Lo que podría funcionar en el combate del covid-19, si es que el régimen realmente quisiera hacer algún trabajo, es vacunar masivamente a la población con alguna de las inmunizaciones que han probado ser efectivas. Eso sería fácil. Pero la realidad es que los venezolanos enfrentan una peor epidemia: los asesinatos, y para esto los rojitos no han tenido respuestas efectivas.

El Observatorio Venezolano contra la Violencia registró en 2020 un poco menos de 12.000 muertes violentas. “4.153 corresponden a homicidios, 4.231 a resistencia a la autoridad y 3.507 muertes aún están en averiguación». 91% de las víctimas eran hombres, 68% tenía entre 18 y 40 años, 99% eran venezolanos y 14% de los homicidios se cometieron con arma blanca.

Sí, están matando a los jóvenes en plena edad productiva, y aunque la ONG reconoce que hay una disminución de los números con respecto a 2019, también se toma en cuenta que este fue un año atípico, en el que los venezolanos estuvieron encerrados. Esta es una realidad que no se puede ocultar, ni siquiera porque se desmenucen las cifras y queden casos que están sin resolver. Se sabe que las armas circulan libremente en todo el territorio y que la mayoría de los conflictos se resuelven con ellas.

Nada ha adelantado el régimen para detener este fenómeno, que obviamente es estructural y requiere de políticas muy bien diseñadas y ejecutadas. La violencia ya corre como parte del ADN del venezolano y es por culpa de la inacción de unos gobernantes que incluso cuando se dirigen a la gente golpean con sus palabras.

Para esto no hay vacuna, y lo único que se les ha ocurrido es cambiarle el nombre a la Fuerza de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana, como si con eso fueran a cambiar la historia que acompaña a este cuerpo represor. Son más los muertos a manos de los organismos policiales que los asesinados por la violencia, y eso hay que tomarlo en cuenta.

Esta enfermedad debe ser erradicada con educación desde la más temprana edad. Hay que enseñarle al venezolano que responder con violencia no es la vía que asegura el bienestar de la población. Pero primero, hay que acabar con la violencia del hambre y la violencia del discurso. Es un trabajo que evidentemente le queda grande al régimen.


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