Foto Neil Thomas

Hace unos días me topé con una foto en redes sociales sobre la nueva forma en la cual algunas familias están cocinando debido a la falta recurrente de gas doméstico. Esta es tan solo una de esas que circulan por allí, donde la invención en forma de meme intenta convertir en comedia a la viveza venezolana.

La foto era de la base de dos planchas (de aquellas usadas en labores caseras para planchar ropa, debo aclarar), colocadas boca arriba, conectadas entre sí con cables al aire y convirtiéndolas en una “hornilla eléctrica”. Tal como comenté anteriormente, estos artilugios propios de la reinvención o adaptación (palabras de moda en estos tiempos), denotan una característica propia del venezolano asociada a esquivar los obstáculos sin importar su impacto. Son una especie de garrocha a disposición de cualquiera con la intención de saltar lo más alto posible, llamada popularmente “viveza”.

Desde hace mucho tiempo comencé a evaluar esta característica como una que se basa en la resiliencia y denota esperanza. Siendo más exacto, desde la época de los conocidos “bachaqueros”. Mis discusiones eran ajetreadas con amigos, familiares y desconocidos en torno a la existencia de los mismos. Mi posición se centraba en la esperanza de reconstrucción del país en el futuro cercano, es decir, la mecha de comerciante que tenían aquellos que ejecutaban estas acciones y cómo podía ser direccionada esta fuerza al bien. Además, el nivel de liderazgo y organización que se debe tener para coordinar dicha jugada de negocio momentánea. Remataba mis argumentos destacando que la raíz del problema era el control de mercado existente, no la consecuencia de un mercado secundario. Admito que es difícil de entender para extremistas y personas con limitada apertura de pensamiento. También reconozco que una de mis características más evidentes es mi ceguera testaruda en optimismo ante el futuro venezolano, pero mis argumentos están bien sustentados.

Visualizaba –o visualizo– un país donde ese potencial de negociación, esa capacidad instantánea de encontrar brechas de mercado que potencian ganancias sea encauzado a un bien comercial o económico. Donde sea aprovechado para levantar los trozos de economía que nos queden, con reglas que mantengan condiciones claras, procesos de empuje y reconocimiento a empresas que sustentan estructuras y cumplan con compromisos fiscales y sociales. Existen países donde estas características de comercialización son una carencia importante y hacen esfuerzos titánicos por cultivarla en sus habitantes, incluso desde sus procesos académicos. En cambio a muchos venezolanos se les da naturalmente. ¿No es una función de los gobiernos, en sus diferentes poderes, controlar los límites de acción de sus ciudadanos?

Contradictoriamente, tal como la famosa frase de cocina : “es bueno el cilantro, pero no tanto”, esa característica de adaptabilidad ante los obstáculos nos convierte a los venezolanos en un pueblo que moldea a la mínima expresión la calidad de vida. Desde hace años hemos venido transformando todo lo que se desarrolla en nuestro día a día, con tal de continuar. Somos expertos en sacar el jugo de donde se supone no hay qué exprimir.

En ese proceso desgastamos todos los recursos, incluyéndonos. Para lograrlo desafiamos reglas, incumplimos leyes y forzamos procesos. Salir adelante, no importa el cómo, se convierte en la bandera que sostenemos y lo más grave, la batuta que entregamos a próximas generaciones. Ubicados en ese lado de esa característica, nos olvidamos de sentar los límites de las responsabilidades en cada acto. Es contradictorio que la resiliencia en su exacerbación conlleve al desinteresado pacifismo. Ese tan criticado y del cual no se hacen memes.

El reto de la educación, las familias como base de la sociedad, los dirigentes políticos y nosotros mismos como ciudadanos y humanos, debe ser optimizar el equilibrio de la “viveza”. ¿Cómo utilizar la fuerza de resistencia que esta característica imprime, sin abusar de los límites y exigiendo a los demás, o a cada responsable, que ejecute su parte debidamente? Esa es la potente pregunta que conllevaría a sacar lo mejor de ambos límites.

Mientras continúo en esa visión testarudamente optimista de cómo usaremos nuestra viveza para levantar a Venezuela, estaré atento en cada una de las actividades de mi día a día para no caer en ninguno de los dos extremos, pues son esos límites los dañinos.


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