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Podemos afirmar que Venezuela es un contorno kafkiano, una elegía a su obra inacabada El proceso (Der Prozess); así como inconclusa se encuentra la obra póstuma de este escritor checo, nuestro país es un émulo de esa concreción efectiva, tangible y acotada de esta obra incompleta, en la cual se describe como de manera constante las cargas adicionales a la tarea de tener acceso a la justicia se hacían cada vez más complejas, macilentas e imposibles de sortear. Cada acto cotidiano revestía una mayor complejidad y una cada vez más tortuosa posibilidad de solución, así lo nimio era imposible de resolver, sencillamente la justicia como virtud ciudadana estaba alejada, ausente y era de imposible aprehensión, solo quedaba la frustración como vía, la rudeza de esos contornos kafkianos hoy pintan los vericuetos sinuosos de nuestra caída sin fondo, pues los países no encuentran nunca el guijarro que detenga esa sensación infinita de vacío, de caída de ingravidez y hasta de estado de licuefacción y efluvio de la verdad.

Cada día este país cual hijo de Dédalo, continua en su agónica caída: económica, moral, civil, ciudadana, es decir, multifactorial y con vaho a fracaso humanitario complejo; dejamos de ser un país y sencillamente somos un aluvión de inconclusiones, de fealdades, de vicios y de perversiones que desde luego sería inmodesto y arrogante evaluar únicamente desde el plano netamente economicista, es imperativo que el enfoque económico logre encontrar un asidero firme en la filosofía, más allá del abordaje de sus pensadores en el espectro de acción económica, para establecer un manifiesto usable, medianamente claro que suponga la agencia desde la emergencia, para rehacer a Venezuela.

Venezuela yace desmembrada, atomizada, escindida y extraviada, pues la madeja del hilo a la civilidad la perdimos en el laberinto de nuestro inmenso daño antropológico y en las falencia del Ethos que le han permitido a una banda criminal definida como un “gansterato” por una de las mentes más lúcidas y brillantes del mundo académico nacional, José Rafael Herrera, quien sin eufemismos ha logrado encontrar perfectamente el adjetivo que sea capaz de describir el nivel de regresión institucional del ejercicio del poder en la frenética y kafkiana Venezuela secuestrada por Maduro y su grupo.

La crisis es de proporciones tan abrumadoras, que el concurso de la economía como disciplina del saber, no es suficiente, y además supera las capacidades ancladas en la caja de herramienta para la resolución de este nudo gordiano, que nos asfixia y que parece no estar conformado por una urdimbre de hilos, sino forjada en la fragua de Hefestos y bruñido por las garras de la más absoluta y primitiva maldad, como sociedad hemos perdido la capacidad de ponernos en el lugar del otro, se nos extirpó la simpatía moral y la natural otredad que evoluciona hacia los niveles elementales de alteridad, somos un país sin semiología, sin identidad, sin moneda, sin valores, sin moralidad y hasta sin lengua, la semiología y los símbolos nos fueron abiertamente expropiados, se nos desmontó la identidad.

La lengua ha sido colonizada y cercenada para que sea útil como un torvo instrumento de comunicación elemental y básica, jamás con fines democráticos, virtuosos o ciudadanos. Nos hemos hecho insensibles al dolor, sufrimos una verdadera catatonía de la eudaimonía, en tal sentido no conseguimos ser más sanos, felices, armónicos y estables; por el contrario, con un lenguaje rígido no somos capaces de decodificar de manera elemental los niveles más superficiales de este inmenso precipicio desde el cual nos lanzó Chávez, el gran culpable de haber convertido a una sociedad entera en una inmensa y pestilente zahúrda, que supera en fetidez los establos del Rey Augias y cuya limpieza requeriría una esforzado trabajo imposible de cumplir ni por el mismísimo Heracles. Si el lenguaje se pervierte, también ocurre lo mismo con la razón y por ende con el pensamiento, una lengua sucia y procaz produce un pensamiento idéntico; tal propósito investigativo fue demostrado por el doctor Uslar Pietri, “La lengua sucia”, es así como desde el punto estrictamente del quebrantamiento social de un sujeto sin lenguaje y pensamiento quedamos despersonalizados y acotados por limites biológicos. El trabajo de la neolengua impuesta por el chavismo y copiada con éxito de la tiranía cubana, quien a su vez la plagió del III Reich, ha logrado el sombrío e inconfesable propósito de amputarnos la espiritualidad, dejarnos sin alma y por ende lograr no solo calificarnos como una fauna, que no es capaz de escalar zoológicamente al nivel de los invertebrados o en cosas tan nimias e insignificantes como el polvo cósmico, sino que como cuerpo social inerte aceptemos ser tratados desde esta taxonomía para la despersonalización.

