El pueblo venezolano está sometido a una violencia de exterminio por parte de la corporación criminal, esto conforma una realidad incontestable y la realidad es la verdad. Como bien decía Helder Cámara: “No le tengas miedo a la verdad, porque por dura que pueda parecerte y por hondo que te hiera sigue siendo auténtica. Naciste para ella. Sal a su encuentro, dialoga con ella, ámala, que no hay mejor amiga ni mejor hermana. Ella te libertará”. Nada miente menos que la realidad.

La verdad es que nuestra gente muere por las peores condiciones de vida que hayamos conocido: salario indigno, desempleo galopante, insalubridad, colapso de la infraestructura y de los servicios públicos, falta de comida, electricidad y medicinas. Agobiante resulta la vida en nuestro territorio y de estas realidades habla la diáspora, que es una respuesta agónica por encontrar condiciones de vida decentes. Implica a su vez una bomba de tiempo la dura realidad de 860.000 niños que han quedado al cuidado de los abuelos. Padecemos el aniquilamiento de todas las estructuras y del tejido social que aloja en lo más profundo el gentilicio.

Venezuela se encuentra desinstitucionalizada por la mentira, el objetivo de esta generación es buscar y alcanzar la verdad. El régimen destruyó la educación que es el espejo de un país y su indicador de futuro. La universidad ha sido atacada y se le dificulta cumplir con su función de custodiar la memoria de una sociedad: tradición, pasado y un presente que se enfrenta a un futuro. Con hambre no se aprende y sin educación estamos condenados a la pobreza.

En 21 años de mentiras y enriquecimiento de los usurpadores, registramos 346.000 muertes violentas, 400 presos políticos sin debido proceso, una deuda inconcebible que monta a 136.000 millones de dólares y una caída de la producción petrolera a 654.000 barriles diarios.

El crimen organizado instalado en el poder pone en riesgo no a un país sino a un continente, ejecutando un plan desestabilizador.

El reto de la sociedad democrática es el cese del ecosistema criminal que incluye la amoralidad y conducir al quiebre histórico de los modelos mentales que aún perviven y forman parte de las causas que nos trajeron a esta tragedia.

Se dice que la causa de la Primera Guerra Mundial se debió a una gran crisis histórica enfrentada por pigmeos. Algo de esta orfandad política nos sucede a nosotros con una dirigencia vencida que carece de conciencia histórica. La pura ambición personal impide ver la realidad y el dolor de los demás.

El estatuto de la transición es un instrumento normativo magnífico que establece una ruta política compartida y que los politicastros quieren transmutar en separación del cargo –consejo de Estado paritario– y elecciones libres como nuevo mantra.

¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!


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