El «comandante supremo» acuñó en la Fuerza Armada Nacional el lema «Volver a Carabobo». Seguramente no fue una ocurrencia suya esta de elaborar la idea de libertad y deseo de independencia, soberanía, nacionalismo y más que implica la frase. Algún especialista avezado estará detrás. La ocurrencia estuvo presente largo tiempo, desplazada ahora por los llamados rimbombantes y ridículos de «Chávez vive», «La patria sigue», «El sol nace por el Esequibo» y sus similares jerigonzas supuestamente estimulantes del espíritu político militar.

El hecho cierto resulta ser que el mes próximo estaremos acaramelados con Carabobo. Ya deben estar preparando el evento como deben haber terminado el mural de la avenida Sucre, en Catia, en recordación nada austera de la crucial batalla. La verborrea disonante debe estar en proceso de avasallante pulitura, tanto como el teatral espectáculo que tal vez incluirá una rememoración en vivo del evento guerrero, con actores encarnando al Negro Primero y al llanero inmortal (eso segurito). Vendrá una exaltación de las armas y de los hombres armados. José Antonio Páez será el centro de atención los próximos días. El fundador. Todo eso vendrá y habrá imbéciles aplaudiendo la memoriosa remembranza muy elaborada para provocar hasta lágrimas televisivas, televisadas.

Un paseíto habrá que darse por la desvergüenza que constituye la celebración del bicentenario de la Batalla de Carabobo (hecho de singular importancia histórica y militar para los venezolanos) en medio de esta destrucción feroz del nacionalismo, de lo que aquellos consideraron «patria» hace doscientos años, de la significación de lo militar hoy en día y su accionar (el de los militares), su necesidad en la destruida sociedad venezolana. Por ejemplo: los deberes constitucionales de poseedores y custodios de las armas en la República, y de resguardadores del territorio no los cumplen. Apure es la demostración fehaciente de lo que digo. Pero no la única. También están los innumerables guerrilleros esparcidos por el territorio, los malandros apropiados de diversos sectores citadinos y regionales, los pranes, los colectivos, los narcos, los rusos, los cubanos y los iraníes. Todos bajo el amparo del régimen. El mismo Esequibo y la dejadez para su defensa. Algunos militares «cuidan» la comida. Otros Lácteos Los Andes, otros Cantv. Y así. Otros cuidan bien a los que los ponen en los cargos, donde hay.

Mientras tanto, los sucesos de Apure son una humillación a la dignidad venezolana. A eso que llamaban el «patriotismo», el «nacionalismo». Hay vidas perdidas,  regadas en suelo apureño (nunca sabremos cuántos con exactitud, cuestión del ahondamiento de la censura). Hay (supuestamente) ocho militares prisioneros de guerra. Y hay una penetración guerrillera aceptada en Venezuela, propiciada en Venezuela, para que ocurra esta indignidad. Páez casualmente era llanero.

¿Y si la celebración del bicentenario de la Batalla de Carabobo se realiza en Apure? Sería mejor recordación de la antigua gesta libertaria.

Debemos volver a Carabobo. Pero no a ver el espectáculo de cohetes multicolores. Debemos volver a Carabobo para liberarnos, para reindependizarnos. Para romper finalmente las cadenas de esta calamidad que dieron por denominar el «socialismo del siglo XXI. Sanguinarias pamplinas verborreicas.

 

 


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