¿Puede alguien, con el más mínimo sentido de la vergüenza venezolana, ser capaz de entender, comprender, que un embajador extranjero sea invitado a formar parte del Consejo de Ministros del país donde ha sido acreditado y cuyos intereses representa y defiende? Planearlo es ignorancia insolente, impudicia política, bofetada a la ciudadanía de principios, valores y buenas costumbres.

Se podría pensar que al menos los militares, que juraron ante la bandera defender la soberanía e independencia de Venezuela, no tolerarían tal despropósito. Que un general de la república, con soles en sus presillas, más de treinta años de carrera, y otros castrenses que forman parte del Gabinete Ejecutivo, soportarían sumisos su juramento solo por cumplir la orden de quien claramente está demostrando que, no importa donde haya nacido, no tiene la venezolanidad mínima para ejercer la Presidencia. Venezuela nunca antes fue ultrajada con tanta inquina.

Mucho peor que impertinencia e intrusión cubana es el sometimiento pusilánime, confeso e inútil, vergonzoso, aberrante, abyecto, del régimen venezolano. Incompetente, torpe, despilfarrador, y ahora, perjuro. No importa si Raúl Castro o Miguel Díaz-Canel lo exigieron, realmente lo denigrante, descorazonador, enfurecedor, es que se haya pensado, aceptado y proclamado públicamente. No hay antecedentes conocidos de colonialismo en el cual un país dependiente económicamente de otro ejerza en lo político de guía y tutor. ¿No les avergüenza tal injerencia? O ¿solo se confirma la proscripción de la República y su soberanía?

Es triste, frustrante, indignante que el presidente de Venezuela haya invitado al régimen cubano a integrarse a su Gabinete. ¿Qué clase de mujeres y hombres forman este gobierno? ¿No les basta con generar la mayor catástrofe ética, moral, social, política y económica en nuestra historia, para además abrirle puertas al castrismo? Nos han quitado todo, futuro, petróleo, libertad de pensamiento y expresión, derecho a esperar un país mejor, y ahora nos roban el orgullo, borran de un plumazo y sin tapujos la vergüenza nacional. La relación Venezuela-Cuba pasará como un triste ejemplo, de una nación libre, democrática, próspera, que le prometieron ser potencia, entregada al comunismo indigente, convirtiéndola en un afligido y patético país.

Son Simón Bolívar y su trascendencia echados al pipote de la basura, borrar los tres colores de la bandera con un grosero, asqueroso y viscoso escupitajo, con vómito ácido de la apostasía y deslealtad, es dejar esa historia y soberanía, realidad de nación que conquistaron en los campos de batalla y un pueblo consolidó a lo largo de doscientos y pocos más de años creyendo en una patria soberana, es dejar de ser venezolanos.

Aceptando esa máxima y absurda injerencia, admitimos que ya no tenemos nación, hemos caído en el infierno humillante de no ser, porque no somos venezolanos ni cubanos, simplemente dejamos de ser. Como ciudadanos debemos rechazar semejante aberración.

Ahorrémonos los costos de nómina de un ejército que puede ser echado, no es necesario, pues no tiene soberanía que defender, de eso se encargarán los cubanos. Y podremos economizar en el pago a empleados, en la burocracia de un Estado que dejará de serlo, solo produciremos petróleo, oro y minerales como aporte colonial al que de una vez será el único y verdadero administrador, el que funciona en La Habana.

Maduro y el ex militar líder del partido que quitará la “V” de sus siglas, el grupo que forman parte de esta caterva cómplice de la vergüenza que llaman “alto mando”, deberán modificar uniformes cuando Cuba los integre a sus filas; los políticos comercializables que vociferan el legado de Chávez, los colectivos que solo saben asustar y lapidar a sueldo, podrán viajar a La Habana para visitar, rendir homenaje y humillarse ante la roca que aplasta las cenizas de Fidel, doblegarse y hacer deferencia al asesino Che, levantar el puño y gritar con emoción orgásmica “¡misión cumplida!”

@ArmandoMartini


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