Estación La Revolución

Y el autobús salió. A la hora prevista como los tiempos de Dios en la perfección. Desde la estación roja de La Revolución hasta la última parada –El final– denominada muy acertadamente como La Democracia. Un largo y accidentado recorrido donde se tendría que sortear todo género de obstáculos y barreras que se opondrían sin ningún tipo de escrúpulos desde el alto poder para impedir el viaje, hacer más incómoda y más difícil la travesía, y negarles la llegada al alto definitivo donde campeaba la libertad, la independencia, la soberanía, el Estado de Derecho y la vigencia de la Constitución Nacional; y donde se encontraba la clave para la unidad de la nación con el retorno de los 7 millones de venezolanos que hacen diáspora alrededor del mundo. A eso se le llama El final. La unidad salió full con sus pasajeros, algunos con boletos rojos camuflados, misionados para el sabotaje y otros de billetes azules encubiertos para meter el freno de mano oportuno; muchos no pudieron subir por capacidad, pero están esperando los resultados. Todos se sienten alentados y motivados en el objetivo de llegar hasta esa meta. Muchos de ellos decidieron asumir el riesgo a sabiendas de que por la edad esta era su última oportunidad de vivir en un país libre. Los viajeros llevaban ánimo de resistencia combativa, espíritu guerrero de rebelión y aliento de insurrección hasta para obligar al conductor que no se saliera de la línea fijada de antemano en culminar el recorrido hasta las últimas consecuencias. Así lo habían interpretado todos los que se habían embarcado. El ticket que se había comprado era directo hacia el futuro. En este autobús se tenía la opción de tirar la parada del Florentino Coronado de la novela Cantaclaro de Rómulo Gallegos… “Cambiar el menudo por la morocota”. Hasta el final se había dicho y para eso todos se habían enrolado como si la patria hubiera lanzado a los cuatro vientos el cornetazo de ponerse una bota de campaña, terciarse un fusil y hacer una marcha de aproximación para ejercer el voto. Este viaje era para combinar de manera vectorizada dentro de la democracia y en la Constitución; y haciendo la presión necesaria la movilización paralela de la fuerza de las armas de la soberanía del pueblo en la calle con el voto depositado y ponerlas a coincidir en un punto de la ruta donde la victoria definitiva forme parte del itinerario conclusivo. Hasta el final, pues.

Alcabala de las elecciones primarias

En coincidencia, el viaje se inició con un evento político del país. La movilización de calle y la inscripción de las candidaturas de la oposición para sus elecciones primarias donde se iba a seleccionar el candidato que los representaría en las elecciones presidenciales del año 2024. De manera que era un evento que se aparejaba. Tal como esta actividad política, aquel era un viaje hacia un mejor futuro para todos los pasajeros y lo habían planificado para que todos llegaran hasta el final; precisamente como la candidatura que surgiera de esa elección. Hasta el final. Siempre pensando mal que cualquier evento sobrevenido pudiera surgir de esta actividad desde donde pudiera alentarse una opción que convenga al statu quo. Todo es posible. Esta es una alcabala superable.

Alcabala de la inhabilitación

Cada uno de los pasajeros es consciente de que desde la estación principal se podía inhabilitar al conductor y negarle la posibilidad de continuar el viaje al frente. Le podían suspender la licencia para conducir, bloquearle el certificado médico, levantarle un expediente por terrorismo y traición a la patria para incapacitar sus habilidades, sabotear el autobús y hasta iniciar una persecución policial para impedirle seguir al frente de la unidad y paralizar el viaje. Y sobre eso se habían mentalizado todos para continuar el trayecto hasta el objetivo ya establecido y nuclearse en una sola unidad que se sublevara y se alzara hasta en todos los extremos que establece la constitución nacional y la historia de Venezuela. Se estaban jugando a Rosalinda. El futuro.

El tramo del consenso

Cualquier muerto se puede aparecer en este trayecto que pueda cargar de manera paralela otro pasaje para hacerle el juego a la estación principal y administradora oficial de la vía. Una manera de desmontar a algunos compañeros de ruta con el chantaje de la unidad. En ese trecho, ya todos saben que ese carruaje tiene un destino distinto y una ruta diferente hacia la democracia. Es un rumbo de cohabitación que levanta las banderas de cambiar todo para no cambiar nada a la manera gatopardiana. Este puede ser un tramo bien accidentado y peligroso. Y a lo largo de él se van a recibir disparos de todo calibre, asaltos de toda naturaleza y las emboscadas más insólitas desde donde se van a recibir ráfagas de lado y lado. Mientras el conductor y los pasajeros tengan claro el objetivo, nada debe sacarlos del camino y del terminal de llegada.

