“Ahora que la adolescencia es un septiembre lejano”. (“Ahora”. Ismael Serrano).

Hay un momento en la vida en el que empiezas a darte cuenta de que algo está cambiando. Las señales son sutiles, al principio. Detalles sin importancia, pero poco a poco, como pelusa en las esquinas, se van acumulando hasta dar como resultado una evidencia rotunda. Te estás haciendo mayor.

El problema es que cuando se hace evidente, ya no hay tiempo de reacción. Hoy, por ejemplo, ha ocurrido que hemos quedado a tomar un aperitivo con un grupo de buenos amigos que, por circunstancias, no nos juntábamos hace algún tiempo. No voy a entrar en que hace apenas dos o tres años, quedar para el aperitivo con esta gente suponía llegar a casa a las siete de la tarde, en un estado bastante lamentable, tras haber cerrado, en la tarde del domingo, al menos dos o tres bares; sin embargo, hoy hemos constatado, con extrañeza incluso, que casi la mitad de la manada estábamos bebiendo cerveza sin alcohol. Sí, incluso alguien lo ha comentado, algún viejo rockero que aún tira de botellín de Mahou, como debe ser. Yo, que no me sé callar, le he contestado que la cerveza tostada sin alcohol está muy buena.

La respuesta, además de lamentable, es mentira. Bueno está un bocadillo de calamares. La cerveza no la tomas, o al menos, no la tomabas para degustarla, sino para cogerte ese puntillo gracioso que te hacía echar una buena tarde. “ Estás hoy muy callado, Julio”, me ha dicho mi amiga Lupe. “Es esta mierda que estoy bebiendo, que me amarga la existencia, además del paladar”, le iba a contestar, pero, como dice mi mujer, siempre tengo que poner yo el toque sarcástico, así que me he callado, que calladito estoy más guapo.

No se vayan a creer que el mero hecho de no beber alcohol me ha llevado a las simas más profundas de la depresión. A eso ya me he acostumbrado. Lo que me ha llevado a tal situación han sido las conversaciones que hemos mantenido. Recuerdo una viñeta de la genial Mafalda en la que su padre, al agacharse a recoger algo del suelo, sentía un pinchazo terrible en los riñones, de esos que para mí se han vuelto tan habituales. El hombre, sorprendido, pensaba algo así como “ Bueno, eso  sin duda, será que he cogido frío. Seguramente me dejé una ventana abierta y… entraron cuarenta años”.

Bueno, pues nosotros hemos pasado de hablar de gilipolleces varias, de esas que copan la conversación cuando eres joven, a contarnos cuantas pastillas tomamos por la mañana. En serio. Hoy hemos hablado de que a Pedro le han quitado la vesícula, de que Javi ya no juega al padel porque tiene una hernia discal, de que Ignacio se va a hacer una colonoscopia porque tiene el colon inflamado; Maribel y yo también tenemos ya cita para la colonoscopia. Belén tiene alto el colesterol y mejor no hablamos de la colección de tranquilizantes y antidepresivos que han salido a relucir.

Con este panorama, no sé cuantos años nos quedan, pero lo que está claro es que se nos van a hacer larguísimos. No hay mal que por bien no venga.

Aún así, yo no cambiaría mi “espléndida” madurez por nada. Hacerse mayor tiene también, sin lugar a dudas, enormes ventajas.

Una de ellas, por ejemplo, la ilustra algo que me ha ocurrido hoy por la mañana. Como todas las mañanas, al levantarme, o poco después, he consultado Twitter. Esto, de por sí, ya es una ventaja. Antes abría el correo y ahora abro Twitter, que es mucho más divertido. Además, te das cuenta, a poco que seas un tanto analítico, de cómo va el mundo que te rodea.

Sí, Twitter es un termómetro cojonudo de la realidad. Bueno, pues como tengo 5.000 seguidores, que se dice pronto, siempre hay cuatro o cinco que leen mis chorradas. Esto, si ustedes son tuiteros, es una realidad como un templo. Tu escribes un tuit con una profunda reflexión sobre los graves hechos acaecidos en, no sé, cualquier punto del planeta, y tienes 2 o 3 reacciones, con un poco de suerte; luego, pones una foto de tus barbas porque es miércoles de barbas y te dan 250 likes. La humanidad está como está por algo, o será que, precisamente a determinada edad, ya no queremos problemas adicionales, que bastantes tenemos sin entrar en polémicas, y solo prestamos atención a las gilipolleces.

Bueno, pues esta mañana, a raíz de un artículo que saqué el viernes sobre el ocaso de la democracia, Julián, @_Somormujo en Twitter, al cual tengo que agradecer, por cierto, su fidelidad como lector, había reaccionado con un comentario en el que tildaba el artículo y a la reflexión que en él se hacía de “magnífica y valiente”. Al margen, como ya he dicho, de agradecer tan generoso diagnóstico, no he podido por menos que contestarle que expresar mis opiniones con toda libertad y franqueza, siempre que es posible, no es valentía. Es que estoy en una edad en que, al margen de las cuatro o cinco personas que considero referentes, todos familiares,  lo que los demás piensen de mi me importa una puñetera mierda. A Julián no se lo he dicho con estas palabras, pero el fondo era este.

Es verdad. A la edad que tengo, el que quiera, que me compre. El que no quiera, pues a hacer puñetas. Así que, ya puestos a ser sinceros, la prisa, la vergüenza y el pudor ya pertenecen al pasado, como la cerveza con alcohol.

De lo perdido, saca lo que puedas; y si la vida te da limones, haz limonada. Yo estoy muy feliz aquí, con mi orfidal, mi escitalopram y mi omeprazol. Al menos, ya no viajo con el ibuprofeno, el mejor amigo del hombre resacoso.

Y aún no recurro a la viagra… Pero todo se andará.

Sean felices. Y coman sano.

@julioml1970

 

 

 

 


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