Primero fuimos apátridas, escuálidos, traidores, cachorros del imperialismo, pavosos, estiércol, innecesarios, prescindibles, gente que se iba del país a lavar pocetas o simplemente estiércol, que se refugiaba de la metralla homicida de un régimen inmisericorde en las pútridas aguas del Guaire, durante las protestas del fatídico 2017, sucesos estos que parecen haberse borrado de la gnosis de un actor político que quiere asumir las funciones de oposición como si contendiera en los terrenos de la política sin comprender que se enfrenta a una coalición perversa que asume sin ambages el coste de reprimir y exterminar. Es menester recordar estos tránsitos del quebrantamiento político, no con el propósito de guardar rencor o actos de revancha, sino con la necesaria tarea de compilar la sistemática violación de la dignidad humana, a los fines de que logremos rehacer y refundar al país con la aplicación de la justicia como virtud ciudadana y no como elemento de simulación.

Estas líneas me permiten escribir o intentar hacer lo propio, con un verdadero horror que se desarrolla en el oeste de la capital, en el Cementerio General del Sur, bajo la administración de la revolucionaria Erika Farías, la alcaldesa que le agrega a su trayectoria la pulsión alevosa del chavismo de romper con occidente y sus formas, y suprimirle los Leones como emblema de Santiago de León de Caracas, por un adefesio que busca establecer que no hay vínculo con occidente, sino con el  fundamentalismo endógeno de la india Apacuana. No solo en el desmontaje del patrimonio el chavismo ha sido especialmente perverso, también en la impresión de un drama humano al patrimonio cultural recibido.

Los cementerios o necrópolis son desde épocas de los romanos lugares sacros, de respeto, y en el caso de algunas ciudades se han convertido en patrimonio artístico. Así, pues, el Cementerio General del Sur tenía obras emblemáticas, como el “Mausoleo de la Guardia Nacional”, de la extinta Policía Metropolitana, el “Mausoleo de Joaquín Crespo y misia Jacinta” (su consorte) y una cantidad de sepulcros de notables políticos nacionales.

Con la llegada de esta innominada situación no solamente las necrópolis de todas las ciudades han sido profanadas, sino que en particular el Cementerio General del Sur ha sido violentado en 68% de su capacidad, utilizado para  inconfesables rituales que no merecen respeto alguno sino singular repudio y condena. Es un acto detestable y contrario a la naturaleza humana profanar tumbas, escudriñar entre restos humanos, es algo singularmente disfrutado por esta hegemonía. Ni el propio Simón Bolívar escapó a esta propensión perversa, abyecta y macabra: en cadena nacional y en el más explícito impulso visceral del realismo mágico, fue televisada la exhumación del Padre de la Patria, para que un frenético Hugo Chávez, quien en vida padecía de una patología de locura moral, pudiera exclamar, también en cadena nacional “Eres tú, padre Bolívar”, un verdadero caso de personalidad vórtice que se complacía con la ira como política de Estado y que también caló en los tuétanos de nuestra sociedad como una suerte de lázaro social. Las pústulas de la lepra del chavismo nos fueron aislando cada vez más de la civilidad y del mundo.

