Pelosi / Taiwán
Foto: EFE/EPA/

La polémica visita de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos, a Taiwán ha creado fuertes tensiones y da lugar para hacer algunos comentarios sin perjuicio de que cada quien pueda tener su propia interpretación. A continuación algunas reflexiones iniciales.

Se  ha dado una demostración innegable de la solidez de la gran democracia estadounidense exhibida en este caso a través de la separación de los poderes. El jefe del Ejecutivo -Biden- que apenas días atrás tuvo conversación telefónica con Xi Jinping- estimó que la visita no era conveniente y la titular de una de las Cámaras decidió no atender la recomendación. En cualquier lugar ello hubiera sido motivo de agrias disputas, pero en Estados Unidos la congresista tuvo derecho a que se le facilitara una aeronave de Estado, con matrícula militar, sin que por tal razón se violaran las instituciones ni salga ningún lengua suelta (Diosdado) con amenazas o improperios sin derecho a réplica. Naturalmente, hay quienes han manifestado desacuerdo. La Constitución -para bien o para mal- allí se respeta y acata.

Este columnista considera -sin entrar a evaluar la oportunidad del momento- que el viaje es positivo para restablecer los equilibrios internacionales en tanto y en cuanto significa “poner un párate” al bullying de China que desde hace tiempo viene llevando a cabo provocaciones diplomáticas y actos de fuerza que no venían siendo objetados con la energía que ameritan (amenazas continuas a Taiwán, reclamo ilegal de soberanía y mar adyacente en las islas Spratling cercanas a Filipinas con construcción de muros e instalaciones militares, manipulación de su moneda en perjuicio del comercio internacional, violaciones flagrantes a los derechos humanos de las minorías, espionaje industrial, etc.) A ello agréguese la percepción generalizada de que al presidente Biden le faltan las agallas que -para bien o no- exhibía su antecesor. Aun siendo que Biden desaconsejó el viaje, ha quedado en evidencia que Estados Unidos también tienen la decisión de establecer algunos límites.

Quedó claro -al menos hasta que se escriben estas líneas- que tanto China como Estados Unidos han preferido hasta ahora manejar una crisis controlada y no desatar la confrontación total. Por ahora ambos lados muestran los dientes pero nadie se atreve a la primera mordida. Así lo reveló el zigzagueante vuelo de Pelosi entre Singapur y Taipei, que de tres horas normales que suele demorar, se extendió a siete horas para evitar el sobrevuelo de áreas controvertidas. Lo mismo con las incursiones de aviones militares chinos cerca -pero no demasiado cerca- de la ruta de vuelo de la aeronave oficial de Estados Unidos.

Queda claro también que la política internacional en general – y la nacional también- se aleja cada vez más de la coherencia con los enunciados principistas. Eso es lo que los políticos llaman realpolitik y que se revela en el hecho de que Pelosi pone al mundo en ascuas viajando para promover los sagrados principios de la libertad y la democracia que son fundacionales de Estados Unidos, en tanto que apenas unas pocas semanas atrás el presidente Biden viajó a Arabia Saudita, donde estrechó entusiastamente la mano del autócrata Mohammed Bin Salman (príncipe heredero y gobernante de facto) de ese país, ante quien abogó por que aumente la producción petrolera para ayudar a resolver la escasez energética de Estados Unidos y Europa. Igual ocurre con Venezuela, donde Washington -en nombre de la democracia- reconoce a Juan Guaidó, pero eso no es impedimento para que delegaciones oficiales visiten Caracas en busca de las facilidades petroleras requeridas para lograr el descenso de los precios de la gasolina (hoy en casi 5 dólares el galón), un tema fundamental tomando en cuenta la crucial elección legislativa de medio término pautada para el próximo mes de noviembre, en la cual las cosas no lucen color de rosa para la actual administración.

También se hizo evidente un aspecto que además de comercial se ha convertido en estratégico, como lo es la fabricación de semiconductores (microchips), hoy indispensables para casi todo producto electrónico. Taiwán produce 60% del consumo mundial, pero la actual crisis política (Rusia-Ucrania) ha obstaculizado fuertemente la entrega de esos componentes, lo que ha causado serias alteraciones a los mercados de automóviles, teléfonos y comunicaciones en general. Cómo será la cosa de grave que el Congreso de Estados Unidos, dentro del cual la pugna partidista no permite el avance de ninguna iniciativa legislativa, en este caso particular sancionó en apenas semanas -en forma bipartidista- una ley que tiene como propósito dar incentivos para la fabricación local de semiconductores. ¿Cuál fue la única visita privada que hizo Pelosi en Taiwán? Pues a la firma TSMC, el mayor fabricante mundial de esos cruciales componentes que “casualmente” está construyendo una planta en Arizona.

Así, pues, mientras los actores de las grandes ligas nos colocan casi que frente al precipicio, los de la liga de Criollitos (Cuba, Venezuela, Nicaragua) permiten que sus territorios y mares sirvan de escenario para unas maniobras o juegos militares por parte de contingentes extracontinentales, que poco o nada tienen que ofrecernos sino tan solo colocarnos como peones en un tablero que no controlamos.

@apsalgueiro1


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