La intolerancia, dicen, es parte de la historia humana. Nos inventamos diferencias que traban la convivencia social, mediante un menú variado de prejuicios que incluyen el machismo, la xenofobia, la homofobia, el extremismo religioso, la gordofobia, además de otras formas de discriminación que reciben menos atención y se vuelven casi invisibles como, por ejemplo, la glotofobia, un sesgo absurdo del que recién me entero, que lleva a juzgar a las personas a partir de la variedad lingüística.

La segregación racial

Del repertorio que recoge las discriminaciones, el racismo ocupa un lugar muy destacado, se trata de una de las más poderosas prácticas de humillación. A pesar de los esfuerzos por reducir sus efectos, sobrevive permeando las relaciones sociales, considerando inferior a quien lleva ciertos rasgos, asumiendo, sobre todo, que el color de su piel lo ubica en el escalón más bajo de la especie humana. En síntesis, la segregación sería, entonces, obra de la biología, no del entorno social, a pesar de que desde la ciencia se establece un tronco común conforme lo indica la denominada “genética de las poblaciones”, una disciplina que ha identificado la existencia de una cepa original y el tiempo en que, a partir de ella, se han ido produciendo las mutaciones.

Como bien dijo Nelson Mandela: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel. La gente aprende a odiar. También se le puede enseñar a amar. El amor llega más naturalmente al corazón humano que lo contrario”.

El racismo semeja una epidemia global, agravada por las crecientes migraciones originadas por las complejas crisis que sufre el planeta, obligando a un gran número de personas a abandonar sus lugares de origen con la pretensión de iniciar una nueva vida en otros sitios que son culturalmente disímiles y propensos en diversos grados, a la exclusión y a la sumisión por motivos raciales

El caso de Vinicius 

Su acta de nacimiento indica que se llama Vinícius José Paixão de Oliveira Júnior, conocido en la cancha como Vinicius Jr. Es brasileño, cuenta con apenas 22 años, ya está incluido en la lista de los mejores jugadores del planeta y hay quienes lo perfilan con posibilidades de entrar a figurar junto a los más grandes de la historia del balompié. Fue fichado por el Real Madrid por una buena cantidad de millones de dólares y actualmente se cotiza quién sabe en cuántos más.

Hace poco le tocó ser la figura central de un episodio que viene hablando muy mal del fútbol desde hace unas cuantas décadas. Fue protagonista de un hecho que, literalmente hablando, le dio la vuelta al mundo. Resultó víctima de una agresión racial, que comenzó cuando se bajaba del autobús que llevaba el equipo merengue al Estadio de Mestalla, sede del Valencia F.C, y continuó con más intensidad desde las tribunas, en el transcurso del partido.

Las cámaras captaron el jugador llorando en una mezcla de rabia, tristeza e indignación. Declaró que en “En cada partido fuera de casa hay una sorpresa desagradable. Deseos de muerte, muñeco ahorcado, muchos gritos criminales”. Los fanáticos contrarios se valen del tono de su piel para insultarlo, cosa que, por cierto, ocurre en un deporte que es cada vez más multiétnico, como lo demostró el Mundial de Quatar.

Vinicio Jr. lleva consigo, como tatuaje, una frase pronunciada por Bob Marley, famoso cantante jamaiquino, muy aficionado al fútbol, por cierto. Fue un mulato, hijo de un capitán de la Marina con ascendencia inglesa y de una escritora jamaiquina, y como tal padeció la discriminación desde pequeño. La frase advierte que “Mientras que el color de piel sea más importante que el brillo de los ojos, habrá guerra”.

La Casa ¿Común?

A propósito de todo lo anterior, recordemos que Artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos determina que todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Bajo esta declaración se han creado organizaciones y normas que, aunque obviamente han mejorado la situación, no han conseguido impedir que el racismo permanezca dentro del amplio y aún vigente, abanico de discriminaciones.

No terminamos, así pues, de asumirnos como terrícolas y aprender a convivir en la Casa Común, ni siquiera, en estos momentos, permítaseme esta breve digresión (que no lo es tanto), en los que se está cuarteando y abundan las goteras. En efecto, informes recientes advierten que se están sobre pasando los límites fijados con relación a ciertos factores (el agua dulce disponible, el área natural que se conserva, los niveles de contaminación, la capa de ozono, el cambio climático, en fin), poniendo en jaque, no es exageración, la vida en el planeta.

En fin, no nos percibimos como vecinos cercanos, a los que nada de lo que les acontece, es “afuera”. Observemos, si no, las señales que se envían desde la geopolítica: cada país amenazando al otro con su bombita nuclear en el bolsillo trasero.


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