Esta necrópolis capitalina, asaltada, expoliada y profanada bajo la mirada cómplice de la Alcaldía del Municipio Libertador, ahora exhibe las costras humanas de casas improvisadas en las tumbas. Como si se tratase de una reedición de un cuento del valenciano Pocaterra, “Los come muertos”, estas familias no son una sola cabaña o choza construida con las duelas de los ataúdes, como aquellos ficticios miembros de la familia Giuseppe, son cientos de familias que viven sobre las tumbas, entre las tumbas y dentro de las tumbas y mausoleos. A diferencia de los famélicos largos y malhechos muchachos de los Giuseppe, estos nuevos habitantes de las casuchas hechas con duelas, cartones, láminas de zinc y lápidas a guisa de casas, están también desnutridos pero ni siquiera cuentan con una turba de muchachos que los incordien, que se espanten por el hecho inconfesable de vivir entre cráneos, osamentas, vahos de excrementos y vísceras pútridas; los miserables de la realidad damnificada caraqueña adolecen de dolientes, nadie les grita “¡come muertos!”, nadie les censura, sencillamente se les indetermina, son borrados del relato.

En el relato de los Pocaterra el viejo Giuseppe, mugriento, torvo y de oficio informal, es aprehendido por robarse unas gallinas de las hermanitas de los pobres, un recurso diminutivo con el cual este gran valenciano de fina prosa fustigaba las posturas fariseas, acomodaticias e incompatibles con la caridad. En el Cementerio General del Sur se desarrolla un horror genérico extendido, la suciedad y la degeneración de la dignidad humana expresa su verdadero rostro, definiendo al chavismo como una entelequia ideológica que es por naturaleza productora de pobreza y miseria y a su vez los desprecia, el chavismo es aporafobia, pues estos come muertos de la revolución están condenados a la muerte con la cual coexisten, al fin del pulso vital de la eudaimonía.

Nadie puede salir bien librado de ese círculo tropical del infierno de Dante, tal vez del octavo círculo, el más feo, ese que no vieron ni Dante ni Virgilio, uno que se expresa como un furúnculo superficial, purulento y supurante de miseria y defenestración de la sociedad hacia una zahúrda de miasmas inmundas en donde el hombre deja de ser hombre, otro síntoma de gravedad entre este cementerio de la realidad y el de la pluma de Pocaterra, es que los habitantes o vecinos de la necrópolis caraqueña, no muestran signos evidentes de rectificación moral, como el del granuja ficticio que hirió a Mafalda, la joven hermana Giuseppe, y sintió otredad, alteridad y vergüenza de lo hecho, hasta el punto de entrar en un dilema ético, que le permitiera justificar las manchas de sangre, que suponían el desprecio al pobre y al miserable, en lugar de la necesaria caridad cristiana del auxilio y el rescate. Por el contrario el barrio vecino, del Cementerio General del Sur y del cual toma su toponimia, está plagado de sorda violencia, de absoluta crueldad, de atomización territorial por bandas delictivas que hacen vida allí, retando en connivencia coludida con la misma hegemonía que domina el poder.

Una ciudad de muertos en donde viven los desplazados, los desintegrados, esos a los cuales Chávez, les prometió una casa con sus ojos y su firma, una política social de la utilería y ficticia de un régimen avieso y felón, que hoy se hace la vista gorda frente al drama social de unos desplazados que lavan tumbas, cuidan osamentas y despojos de cadáveres, por el pago de un producto en un país sin moneda y sin lenguaje, pues en la palabra un “producto”, como pago reposa la rigidez de la lengua, su grado de daño y por ende la demolición de la razón.

