Eran las 10:00 de la mañana cuando entré en la librería para ver los nuevos títulos que llegan a finales de cada mes. Como un ritual, voy luego a la sección de los clásicos, y casi siempre salgo con uno de ellos en mis manos. El ambiente habitualmente es silencioso, cálido y seguro. Sin embargo, noté el cambio que habían hecho en la librería: movieron la sección de biografías al puesto de novedades; y donde se encontraban todas las obras de Shakespeare habían puesto las de Dickens y donde estaban las Dickens ahora se ubicaban las de Shakespeare. Nunca entiendo esos juegos extraños que hacen los libreros.

Recorrí el estante de novedades y a pesar de que por lo general esto me entusiasma todos los finales de cada mes, esperando encontrar realmente una novedad, me consigo con el mismo desenlace de siempre, es decir, no me interesa nada y enseguida me voy a los clásicos.

Luego de estar en el segundo piso y hojear algunos libros de historia y de sociología me tropiezo en la entrada con Davis, a quien conocí en uno de los tantos bares de Londres. Ese día que lo conocí era de mucha exaltación, ya que se jugaba el clásico de fútbol Liverpool contra Manchester United. Davis proviene de una familia de Escocia, donde sus abuelos y sus padres hicieron fortuna en el ambiente inmobiliario. Davis, a pesar de haberse graduado en leyes, en Cambridge, se dedica a la actividad financiera en Londres.

Me saluda con esa fraternidad muy particular en él. Me comenta que estaba buscando cualquier libro para distraerse y no pensar en el desastre y los desgraciados días que estaba pasando. De inmediato pensé en algo trágico con respecto a su esposa: ¿Qué pasa, Davis?, le pregunté, tomándolo del hombro y moviéndonos a la sección de clásicos, donde reposa Cervantes con su maravilloso tomo de Don Quijote. La desgracia de Davis era que se había echado a perder el calentador del agua, haciendo una gran inundación en todo su departamento; así que tenía que pasar algunas semanas en un hotel de lujo, mientras cambiaban la alfombra de toda su casa y arreglaban el calentador. Todo esto Davis lo contó con una gran tristeza en sus ojos.

A la vez que Davis me relataba su “desgracia”, yo miraba el tomo de Don Quijote y pensaba en Cervantes. Pensaba en aquella larga lucha con la galera Sol, donde cayó cautivo y en la que mandaba ; allí encontraron las cartas de recomendación de Don Juan de Austria y el Duque de Sessa. Entonces, creyeron que Cervantes era un caballero de mucha importancia, de quien podía obtenerse un gran rescate. Malherido y estropeado de una mano fue amarrado y vigilado muy bien. Cervantes ya no iba a donde quería sino a donde lo llevaran.

Debido a que Cervantes vivió y lo vio todo, no pude contenerme y tomé el ejemplar de Don Quijote. “¿Lo has leído?”, le pregunté a Davis, poniéndolo en sus manos. Davis lo miró, observó la contratapa y me respondió: no, con esa gran honestidad, típica en él. Lo llevé a la caja registradora haciendo que pagara el libro; Davis lo hizo sin titubear. Y dándole palmadas en la espalda caminé con él directo a la salida, diciéndole que luego de que leyera el libro iba a caer en la cuenta de que no era tan grave lo que le estaba pasando.

Eso me hace pensar que nos hemos llenado de tanto confort que cuando ocurre la más mínima desgracia no sabemos qué hacer con ella. Pasó un mes exactamente cuando volví a ver a Davis de nuevo, pero esta vez en el bar donde nos conocimos. Me dio la mano como siempre y me agradeció por aquel libro fantástico que le había recomendado y que era un estúpido en pensar que estaba viviendo una desgracia con respecto a lo de su apartamento.

El filósofo Heráclito dijo que la guerra era la madre de todas las cosas. En menor grado podemos decir que nuestras desgracias son la madre de nuestras cosas. Nuestras desgracias nos educan, aprendemos, nos desarrollamos en ellas. Es decir, ellas y el peligro del mundo nos hacen más fuertes. Si nunca hemos estado en momentos de indudable apuro vamos a estar más indefensos para las trampas del presente.

Y a pesar de la inteligencia artificial, toda la tecnología y medicamentos que tenemos a nuestro alcance, cada día somos más frágiles. ¿Por qué pienso que somos más frágiles? Luego de que el hombre recorrió la tierra, luchó hasta dominar los animales, con sus manos hizo la flecha, el arco, la espada y una nave que lo hizo llegar a la luna; nos hemos llenado de un confort que nos no nos deja ver y estar preparados cuando llegue el horror de la vida.


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