La desviación de la desaparición

A lo largo del recorrido, en cualquier lugar inesperado y sorpresivo de la carretera puede aparecer uno de esos típicos mensajes que nos deben poner a saltar todas las alarmas: “¡Peligro! A 500 metros, desviación” y en general a todo lo largo del recorrido. Eso impone que conductor, colectores y pasajeros deben activar todos sus mecanismos para superar exitosamente esta posibilidad de alterar la trayectoria y secuestrar la esperanza que está montada en este viaje. “¡Peligro! A 400 metros desviación” en una carretera como las venezolanas puede ocurrir cualquier cosa, desde la rutinaria matraca institucional se pasa a la más extrema como el secuestro y el asesinato. “¡Peligro! A 300 metros desviación” hay que pelar los ojos desde antes de arrancar. Antes de montarse, antes de acercarse a cualquier multitud concentrada y ante una turba que se desencadene repentinamente “¡Peligro! A 200 metros desviación” y mantenerlos mucho más abiertos durante el viaje. “¡Peligro! A 100 metros desviación” hay muchos riesgos que sortear en el itinerario y nada debe dejarse al campo abierto de la aventura, en la exposición y la improvisación.“¡Peligro! Desviación”. Las contingencias que pueden surgir de un albur no cubierto, de la puerta abierta de un azar, de un lance derivado de la adrenalina, de un trance de improviso, de una etapa no planificada pueden desviar la ruta de este viaje hacia otro como el que se inició el 16 de marzo de 1978 en la avioneta que trasladaba al también candidato presidencial, Renny Ottolina. Este viaje que se inicia para llegar hasta el final es como la admonición esa del matrimonio… hasta que la muerte los separe. ¡Peligro! ¡Desviación!

La alcabala del fraude

Este debería ser el espacio más peligroso del recorrido. Su calificación se irá alimentando a medida que el vehículo se vaya aproximando a la última estación. Y en la proporción de que el desplazamiento se vaya alimentando en el éxito de sortearlos a cada uno de los obstáculos que se presentan. La administración roja de la autopista irá sembrando de minas más complejas y mucho más oscuras y mortales en la ruta. El tino de la denuncia oportuna, el juicio de vocear a los cuatro vientos cada evento siniestro, la madurez y el sentido y la proporción de hacer historia de imputar con cada suceso fraudulento que pueda interrumpir la llegada victoriosa al objetivo, de acusar ante la comunidad nacional e internacional cada contingencia pícara y tramposa para alterar los resultados definitivos, de cargar con la precisión de un francotirador cada acaecimiento engañoso antes, durante y después de la salida deben tener la previsión de la actuación de todos con la conducción del liderazgo al frente y corriendo responsablemente con todos los riesgos inherentes. La estrecha comunidad de la conducción con los pasajeros debe tener la capacidad de ejercer la fuerza de calle necesaria para restituir los derechos y recuperar las demandas que se llevan implícitas en ese viaje hasta el final. Un buen momento para someter a una prueba de fuego –literalmente– a los militares que cogobiernan y sirven de sostén al régimen y también a nuestro liderazgo y al pueblo que lo sigue. Este último aliento del recorrido con la presencia del hecho tramposo de alterar, de modificar y de trastornar la verdad soberana atribuida al pueblo en el voto será la prueba de oro para la conducción del autobús, para los pasajeros y para quienes se quedaron en la estación inicial para aplicar la fuerza de la calle.  La promesa es llegar hasta el final y si esta última alcabala –la del fraude– se supera, el camino queda parcialmente expedito y abierto hasta la estación de llegada. La de desembarcar y tomar las maletas hacia la unidad de la nación.

Estación La Democracia

El final es el cambio político parcialmente. Y el cambio político es democracia, paz, estado de derecho, constitución nacional, libertad, soberanía, independencia, unidad de la nación. Y el reencuentro con los siete millones de venezolanos que hacen parte de la diáspora alrededor del mundo. Ese es el final. Durante el cambio político oficial y formal no se podrá decir en integralidad que llegamos al final. Hay que desmontar toda la estructura armada para especialmente diseñada y ensamblada para perennizar el actual estado de cosas políticas, sociales, económicas y militares en esta estación. Vendrán tiempos tumultuosos, y vaivenes políticos y militares alentados desde el mismo régimen saliente y estos se expresarán en inestabilidad e ingobernabilidad ejecutados por los grupos ad hoc creados oficialmente para generar violencia. Ese periodo de provisionalidad será la antesala hacia la transición de la democracia. Ese será el cambio político. Ese será el final anunciado.

Esa es la trayectoria que tenemos por delante. Lo otro es no llegar hasta el final y esperar otro autobús que sale de la Estación La Revolución en 2030.

 


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