Como corolario final, hemos perdido la capacidad de asombrarnos, aun erradamente calificamos que esta situación se puede resolver por las vías políticas y no entendemos que desde el desorden, la corrupción de la lengua y el desmontaje de la razón este país ha caído en esta vorágine de dificultades que hacen intolerable la vida, el drama del Cementerio General del Sur es un furúnculo superficial, un tumor superficial que explotó en sangres, miasmas y secreciones purulentas, la imagen de un país infinitamente pobre al que el chavismo no logró sacar de la pobreza sino hundirla en ella, la herencia de Chávez no se limita a la herrumbre de su sideral fracaso, que insisto requiere ser analizado más allá del economicismo y pivotarse en la filosofía para establecer un manifiesto usable, que defina y proponga vías verosímiles para lograr componer algo cercano al país que fuimos, ya que sería irresponsable e idílico indicar que un país escindido, descuartizado y vapuleado como este se puede componer de manera inmediata o volver a ese lugar común que tenemos de Venezuela y que lamentablemente reside en los sepulcros, osamentas y cráneos que completan el diorama cruel de una sociedad extinta. La herencia de Chávez se encuentra en los rostros famélicos de los casi bestializados hermanos Giuseppe, en sus hispidas cabelleras, en la mugre de las duelas que le servían de guarida y aún más en la indefensa Mafalda flaca, pálida e inmunda, quien no sabe ni tan siquiera defenderse y es objeto de agresiones, pero a despecho nuestro y para nuestra calamidad, no hemos llegado al nivel de conciencia del granuja agresor del cuento de Pocaterra, para sentir vergüenza por lo que nos hemos permitido hacer y hemos permitido que se nos haga.

Aún hay muchos trúhanes y filibusteros que se hacen pasar por pragmáticos, para indicar que se debe tener acercamiento con esta heredad cruel, cuyos hechos superan a las teorías de Jean Baudillard y nos siguen refregando contra el rostro que el mal es un sentido preeminente de desorden y caos que hace verosímil, laxo, potable y tolerable la coexistencia con este “gansterato”, como bien lo define el doctor José Rafael Herrera. No se puede ser intelectual y no denunciar estas tropelías, es incompatible la trayectoria académica con el silencio ante la denuncia, es más, resulta un acto de traición y de abandono impropio de un intelectual.

Aún quisiera que se me explique ¿cómo se puede sentir orgullo, honor y alteridad con esta hegemonía perversa? La respuesta a esta pregunta que es un gozne o bisagra al Ethos, es la absoluta amoralidad de quienes se aproximan a estos usurpadores buscando la carroña del erario convertido en botín y demostrando que eso que Spinoza denominaba cuadratura o geometría ética, les es ajena y por ende, desde la lógica de Baudillard son tan malos como quienes hoy nos secuestran, sencillamente pululan, reptan y callan.

Por el contrario, la virtud de la fortaleza nos hace denunciar que la hipérbole de vivir entre los muertos, en sus tumbas, con sus despojos y restándoles sacralidad a un terreno en el cual reposan los restos mortales de seres humanos, es la demostración más palmaria del culto a la muerte, a la oscuridad y a los vicios; con estos desesperados que se acomodan en las Duelas del Cementerio General del Sur, viven y duermen Thanatos y Hécate, vive la maldad cruda de una hegemonía que como Circe nos minimizó al punto de vivir como cerdos en un cementerio convertido en zahúrda.

Estos nuevos come muertos, no vienen de Calabria, ni huyendo de la guerra, vienen de las entrañas del chavismo, vienen de sus inequidades, de sus contradicciones de su maldad y de la capacidad perversa que han logrado para comprar lealtades, de las capas políticas que no se oponen a nada, pues el régimen no tiene opositores sino objetivos de guerra, el régimen no sabe actuar en oposición hacia alguna idea, sencillamente decidieron aplastarnos, demolernos, silenciarnos; igualmente tiene esta inmundicia la capacidad de haber colonizado algunos sectores de una seudointelectualidad sin talento, que solo busca la recompensa, el peculio inmediato y al saberse desprovistos de talento alguno han decidido pactar con el mal y conferirles un brillo mustio y sin valor.

Denunciar estos horrores es lo normal, la imagen de desplazados que comen de la basura, viven en las tumbas y coexisten con la muerte es sencillamente la hipérbole más inmediata de este caleidoscopio de horrores al cual nos tiene acostumbrado el régimen para hacernos la vida cada vez más pesada, más insoportable y por ende mucho más indeseable e incompatible con la dignidad humana.

«En tu lucha contra el resto del mundo te aconsejo que te pongas del lado del resto del mundo» Franz Kafka


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