiado o asilado antes de quedarse en Venezuela. Hay que recordar que un refugiado sale del país de origen prácticamente huyendo, es una persona que abandona su patria buscando protección, escapando de un conflicto racial, cultural, social o económico”. Al final sentencia, enfática: no hay punto de comparación alguno, si se analizan los tiempos en que se dieron las migraciones de otros países, se verá que ocurrieron en períodos prolongados, como por ejemplo la colombiana. En Venezuela a partir de 2015, en pocos años han emigrado millones de venezolanos.

Pero también hay noticias que alimentan un futuro esperanzador, tal es el caso de los extendidos niveles de organización que exhibe la diáspora venezolana, un aprendizaje cultural y moral, hay que reconocer el incansable esfuerzo de acompañamiento de la inmensa cantidad de organizaciones presentes en el mundo, cuyas cifras superan más de 813 entidades activas conocidas, prueba de la existencia de una de las redes organizativas voluntarias más grandes del mundo, en los distintos continentes y países. El nivel de estructuración de estas organizaciones es sorprendente, constituye un tejido humano vivo, lleno de responsabilidades, agendas y motivos para querer regresar dignamente a contribuir en la reconstrucción del país.

Estamos en la búsqueda de la consolidación de una vía para avanzar cuya meta es realizar elecciones presidenciales limpias y transparentes. La red organizativa de la diáspora se ha involucrado responsablemente como un músculo poderoso, alimentado por la voluntad presente en todos los venezolanos de lograr la recuperación de la democracia. Participar en esta nueva etapa de confianza en el camino electoral ha sido el resultado de una lucha sin tregua que ha generado una toma de conciencia de los venezolanos dentro y fuera del país, al comprender y dimensionar a cabalidad que el populismo, el colectivismo, vivir de falsas ofertas, amarrados a las dádivas no es una salida, es por el contrario lanzarse por el abismo de la desesperanza y la inacción, abandonarse a la idea suicida “Que otros decidan por mí, yo no existo”.

Todo indica que estamos ante un cruce de caminos, se debilita aceleradamente la creencia en un sistema, producto o hijo legítimo de la resignación sobre un futuro concentrado en el poder de un Estado dueño de una riqueza que reparte según sus intereses inmediatos, imponiendo a los venezolanos un proyecto político inviable. Es la experiencia y la historia de todos los países que han emprendido ese camino y hoy están de regreso como los 17 países que conformaban la Unión Soviética o China, después de un comunismo duro cambia sus objetivos, hoy es acumular riquezas y expandir su poder económico en el mundo.

Para los venezolanos en la diáspora renace el afán de emprender el retorno, participar en la reconstrucción de la economía, contribuir en la reanimación de su aparato productivo en un clima de libertad, poder vivir en un país donde impere el Estado de derecho, la seguridad jurídica, todos los individuos sean iguales ante la ley y por ello puedan expresarse políticamente sin temor a la represión en un clima de libertades. Esa es la voluntad de los venezolanos que comienza a impregnar la diáspora que veremos expresada con fe y esperanza en los resultados del próximo evento electoral que sin duda alguna reflejará el nivel de conciencia de un pueblo que ha atravesado tormentas, ha visto desaparecer empresas valiosas, grandes y pequeñas  y sobre todo el ejemplo de  ciudadanos que han dado su vida y muchos otros que aún permanecen entre rejas, pero que presienten la cercanía de un tiempo de reconciliación, paz y  perdón.

Volver a casa es el proyecto posible de todos los que profesamos fe en la libertad.


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