Es importante resaltar las virtudes que tenemos en lugar de poner de relieve los defectos. Pero también es cierto que si no reconocemos que hay vicios arraigados en nuestro modo de entender la dinámica social, no será posible erradicarlos.

Se dice con frecuencia que los venezolanos somos alegres, chéveres, solidarios y luchadores. Hay quienes hacen alusión a nuestra naturaleza poco dócil y desordenada. Se dice también que somos fatalistas, conformistas, flojos e inmediatistas. Después de semanas de protestas, en las que muchas veces creímos que íbamos a salir airosos en nuestra lucha por la libertad, nos experimentamos también sumidos -al poco tiempo-, en un estado de tristeza grande al ver que nada ha sido tan rápido ni efectivo como hubiésemos querido. De un optimismo inmenso pasamos a una desesperanza abrumadora. ¿Cómo se explica esto? ¿Por qué un pueblo indócil y luchador puede también conformarse y resignarse hasta llegar a pensar -a creer firmemente-  que estamos condenados a los regímenes de mano dura? ¿Por qué a veces nos persigue la tentación de creer que somos un pueblo incapaz de comprender esa “abstracción de la ley”, como adujeron los positivistas? ¿Por qué un pueblo rebelde puede también ser sumiso? ¿Cómo se concilian estos extremos?

No puedo responder como quisiera en tan pocas líneas, pero sin posibilidad de argumentar mucho quiero dejar claro que considero que los hombres somos libres por naturaleza. Pienso que el curso histórico lo labramos nosotros, con nuestras decisiones, en medio de un entramado bastante complejo (y a veces misterioso) de otras muchas libertades cuyas intenciones nos son (y nos serán siempre, muchas de ellas) desconocidas. Esta realidad se concilia también, de modo enigmático y asombroso (al menos, para todo hombre de fe), con la efectiva intervención de Dios en la historia. Esto último no puedo abordarlo ahora. No es necesario hacerlo, además, pues lo que me interesa es tocar un punto en el que Dios no va a suplirnos, pues por algo nos hizo libres. Ese refrán de “ayúdate, que yo te ayudaré” es bastante cierto.

Para Augusto Mijares, el caudillismo ha sido una plaga en nuestra historia. Y aunque ese caudillismo primitivo (el de un Páez a caballo) no “exista” propiamente hablando, impera un vicio que tal vez no reconocemos sino solo en “el otro” (en este caso, en el régimen). Y este es, en concreto,  ese mal hábito de desear imponer la propia voluntad a muchos.

Una vez leí (no recuerdo dónde) que los políticos nacen en nuestras familias. Ciertamente, ninguno ha llegado de Marte. Todos son, de alguna manera -nos guste o no- reflejo de nosotros mismos. Es cierto que en esta vida no se puede generalizar y todo es bastante complejo como para pretender simplificar el drama que es la historia desde unas leyes que exoneran a los hombres de su responsabilidad personal. No todos estamos implicados de la misma manera con lo que sucede, pues efectivamente somos libres y por lo mismo no podemos etiquetar nuestros vicios ni nuestras virtudes como propios de un grupo X.

Hay, sin embargo, hábitos que adquirimos inconscientemente y se adoptan, se toleran, como “normales” y constitutivos de nuestro modo de ser venezolano. Aclaro: esto no significa que estamos determinados casi que genéticamente a ser de un modo específico. Esto negaría la libertad que considero que tenemos. Lo que intento decir es que hay hábitos que se han arraigado porque nos parecen tal vez naturales. Decimos, de hecho, “es que somos así” y con eso damos por terminada la reflexión. Pienso, sin embargo, que los vicios no se desarraigan hasta que no llegan al nivel de la conciencia. Y para que esto suceda se amerita de un mínimo de humildad, capacidad de reflexión y de reconocimiento de los propios defectos y carencias.

Muchos han intentado delinear el camino que nos puede ayudar a erradicar el caudillismo: ese estilo de gobernar que somete a la mayoría a la voluntad de uno. Aquí no hay espacio para ahondar en esto, pero sí para decir que en el país tenemos que empezar a pensar en la libertad de un modo distinto si queremos que este vicio cultural deje de ser una plaga. Tenemos que vernos en el espejo de lo que sucede, porque aunque nosotros no seamos parte del gobierno que queremos cambiar, algo tenemos que ver con el hecho de que hayan llegado al poder.

Pongo el ejemplo que me ha llevado a escribir este artículo. Es un hecho de la vida real, vivido múltiples veces en diversos “grupos”: llámese salón de clases, gremio, asociación de no más de quince personas, situaciones en las que hay que llegar a un acuerdo con varios. Pongo el ejemplo de un salón de clases de primer año de bachillerato: se va a “votar” por algo concreto. Se lleva a cabo la votación. Gana la mayoría abrumadoramente. Llegan dos alumnas al día siguiente (y detrás de ellas, sus mamás) y alegan que como no estuvieron presentes el día anterior hay que repetir la votación. El resto del grupo accede por la presión. Vuelven a ganar por mayoría. Las dos personas que deseaban otro resultado (y sus mamás) vuelven a insistir en una nueva elección. La mayoría accede por cansancio, porque han presupuesto siempre en sus mentes que hagan lo que hagan, las mismas dos personas de siempre van a hacer su voluntad, como ocurre siempre. Tercera ronda: “ganan” las dos que impusieron su voluntad. En realidad no ganaron: manipularon al grupo y se impusieron.

Me pregunto: ¿qué pasó? ¿Por qué un grupo tan grande se dejó dominar por dos personas? ¿Por qué no dijeron que no tenían que ir a una segunda votación y menos aún a una tercera? ¿Por qué no defendieron su voto? ¿Cansancio, entrega de su voluntad a otro que se impone con fuerza? ¿Flojera, debilidad, deseos de no pelear? ¿Percepción, tal vez, de que no es posible contradecir al más dominante? ¿Cobardía de hablar y decir lo que se piensa porque se intuye, de antemano, que la mayoría no va a defender más su posición (por cansancio), pero sí va a criticar el dominio de esas dos voluntades fuertes por detrás, en privado? ¿No es lógico que ante tal atropello se genere indignación en el irrespetado y se fomente algo que también vemos: el individualismo, la anarquía, y el deseo de resolver los propios problemas por cuenta propia, en vista de que el grupo no logra fortalecerse para defender su postura?

Mi conclusión: no es posible ganar una batalla grande si no hemos educado para elegir, para defender una postura, una justicia, una batalla pequeña a un nivel tan elemental. Aquí entra en juego otro tema fundamental en Venezuela: la educación en la libertad, en la importancia que tiene el hecho de no suplir la voluntad del hijo, de dejarle ser ayudándole, sí, a descubrir sus talentos y a discernir sus inquietudes con todo el amor de que uno es capaz, pero sin dominar su intimidad.

El estilo autoritario, al igual que la democracia, empieza en casa y continúa en la escuela y en los lugares de trabajo. Y no creo que es cierto que a los venezolanos nos gusta que nos manden. Pienso que lo que sucede es que no hemos ahondado en la libertad interior, en la conciencia, como el lugar en que toda persona coordina sus deseos con sus acciones haciéndose consciente de lo que sucede en su intimidad, y autodeterminándose al fin que ha discernido como el suyo. Mientras esto no se arraigue como nueva forma cultural, el vicio del autoritarismo dominará en todas partes: no solo en los políticos. Y nos cansaremos, sí, y pensaremos (Dios quiera que no) que no podremos contra esto.

 

 


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