La espiritualidad es parte esencial del ser humano. Creer en algo no tangible, perceptible o palpable exalta nuestra fe y da las bases para ser partícipes de que nosotros, hombres, mujeres y niños, tenemos cierto misticismo, idealismo y sensibilidad, una esencia que muchos llaman alma. Piensan muchos que la construcción de su historia personal es debido a hechos fortuitos y otros creen que están signados por el destino, que escapan del control de las personas, quienes, al fin y al cabo, son los protagonistas de la narración de su existencia.

Sin embargo, hay otros más pragmáticos que estiman que sus pasos tienen huellas efectivas y reales. Explican su devenir con la ayuda de la exactitud de los acontecimientos. Nada es dado por el azar, todo tiene su explicación en la acción y la reacción de los acontecimientos. Es decir, sus memorias son escritas con base en sus decisiones, acertadas o equivocadas, que integran su autobiografía.

A pesar de que son posiciones encontradas, cada uno trata de justificar su permanencia en esta realidad. Se puede decir que es un paso previo, para muchos, a creer en alguna fe religiosa que llene las características de nuestras angustias. Puede ser. O, todo lo contrario, nos lleva inexorablemente hacia un concepto agnóstico, donde lo sobrenatural no tiene cabida en nuestra forma de entender los acontecimientos.

A pesar de ser dos posiciones encontradas, tienen una raíz común que no es otra que la necesidad del ser humano en creer. Aceptar una verdad que se acomode a sus necesidades. Tener confianza en algo que pueda explicar el desarrollo de las circunstancias de su vida. Profesar una idea, aunque no haya sido confirmada, o, por el contrario, que tenga una explicación íntegra del origen de los eventos.

Pero todo radica en sostener una posición que nos diferencie de la mayoría o seguir un dogma que nos integre a una pluralidad. No obstante, el fin es fabricar una realidad a nuestra imagen y semejanza. Ese estado anímico que nos indicará que el camino que hemos trazado es el correcto.

Es tener la certeza y la justificación de que la construcción de nuestro futuro es la adecuada, que las bases colocadas nos ayudarán a erigir esa edificación que albergará nuestra existencia. Nuestra fuerza vital radica en la capacidad de admitir que somos seres pensantes, que tenemos sensibilidad ante la coyuntura, pero al mismo tiempo, somos osados para la construcción de nuestro futuro.

Todo suena bien, sin importar si somos espirituales o prácticos. El problema radica cuando no sabemos diferenciar la verdad de la mentira, que no dominamos nuestra realidad, que nos dejamos manipular. Comienza así el conflicto, en saber qué función tenemos en este mundo y la misión que nos han encomendado realizar. Convertimos la existencia en una búsqueda frenética de la supervivencia. Escudriñando cada rincón, indagando el lugar exacto de donde viene nuestra justificación de permanencia en esta sociedad.

Sin embargo, perdemos tiempo. Antes de buscar, debemos encontrarnos a nosotros mismos. En cada uno de nosotros está la respuesta. Matizada con nuestros valores, principios y costumbres. Nosotros, como seres humanos, tenemos la capacidad de sentir para vivir y a la vez, vivimos para soñar. No importa en que se crea, o la fe que profesemos. Lo que vale es creer en nosotros mismos, como factores de cambio de nuestra realidad.

De cualquier forma, no temamos a la esperanza, sino el desvelarnos de la realidad. La existencia es un continuo vivir y soñar, donde lo importante es recordar que debemos despertar. Despabilarnos para construir castillos en el aire, pero no para habitar en ellos.

Es respirar la materialidad a través de la imaginación, para así idealizar nuestra presencia en un mundo onírico que necesita sustantividad, para aspirar a una alucinante realidad.

Nuestro aliado es el tiempo, quien fija los plazos de nuestra fantasía con sus minutos, horas y días. Obstáculos que tratan de obstruir el libre tránsito del ingenio. Pero logramos emanciparnos con la ayuda de una entelequia que nos conduce inexorablemente hacia una eventualidad, nuestro destino, que no es otro que avivar la verdad y escapar de la mentira.

Sin embargo, no podemos dejar de dormir. El descanso nos hace descubrir una utopía que nos brinda regocijo y placer, porque en el momento de abrir los ojos, lo palpable, lo tangible, lo físico, nos hace ver la diferencia entre lo alucinante de lo terrenal y la ficción de la objetividad.

Un parpadeo es la señal que nos indica que estamos abriendo la puerta a lo evidente. Tapiamos la entrada para que no entre la claridad. El fulgor que necesitamos, para ansiar, está en el desear la verdad.

La pasión está latente en nosotros. Ella decide cuándo animar su presencia, para así activar nuestros sentidos. Sin embargo, encontramos prohibiciones, pero los obstáculos avivan el deseo…el deseo de vivir.

Entendemos que lo mejor de soñar es despertar viviendo, para sonreír a la felicidad y hacerle frente a la tristeza. Navegar en la fantasía siempre nos dará la sensación de que seremos libres. Libres para armar, para idealizar nuestra existencia en la sociedad que nos toca soñar.

Avivar nuestras fuerzas, para encontrar un cosmos fantástico, que antes no conocíamos, para despertar ese sentimiento, profundo y sincero, que estimula la energía que nos mueve hacia ese anhelo, perfecto y sublime, que es el despertar para soñar.

Al mismo tiempo, el recorrido que realizamos durante los años que nos toca vivir nos permite recaudar la información necesaria para interpretar nuestra existencia y, al mismo tiempo, saber plasmar con palabras nuestro devenir para hacer partícipes a otros de nuestros aciertos y errores.

La vida es maravillosa, es un don que debemos aprovechar. Sin importar las equivocaciones o los aciertos. Porque esa es la esencia de la existencia. Vivir a pesar de los obstáculos que nos toca salvar, aprovechando las oportunidades que se nos presentan y sacarle el mayor beneficio para explotar ese momento que se hace presente en escasas ocasiones.

Debemos desarrollar la capacidad de entender lo vivido. Realizar de vez en cuando introspecciones que aclaren nuestras dudas o nos indiquen la ruta a seguir. Hurgar en nuestro baúl de recuerdos los momentos compartidos o en solitario, que nos den esa luz que nos permita iluminar el resto del camino que nos toca andar.

Nunca olvidemos amar porque a través del amor sabremos expresar lo importante que son las personas que conforman nuestra vida. Amando aprenderemos a valorar lo sencillo sobre lo ostentoso. Amando podremos entender que cuando perdemos el aliento por alguien significa que no podemos vivir sin su aire. Amar para ser amado. Amar para ser respetado. Amar para ser recordado.

Hagamos de la vida una oportunidad única de existir. No la convirtamos en un padecer. A quien nos toca morar en este mundo por un tiempo determinado, tenemos que esmerarnos en transformarnos en factores de cambio para mejorar como seres humanos y, a la vez, hacerles llegar a otros esa sensación de bienestar, proyectando esa percepción de sentirnos vivos, apreciando lo más importante, saber vivir con el perdón, la dignidad y la fe en nosotros. Por eso, lo más significativo que tenemos que llevar a cabo los seres humanos es vivir y soñar.


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