El gobierno, militarmente hablando, es fuerte y está resuelto a destruir y hacer desaparecer a la oposición, pero aún con toda su vesania y todos sus soldados, fusiles y tanques, sabe que está ubicado en el bando de los perdedores históricos.

La razón está al lado de la oposición, aunque esta carezca, por de pronto, de la fuerza necesaria para imponerla y hacerla respetar por el régimen y su sistema opresor. Se necesitan líderes y organizaciones políticas y sociales que inspiren a toda la nación con sus ejemplos y actitudes y que hagan revivir las esperanzas del pueblo venezolano en los momentos sombríos por los que estamos atravesando.

A todo opositor le gustaría derrotar al régimen en todos los campos, pero en estos momentos esa victoria total está fuera de nuestro alcance. La lucha entonces se sitúa en otras circunstancias. Por una parte, la movilización de la gente en las calles del país es un camino intermedio entre la violencia política y las negociaciones. La masa ciudadana requiere de algún modo  canalizar su ira y frustraciones y tratar de obtener soluciones integrales a los problemas que confronta; en tal sentido, una campaña de acción masiva y el aprovechamiento de las ventanas democráticas que aún perduran, constituyen el mejor modo que la oposición dispone para canalizar esas justas reivindicaciones.

Hay que tener presente que la confrontación con el régimen no es para establecer un armisticio en que una de las partes le imponga a la otra los términos de la convivencia futura como si de un enemigo derrotado se tratara. La lucha que debemos librar debe conducir al país a la extinción definitiva de unos gobernantes y un sistema opresivo cuyas acciones se orientan a mantener «de jure» a la mayoría de la población en una posición de inferioridad respecto a los seguidores del régimen. Se trata de evitar la consolidación de un monolítico sistema, perverso en sus detalles, implacable en sus propósitos y despiadado en su proceder.

Los chavistas, miserables subalternos de los cubanos, empezaron a gobernar con la luz de la esperanza y están terminando su nefasto régimen regodeándose en el pantano de la ineficacia y la corrupción y subrepticiamente escondiéndose entre las  sombras de un país que destrozaron por su irresponsabilidad y carencia de visión de lo que significa y comporta el compromiso de ejercer el poder. En estos tiempos, el régimen trata de auto legitimarse mediante la irresponsable y demágogica entrega de recursos que no tiene y que crea de la nada, al tiempo que   manipula dolosamente  las leyes, la Constitución y las instituciones de la nación; pero, se deslegitima por vía del crimen y las acciones dolosas que a diario comete contra la pureza que debe acompañar el desempeño del Estado.

Atrás quedaron los tiempos del caudillo destructor de la democracia y de los valores ciudadanos. Su visión de gobierno, Estado y revolución ya no significan lo mismo; esa noción ha perdido toda legitimidad y se ha convertido en una farsa. Solo les sirve, a los forajidos que mal gobiernan, para paradójicamente decir, tengo el poder para no tomar ninguna decisión y hacer lo que nos venga en gana. El régimen tiene  como líder un pésimo servidor público y un fiasco como político  que se ha aislado cada vez más y más y que acabó por creer sólo lo que sus mandantes cubanos y la recua de facinerososle hacen creer.

El fracaso del régimen se evidencia en conducir un país de millones de habitantes a los que no puede darle trabajo, comida o educación; un país que no sabe emplear a los cientos de miles de obreros que necesita para construir carreteras, escuelas, viviendas, hospitales, fábricas, enriquecer los campos y manejar adecuadamente los recursos naturales; un país donde el hambre la ignorancia, la desatención de la educación, la salud y el desempleo conducen al crimen y a una criminalidad que lo invade todo; un país abandonado por las autoridades en donde el orden se desintegra: el militar, el policía, los jueces, los ministros y otros funcionarios son criminales y los líderes del partido de gobierno unos corruptos.

No obstante, el desgobierno de Maduro y su combo de malhechores está sometido a una creciente y combativa presión de la comunidad internacional. Son varias las naciones del orbe que han establecido sanciones contra individuos e instituciones del régimen porque  rechazan las formas dictatoriales y violadoras de la dignidad y los derechos humanos que éste utiliza para ejercer el poder. Asimismo, la comunidad internacional sistemáticamente nos envía, a los opositores, el mensaje que están con nosotros, pero que la responsabilidad es nuestra y de nadie más para arbitrar decidida y unitariamente las acciones necesarias para derrotar al régimen y que ese es el único y mejor camino para hallar una solución definitiva a las penurias que nos causa esta perversa dictadura.


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