Ilustración: La Razón

Este cambio de año con la agudización de problemas institucionales nacionales en un país ―ya formalmente esquizofrénico― y un denso tejido de comunicaciones con los compatriotas que están fuera ha subrayado con fuerza en mi interior una pregunta, que ya había alguna vez exteriorizado: ¿Es que existe una sola Venezuela?

Un simple dato cuantitativo revela la dramaticidad de la pregunta. Los venezolanos trasplantados a otras tierras suman hoy dos veces la población del país a la caída del dictador Juan Vicente Gómez e igualan el total de habitantes cuando el avión del general Pérez Jiménez lo llevó al exilio en enero de 1958. La Venezuela expatriada supera con creces la población de muchos Estados del orbe, incluidos no pocos de este continente. Y el éxodo continúa. Resulta triste despedir a familiares y amigos, que uno razonablemente estima nunca regresarán a residenciarse en este trozo de satélite solar que los vio nacer y anidó sus primeras ilusiones.

El drama despoblador no es fruto de una catástrofe ecológica, un conflicto bélico o circunstancias semejantes, sino consecuencia de políticas destructivas, excluyentes, que desintegran el país. Y resulta doblemente triste percibir que consideraciones ideológicas, actitudes grupales intolerantes y egoísmos enceguecidos conducen a no pocos a congratularse por la diáspora. Se deshumaniza el juicio y se vuelve pragmático el resultado: mientras menos gente, se reducen los problemas de servicios y se merma la oposición.

Cabe pensar que no pocos de los que se han ido habrían podido quedarse a través de un mayor esfuerzo y sacrificio propio, pero ¿quién es uno para juzgar conductas personales familiares? Por lo demás, para la generalidad resulta insoportable un ambiente de permanentes limitaciones y amedrentamientos; el ejercicio de derechos humanos fundamentales encuentra múltiples obstáculos en regímenes con proyecto totalitario como el socialismo del siglo XXI. En otros tiempos resultaba fácil y hasta festivo manifestar en la calle contra el régimen y en pro de determinadas causas; ahora la ausencia de un Estado de Derecho lleva a criminalizar fácilmente legítimas actuaciones ciudadanas. Las acusaciones de “odio” y conspiración están a la orden del día. Poder pretendidamente omnipotente y absoluto.

Lo de 2 Venezuelas tiene aplicación también en otros aspectos de la realidad. Una primera es de tipo político-ideológico y se refiere a la división de los ciudadanos: en buenos, aderechados, revolucionarios / malos, jurídicamente marginales, reaccionarios. De un lado, los que “vinieron para quedarse” y del otro los apenas soportables. La dinámica del poder comunal tiene esa direccionalidad. Es bien significativo el hecho de que ya desde el comienzo, el régimen, copiando el modelo deshumanizante castro cubano, identificó a la disidencia con una especie animal (de gusano a escuálido). Los nazis ya habían apelado a ratas. Lenguaje en lógica genocida.

El agravado foso social permite hablar también de dos Venezuela. La de la burbuja en un porcentaje reducido de la población, especialmente miembros de la nomenklatura y “enchufados” en esta, que se aprovechan del poder o se manejan a su sombra. Junto a ella una mayoría empobrecida que sufre un progresivo empeoramiento de sus condiciones de vida. El comunismo agrava divide y miserabiliza.

Cuando el Episcopado planteó la urgencia de una refundación nacional tenía en vista esta división del país y el actual embrollo de inconstitucionalidades, ilegalidades e ilegitimidades, que clama por una reconstrucción a fondo de la República a sus doscientos años de establecimiento.

Ha de abrirse espacio al soberano para que este, en un clima de genuina libertad y bajo la supervisión de organismos internacionales, establezca una base sólida institucional para el funcionamiento del país, eligiendo un gobierno que recoja la voluntad popular y actúe con el respaldo más amplio de efectiva participación plural nacional. Por el momento el camino propicio registra elecciones presidenciales precedidas de una escogencia en primarias de la oposición.

El objetivo hoy no puede ser otro que reunir a Venezuela como nación próspera y república democrática.


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