El cine no cree en abstracciones ni enunciados literarios. Escuché decir que una frase como: «En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no puedo….»  es imposible visualizar y Dios es una presencia inasible, que jamás veremos maquillado y plantado frente a las cámaras a la espera del sonido de la claquetas que confirme la secuencia numerada del filme titulado ¡Dios está aquí!

Dios se niega a ser filmado y en su lugar permite que un actor como Jhon Travolta, por ejemplo, personifique a un ángel en Tal para cual, el estrepitoso fracaso de 1983 que aplastó la fama de Travolta al punto de que tuvo que esperar algo mas de diez años para que volviera a cautivar a los espectadores con Pulp Fiction.

También Satanás rehuye mostrarse ante las cámaras. Al igual que Dios se considera a sí mismo como una superestrella del cotidiano espectáculo terrenal. Sabe que es la esencia del mal y con Él se repite lo de La Mancha de cuyo nombre…  la frase que no puede ser filmada. Por eso prefiere enviar al cine a sus vasallos que juntos forman una legión. Es mas fácil alterar la forma humana del actor y transformarlo en macho cabrío, en monstruo horrible con cuernos, en agente viajero o burócrata de Wall Street. En el cine es fácil convertir a Satanás, es decir al Mal en serpiente o en murciélago aleteando en la noche. Son muchos los que ven en Drácula, el Voivoda, la personificación del fascismo, es decir, del Mal. Encerrado en el círculo de hostias sagradas pulverizadas por van Helsing el vampiro de Werner Herzog ordena a la sirvienta con voz dominante: ¡Barra aquí! y la sirvienta al barrer un trozo de círculo, el Vampiro salta sobre el espacio abierto en lo sagrado, sube al caballo y escapa gritando: ¡Tengo mucho que hacer!

El Mal envuelve al Bien en una perversa y astuta retórica que lo deja en la estacada. Actúa como el agua que al correr adopta las formas de todos los obstáculos que encuentra a su paso. Sabe cómo comportarse. Vive en nosotros. Puede ser obsequioso, amable y risueño, pero al mismo tiempo va preparando la caída de sus víctimas. ¡A Lucifer le gusta esconderse detrás de la cruz!

Puede suceder que el Mal anide en una sola persona que emplea rezos insidiosos, torcidas energías y logra derrumbar el alma del elegido de sus perversidades. No es un brujo. ¡Es un ser «humano» que disfruta derrumbando almas ajenas! También vive a sus anchas en hombres como Aparicio, el carcelero de la Seguridad Nacional en tiempos de Pérez Jiménez que al ver a dos prisioneros juntos gesticulaba y gritaba: «¡Epa! ¡Mucho conversándome con cuyo detenido!». ¡Cada tiranía tiene los torturadores que se merece!

Para atormentarnos, el catolicismo convirtió a Luzbel, el ángel más bello y luminoso, en un ser horrible y monstruoso para configurar el Mal con desmesurada facilidad. Intentó hacer lo mismo con Dios y se le ocurrió crear con torpeza un anciano de barbas y amplias togas blancas sentado en un trono. Un ser omnipresente, omnipotente y sexófobo en lugar de identificarlo con el aire que respiramos, con la luz de cada día o con nuestro empeño en combatir el Mal que nos acecha a cada instante, no solo en los desafueros e infortunios sino en los ingratos momentos que nos depara el narcotráfico o el militar sin honor usurpando ambos el poder, pero fingiendo ser políticos experimentados.

El Mal adquiere la forma de una oscura nube que cubre la extensión no solo del país agobiado sino las almas de muchos de sus habitantes erosionando sus espíritus, desatando corrosivas pasiones, fanatismos y crueldades.

Le gusta cambiar de nombre: Lucifer, Belcebú, Perfecto, Príncipe de la noche, Tiranía, Nazismo, Terrorismo, Populismo, Comunismo, Stalinismo, Maoismo, Mentalidad criminal, Voz única; Policía Secreta o Seguridad Política y va asolando países: Cuba, Nicaragua, Venezuela, Perú, para no alejarlo mucho.

Y me inquieta saber que se ha instalado a sus anchas en la pequeña comunidad donde hasta hoy yo creía vivir plácidamente.


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