“Deja de llorar y olvida el pasado; deja de soñar y pensar en un futuro incierto. Concéntrate en lo que tienes y vive el presente”. Eduardo Gaytán.

Bueno, pues nuevamente es lunes.

Esto de las semanas es una analogía de la vida. El lunes, te despiertas con el estupor de tener que comenzar a subir de nuevo la escarpada cima, con todo por delante y pocas ganas. Hasta que no llega el martes, estamos, o al menos yo estoy, en fase de calentamiento, como reconociendo el terreno, en plena pubertad semanal. El miércoles, ya te animas; a fin de cuentas, pasado mañana es viernes. Esto te hace encontrarte en plena conciencia de lo que te rodea, de por dónde va la semana, como en la mediana edad. Para cuando llega el jueves, estás en la madurez, con la consciencia, a veces falsa, de que lo peor ha pasado. Llegando el viernes, llega la certeza de que, de alguna manera, has sobrevivido a la semana, con la jubilación en puertas, que por fin, como un milagro semanal, se produce el sábado, dando paso a la “segunda juventud” y abriéndote de nuevo las puertas a la esperanza y la felicidad. Pero el domingo, desafortunadamente, te das cuenta de que esto se acaba, como en la senectud, pero con la certeza de que mañana te reencarnarás de nuevo, vapuleado, para volver a empezar.

Como dice el gran Pancho Varona, “yo no quiero domingos por la tarde”. Es cierto. Hubo una época de mi vida, cercana en el tiempo pero lejana en el ánimo, en la que el único día de la semana que no trabajaba era el domingo. Visto así, habría que suponer que el domingo era el día más feliz de la semana; pues nada más lejos de la realidad. Mi día favorito, tanto entonces como ahora, era el sábado. Cierto es que ahora no trabajo los sábados, por real decreto ley, pero aún cuando sí lo hacía, esa sensación de comienzo del fin de semana, esa certeza de que mañana no te levantarás para ir a trabajar, era algo indescriptible, mágico.

Sin embargo el domingo, con la seguridad de que mañana vuelves a la realidad, para mí queda empañado. Resulta una paradoja, que bien analizada significa que, muchas veces, la certeza de lo que está por venir no nos deja disfrutar lo que está sucediendo. Los árboles no nos dejan ver el bosque y vivimos mirando al futuro con ansiedad y al pasado con nostalgia.

Decía Nicanor Parra que “es un hecho bien establecido que el presente no existe sino en la medida en que se hace pasado y ya pasó… En resumidas cuentas, solo nos va quedando el mañana”. Puede que esta sea la clave. Vivimos el presente en espera del futuro, planteándonos objetivos a tiempo vista que, en la mayoría de los casos, no llegan a realizarse. Y llega una edad, y no estoy hablando de la vejez más severa, en la que uno debe plantearse que lo único cierto, lo único seguro, es el presente y no es tiempo ya de dejar para más tarde lo que tu corazón, tu alma y tu intelecto ansían.

Recuerdo muy bien, a pesar de que hace muchos más años de los que puedo admitir, que en un viaje que realizamos en familia por Europa, coincidimos con un hombre de edad avanzada, mexicano, al que llamábamos “Moustache”, por su bigotazo. A pesar de su edad, o quizá como consecuencia de ella, este hombre tenía un sentido del humor inteligente y lúcido. Un día, en una de las conversaciones que tenían lugar en los largos trayectos en autocar, me dijo : “En México, no nos damos los buenos días, como en España. Nosotros decimos ¿como amaneciste?. Pero, como yo soy tan mayor, a mí me dicen  ¡Cómo! ¿amaneciste?”.

Este hombre, por desgracia, ya estará en el rinchi hace bastantes años, pues esto que narro sucedía allá por 1985, pero nunca olvidaré sus ganas de vivir y su energía, que le habían hecho cruzar el océano para conocer Europa, supongo que siendo consciente de que ya no podía esperar a mañana.

Esa es la filosofía. No podemos esperar a mañana. Mañana es una abstracción, una hipótesis, mientras que hoy es una certeza. Así pues, si hay algo que ustedes quieren hacer, háganlo hoy. Puede que mañana no exista. Y no me estoy refiriendo, necesariamente, a comprarse un Mercedes, o un yate que, si pueden permitírselo y es lo que desean, también.

Me estoy refiriendo, principalmente, a abrazar a sus padres, a sus hijos, a su mujer o marido; a llamar a su hermano o a su hermana, no se nos enfade nadie. A pedir perdón, a decir te quiero, a ver aquella película, a pintar ese cuadro o a leer o, por qué no, a escribir ese libro.

Lo explicaba muy bien Joan Manuel Serrat en su canción “A usted”, incluida en el álbum En tránsito, cuando decía : “Antes que les den el pésame a sus deudos, entre lágrimas, por su irreparable pérdida y lo archiven bajo una lápida, ¿no le gustaría no ir mañana a trabajar y no pedirle a nadie excusas?, para jugar al juego que mejor juega y que más le gusta”.

No podemos esperar. Nos lo dicen los que nos precedieron, aquellos personajes, públicos o privados, que han poblado nuestra existencia y ya no están, como mi querido y añorado Paco, que dejó Asturias para labrarse un futuro en este Madrid detestable y maravilloso y que, cada vez que me veía me hablaba, con un brillo en los ojos, de que ya estaba próximo su regreso a su tierra adorada, hasta que un infarto fulminante lo mató en el portal de su casa una noche fría, a un año de jubilarse. Una historia triste, pero una realidad demasiado frecuente.

Así pues, como decía Pau Donés, otro ejemplo tristemente cercano, “vivir es urgente”.

Que el fin del mundo nos pille bailando. Vivan, pero vivan hoy.

@julioml1970

 

 

 

 


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