El 20 de diciembre de 2021 viajé con mi esposa a Ciudad de Panamá. El motivo principal del desplazamiento fue conocer y compartir con la más pequeña de las nietas, quien está próxima a cumplir los 2 años de edad. La ocasión fue también propicia para reunirnos con nuestra nieta mayor, de 16 años, ahora residenciada en Estados Unidos y a la que no veíamos desde el 2017. En lo que resta de este nuevo año y en el venidero trataremos de visitar a los nietos e hijas que viven en México y Estados Unidos. Esa es la realidad que nos ha tocado soportar por nuestra firme decisión de permanecer en Venezuela, un país sin igual pero con inhóspitas condiciones generadas por la dictadura actual. Ya en Panamá fue inevitable hacer las comparaciones con nuestro maravilloso terruño y rememorar a la distancia los hermosos momentos vividos allí, a lo largo de toda una vida, que hoy me permito compartir con mis fieles lectores.

Nací en Soledad, para entonces un pequeño y hermoso pueblo ubicado en el sur del estado Anzoátegui. Siendo un infante aún, mis padres retornaron a Puerto La Cruz, una pequeña y, a la vez, soberbia ciudad playera, ubicada en el norte del mismo estado. Salvo una estadía en Caracas que duró poco más de un año, viví en Puerto La Cruz hasta concluir mis estudios de bachillerato en el Liceo Tomás Alfaro Calatrava. Allí, bajo la guía de un extraordinario profesor español, Gómez Durán, participé en la fundación del primer periódico de dicho centro de estudios, el cual también presidí. Debo reconocer que mis escarceos en ese terreno fueron el de novato poco culto, aunque me gané el respeto del admirado profesor y mis compañeros de estudio por mi perseverancia en hacer realidad aquel proyecto y el apoyo económico que ayudé a conseguir para el mismo.

No dudo que entonces me destaqué más por mi verborrea que por mis conocimientos; pero siempre tuve claro que al iniciar mis estudios universitarios me entregaría de lleno a los mismos. Y así fue. Desde que comencé mis clases en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela (en 1968), me hice amigo de los mejores estudiantes y un lector empedernido. Tuve la suerte de tener profesores inigualables y de prestigio, además de una beca de dicho centro de estudios que, unida al apoyo económico que recibía de mi familia, más el pago que durante un par de años recibí de un liceo privado por impartir clases de educación física, me permitió darle cuerpo a una biblioteca personal que fue mucho más allá de mi campo de estudios universitarios. Allí tuvieron cabida los más importantes escritores de esa época y los clásicos de otros tiempos. Un mundo nuevo se abrió para mí en la Caracas de entonces, una ciudad que lo tenía todo: calidad de vida, un hermosísimo centro de estudios que gozaba de mucho prestigio, espacios teatrales inigualables, maravillosas galerías de arte y una seguridad tal que permitía visitar los más recónditos lugares, a cualquier hora y sin temor a ser agredidos o asaltados.

Año y medio después de concluir la carrera de abogado, obtuve una beca del Estado venezolano (Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho) que me permitió realizar estudios de inglés en Temple University, en la bella ciudad de Filadelfia, y un posgrado en Derecho Comparado en Southern Methodist University, en Dallas, Texas. En esa agradable ciudad nació mi hija mayor. No desaproveché la oportunidad de conocer otros lugares importantes  de tan enorme país, así como de Canadá y México.

De regreso a Caracas la fortuna no dejó de sonreírme. Tomé la decisión de prestar mis servicios al Estado venezolano. Era mucho lo que tenía que agradecer a mi país. Puse la mira en dos instituciones de prestigio: Petróleos de Venezuela y el Banco Central de Venezuela. Fue en el BCV donde se me abrieron las puertas de par en par; estamos hablando de una entidad que se manejaba con rigor extremo y con un nivel de autonomía que sorprendía a cualquiera. Allí, sin ningún tipo de apoyo político o de otra especie, solo por mis competencias profesionales, logré hacer una carrera que me permitió ascender a altas posiciones de la institución en poco tiempo. Años más tarde, por la mayor exposición que tendría frente a Hugo Chávez y su representante en el BCV, decidí rechazar la propuesta que me hizo el entonces presidente del ente, Antonio Casas González, para que ocupara la primera vicepresidencia de la institución. El sueño dorado tuvo su fin pocos años después, luego de trabajar en comisión de servicio en la Corporación Andina de Fomento.

A pesar de los problemas económicos y políticos que experimentamos, y aunque hoy tengamos los peores gobernantes, nuestra patria sigue siendo, tal como lo hemos señalado en otras ocasiones, Tierra de Gracia. Mis innumerables viajes de trabajo por diferentes países y continentes corroboraron lo que siempre he sabido: Venezuela es un país que lo tiene todo.

El zopilote cabecirrojo continúa cocinando su propia destrucción. Hacía allá avanza el proyecto revolucionario. Cuando alcance la negrura absoluta se producirá la inevitable implosión. Al ocurrir eso, la senda del crecimiento y desarrollo será inevitable; para entonces muchos de nuestros emigrantes retornarán. Lo mismo ha ocurrido en otros países y a lo largo de la historia. Todo ello hay que recordarlo y tenerlo siempre presente, sin asomo de dudas.

@EddyReyesT


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