Foto EFE

El escándalo de la candidatura de Félix Salgado Macedonio a la gubernatura de Guerrero va a seguir hasta las elecciones de junio, si no es que mucho después. Sin llegar a ser el Waterloo de Morena -el estado no da para tanto a nivel nacional-, se ha transformado en un símbolo de la sordera de López Obrador, de su cinismo, de su ignorancia y de la incapacidad de sus colaboradores de hacerle ver lo obvio y flagrante.

El asunto reviste todas las características que ya han sido denunciadas por infinidad de mujeres y no pocos hombres, incluyendo a simpatizantes o militantes de Morena. No hay mucho que agregar al respecto. Un presunto violador en serie no debe ser candidato ni gobernador de ningún estado y punto. Pero eso no quita que un par de enfoques adicionales podrían ser útiles para entender hasta dónde es revelador de la hecatombe que López Obrador ha provocado en México.

En primer término, Morena no parece entender que el principio de presunción de inocencia es un principio jurídico. No vale en política, ni en la amistad, ni en el amor, ni en los negocios. Cuando Julio César se divorcia de Pompeia, aduciendo que su esposa debía estar “por encima de toda sospecha”, no le otorga ni el beneficio de la duda, ni acepta la necesidad de probar su culpabilidad; ni siquiera le abre el espacio para demostrar su inocencia.

En política, sobre todo en la era del #MeToo y en las coyunturas de combate a la corrupción, al racismo, al antisemitismo y a los abusos de poder, cuando la acusación es retomada por la sociedad o la clase política o la comentocracia (de cualquier país), la persona acusada, en los hechos está obligada a probar su inocencia. Tal vez esto sea injusto, y por eso en muchos casos -por ejemplo en las universidades de los países ricos- existen recursos de apelación o de reivindicación.

En la tradición individualista anglosajona, ahora casi universalizada en Occidente y sus excolonias, la obligación que tiene el Estado de probar la culpabilidad de un presunto delincuente descansa en la idea de proteger al individuo, por definición más débil que el Estado. Para Salgado Macedonio no hay tal protección, justamente porque no se encuentra bajo proceso.

Él tendría que demostrarle a sus víctimas, a los familiares de estas, a Morena, a los colectivos de mujeres organizadas, a los medios, que no violó a nadie. Ciertamente no es fácil probar un negativo. Pero hubiera tenido la oportunidad de lograrlo si se hubiera sometido a cualquiera de los juicios que podrían haberse emprendido en su contra. Por lo que sabemos, hizo lo contrario. Hoy paga las consecuencias de esa obcecación y soberbia. Cuando López Obrador dice que la presunción de inocencia debe operar a su favor, no sabe de lo que habla.

Como tampoco entiende las implicaciones de sus palabras cuando se remite “al pueblo sabio de Guerrero” y dice que la decisión de postular a Salgado Macedonio fue del pueblo y hay que respetarla. No fue del pueblo; en todo caso, se trata de una decisión tomada por quienes respondieron a la supuesta encuesta de Morena.

Pero aún habiendo sido el pueblo, este último se equivoca con frecuencia. En Guerrero, en México, en Alemania, en Estados Unidos, en el Reino Unido, en Brasil y hasta en Ecuador con “el loco” Bucaram. La tarea de liderazgo, de pedagogía, de concientización, consiste en alertar al “pueblo” cuando uno cree que se equivoca, y de explicarle por qué.

Los economistas desde hace décadas trabajan en el funcionamiento defectuoso de mercados dotados de información imperfecta o insuficiente. Los procesos electorales son parecidos. ¿Los guerrerenses saben que Macedonio ha sido acusado de violador en serie? ¿Que robó como los grandes cuando fue alcalde de Acapulco? ¿Que ha sido detenido por diversos ataques y delirios en estado de ebriedad?

Sobre todo, habría que preguntarse si el “pueblo de Guerrero” sabe que si Morena postula al violador en serie y gana, su elección será vista -con o sin razón- como la confirmación de todos los estereotipos que hay sobre el estado y sus habitantes. Será visto como la corroboración que “aquí somos muy machos” y que la candidatura fue lamentablemente aspiracional. En otras palabras, a menos de que López Obrador no esté simplemente fintando para al final tumbar a Salgado Macedonio y ceder ante la enorme presión de la sociedad civil organizada, Morena habrá ratificado lo evidente: los ciudadanos tienen a los gobernantes (violadores o no) que merecen. En Guerrero y en China.


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