Asesinato de John Lennon

El 8 de diciembre de 1980 comenzó siendo un día normal para John Lennon. Probablemente, en muchos casos, el día que vas a morir comienza como un día cualquiera. Desayunas, besas a tu mujer y a tus hijos, si los tienes, y mientras te diriges a tu destino vas haciendo planes o pensando en tus problemas. Y de repente, inopinadamente, el gran off.

Lennon, por ejemplo, comenzó el día con una sesión fotográfica a cargo de Annie Leibovitz para la revista Rolling Stones, en su propio apartamento del edificio Dakota, de Nueva York, donde residía. Posteriormente, concedió la que sería su última entrevista a Dave Sholin, un DJ de San Francisco, para un programa musical en RKO Radio Network. John no sabía que esa iba a ser su última entrevista. Supongo que, de haberlo sabido, la entrevista habría sido muy distinta. No me imagino lo que un hombre sería capaz de confesar, si supiese, en plenitud, que está en sus últimas horas. Pero la vida, azarosa normalmente no te da esa oportunidad y los que la tienen, no suelen estar para confesiones.

A las 5:00 de le tarde, Lennon y Yoko Ono abandonaron el edificio con dirección a Record Plant Studio, donde iban a mezclar “Walking on Ice”, con Lennon en la guitarra principal. Fue entonces cuando se encontró con Mark David Chapman, que llevaba aguardando varias horas. Según los testimonios del momento, Chapman le entregó a Lennon un disco para que se lo firmara y, según parece, este fue muy agradable con Chapman, con el que mantuvo, incluso, una breve conversación.

Tras pasar la tarde trabajando en el estudio, Lennon y Ono regresaron a casa sobre las 22:50. Pudieron haber entrado al interior en su vehículo, pero a Lennon le gustaba atender a los fans que habían esperado pacientemente su llegada. En el arco que da entrada del edificio Dakota, Chapman esperó a que John Lennon pasase a su lado para dispararle por la espalda cinco veces. Cuatro de los proyectiles impactaron en la parte izquierda de su espalda, afectando la arteria aorta, lo cual le causó la muerte casi de forma inmediata.

Chapman dejó caer el arma y se sentó a esperar la llegada de la policía. Entonces, sacó de un bolsillo su ejemplar de El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, en el cual él mismo había escrito, a modo de dedicatoria “para Holden Caulfield. De Holden Caulfiel”. Más tarde declararía que su vida reflejaba la de Holden Caulfield, protagonista del libro.

Esta historia, no por conocida, menos inquietante, habría de hacernos reflexionar a los autores, a los compositores y a los artistas en general, sobre en qué medida nuestra obra puede influir, y no solo influir, sino influenciar, los comportamientos de otros. Uno tiene la tendencia a pensar que todo el mundo es como él, condicionados por nuestra posición socioeconómica y por supuesto, intelectual. Y realmente, no es así.

Como ya he contado en otras ocasiones, Umberto Eco siempre decía que él había escrito El péndulo de Foucault con la intención de que, al acabar de leerlo, el lector se arrojase por la ventana. No es una intención muy lícita, además de nada comercial, por la cantidad de lectores que puedes perder, pero creo que Umberto Eco era un convencido de que todo el mundo entiende la ironía, de que todo el mundo estaba en su nivel intelectual y no pretendía, ni mucho menos, esto que enunciaba. Pero muchas veces olvidamos que no todo el mundo se conduce por la vida con lo que entendemos por normalidad. Que hay gente que, afectada por alguna patología, o influenciada por sus adicciones, puede entender literalmente según que mensajes y provocar, en ciertos casos, una catástrofe.

No es único el caso de Lennon. Si menciono el nombre de Ted Kaczynski, a la mayoría no nos dirá nada, pero si añado que su apodo era “Unabomber”, muchos de mi generación sabrán que hablo de un terrorista que, erróneamente influenciado por tesis anarquistas, sembró el terror en Estados Unidos entre 1978 y 1995, enviando paquetes bomba a sus víctimas, dejando 3  fallecidos y 23 heridos de diversa consideración. “Unabomber” dijo estar influenciado por el personaje de “el profesor”, protagonista de la novela Agente secreto, de Joseph Conrad, con el cual estaba obsesionado, hasta el punto de incluir en sus paquetes bombas juegos de palabras alusivos a este autor. Hoy cumple cadena perpetua.

Otro caso es el de Robert Berdella, quien, según su testimonio, influenciado por el libro El coleccionista, de John Fowles, en el que un coleccionista de mariposas secuestra a la chica de la que cree estar enamorado, decidió comenzar, según sus palabras, su propia colección, lo que le llevó a secuestrar, violar y asesinar a seis hombres en su mansión de las afueras de Kansas City. Falleció en la cárcel en 1992, a los 43 años de edad.

La serie de libros de Isaac Asimov Fundación, inspiró a Shoko Asahara, líder de la secta japonesa Verdad Suprema, a cometer dos atentados con gas Sarín, en Tokio y Matsumoto, que dejaron 21 muertos. Asahara fue condenado a muerte en 2004, aunque su sentencia, por el momento, está suspendida. A día de hoy, él insiste en que todo estaba escrito en los libros de Asimov y que él se limitó a obedecer los designios de la Verdad Suprema.

En cualquier caso, no es solo la literatura la que ha inspirado crímenes atroces. En 2012, Brian Douglas, obsesionado con American Psycho, si bien novela, también película, tras señalar en las redes sociales que le gustaba “diseccionar mujeres”, como al protagonista de esta obra, mató con un hacha a su madre y a la nueva pareja de su exnovia, para luego suicidarse.

Justin Barber asesinó, en 2002, a su esposa, tras haber estado escuchando compulsivamente “Used to love her”, de Guns N´Roses; se da la circunstancia de que diez años más tarde, Christine Murray, de California, envió un mensaje a una amiga porque su exnovio, Thomas Michael Wilhelm, se había presentado en su casa con un arma de fuego y cantando a voz en grito esta misma canción de Guns N’ Roses. Finalmente, Thomas asesinó a Christine y se sentó en el porche a esperar a la policía. Cuando llegaron, repetía el estribillo de la canción, “tuve que matarla”.

Son incontables los casos conocidos. Aún más los desconocidos, hay que entender, en los que personas que, indudablemente, no estaban en su sano juicio han manifestado que han interpretado, más bien malinterpretado, mensajes o intenciones ocultas en obras de todo tipo. En cualquier caso, salvo en casos explícitos e intencionados, el autor no es culpable de tales actuaciones, pero sí que produce cierto escalofrío la influencia que lo que manifestamos puede tener en otros.

Habrá que ser, pues, cuidadosos; pero eso sí, sin olvidar que la responsabilidad del crimen radica en el criminal, solo faltaba. Yo he leído El guardian entre el centeno y Fundación y no tengo que explicar que, en absoluto, han influido en mí ninguna psicopatía; esa ya venía de serie.

Lean, disfruten, pero nunca olviden que existe una línea entre realidad y ficción. Los creadores han de crear con libertad. Es labor del lector, el espectador, el observador, no traspasar esa línea.

“El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”. Bertolt Brecht.

@julioml1970

 


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