Se dice por allí que la izquierda de tendencia marxista ha olvidado su ritornelo de lucha de clases y ha  puesto su mirada en otros conflictos, como las cuestiones de género (y hasta el mismo  cambio climático), para alimentar su lucha antisistema. Esto que no deja de ser verdad en algún sentido, no resuelve el problema cultural que se presenta en este momento en el mundo.

Evidentemente el continuo empoderamiento de las mujeres parece chocar con la violencia (física y no física) que se ejerce sobre ellas. En España han querido solucionar el problema con una ley (Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, 2004) que paradójicamente ha terminado siendo anticonstitucional porque rompe con la igualdad de los ciudadanos ante la ley, lo que agrava aún más el asunto y deja desprotegida a una buena parte de la sociedad, cosa que algunos no parecen ver porque están sumidos en una polarización cuyos precedentes más cercanos habría que buscarlos en el primera la mitad del siglo pasado. Pero el asunto sigue allí.

En Turquía un grupo de jóvenes acaban de ser fuertemente reprimidas cuando se disponían a cantar el himno que han hecho popular las chicas de Valparaiso, las cuales han mostrado su descontento –ya viral–  a través de la canción “Un violador en tu camino”. En Irán y Arabia Saudí bailan para protestar contra la violencia y el maltrato, y se les encarcela y procesa por ello. Algo, en fin, está pasando y no vale mirar a otro sitio como si no sucediera nada.

Por otro lado, son cada vez más frecuentes las polémicas en torno a la orientación sexual y la configuración biológica de los ciudadanos. Para decirlo simplemente, para algunos defensores de la teoría queer, por ejemplo (término acuñado por la profesora de la UCLA Teresa de Lauretis, cuyo significado es algo así como “extraño” o “torcido”), la orientación sexual de los individuos está determinada por la sociedad y la cultura y no por los rasgos biológicos del sujeto, como pueden ser su pene o su vagina.  Otra vez estamos ante el eterno problema filosófico de definir lo que somos por naturaleza o por cultura, pero ¿cómo conciliar el reciente y pegajoso himno de las chicas de Valparaíso con estas teorías de género?

Esta teoría en particular sostiene que todas las orientaciones sexuales tienen el mismo grado de normalidad o (anormalidad) y rechaza las clasificaciones fijas como pueden ser la heterosexualidad, la bisexualidad, la homosexualidad, la transexualidad, etc. Basado en los textos de Foucault sobre la sexualidad y la obra deconstructiva de Derrida, esta forma de pensamiento no busca fortalecer ningún tipo de identidad en especial, sino romper el mundo binario en el que vivimos, sin asumir una sola verdad y evitando las etiquetas y la estigmatización.

Sea como sea, lo que está en juego en los dos campos citados (el de la mujer que se resiste a ser tratada violentamente y el del sujeto que no acepta los cánones culturales que se le han impuesto) es el tema de la libertad. En ambos casos estamos hablando del espinoso tema de la libertad individual y más precisamente  el de la libertad sexual. Esto es, que la mujer ejerza el derecho que le asiste de escoger con quién y en qué momento desea tener sexo, pero también que ella y el individuo en general tenga la libertad de practicar el tipo de sexo que desee.

Seguramente estemos asistiendo, sin darnos cuenta, a una nueva ola de libertad sexual similar a la que experimentamos en los años sesenta, que se rebela, como aquella vez, contra todo tipo de impedimentos, llámese físicos, morales, sociales o religiosos.


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