Foto Zoltan Tasi

Es bien conocida la imbatible riqueza natural que tiene nuestro país. A través de los años se nos ha hecho saber a todos de una forma que nos la hacen sentir de nosotros mismos. Esta sensación nos empodera desde una neblina de ilusión que suele desaparecer rápidamente con el viento de la realidad diaria, pero que vuelve (en algunos) disfrazada de optimismo.

Realmente no estamos teniendo acceso a ninguno de los recursos naturales, somos el país con una de las reservas petroleras más importantes, somos el país con una de las reservas de agua más grandes del planeta, somos… gas, diamante, piedras preciosas, bellezas naturales… somos… pero realmente solo son algunos pocos. Cada vez menos de los beneficios que aporta esto llega a siquiera rozar nuestros días.

Mientras tanto, muchos seguimos encorazados creando una especie de escudo que nos lleva a continuar. Casi pudiendo asegurar que esa capa está hecha de un material de alta resistencia que también forma parte de la naturaleza venezolana.

Lo cierto es que este tránsito histórico nos ha comenzado a regalar un nuevo recurso natural, uno que no figura en las listas mundiales (al menos por ahora). Este nuevo regalo nos lo hemos ganado, lo hemos luchado. No ha sido fácil. Se comenzó a crear desde la experiencia de transitar la desesperanzadora incertidumbre durante todos estos años, del esfuerzo de sobrevivencia diario, del miedo de no cubrir las bases de la famosa pirámide de Maslow… Este recurso es inmensurable, no se ha podido crear una regla para cuantificarlo, pero tiene un valor que ya comienza a resonar junto al gentilicio venezolano en ámbitos laborales, ciudadanos y humanos.

Les hablo de la tan nombrada resiliencia. Estamos generando un material perfecto para construir escudos humanos tan resistentes como cualquiera de los materiales base extraídos de la Tierra. A través del mismo, hemos desarrollado brillantes e invencibles empresarios, jóvenes luchadores e ilusionados en medio de la más grande desilusión, madres robustas de aguante por la separación física con sus hijos, padres incansables donde las horas de trabajo no alcanzan, abuelos jubilados que adquirieron el rudo trabajo de ser pensionados, pacientes que deben profundizar en su paciencia para lidiar con un sistema sanitario deficiente, niños que viven entre dos extremos: cuatro paredes o en la calle. En definitiva, una confusión compleja de roles humanos y ciudadanos, consecuencia de la más profunda crisis de la historia contemporánea venezolana.

Hace muchos años, Arturo Uslar Pietri lanzó un emblemático tema al ruedo. Recuerdo que desde pequeño, como estudiante, esto me marcó. Con los años he ido recordando con nostalgia y despecho imaginando el resultado actual de haber sido escuchadas sus palabras.  Él hablaba de “sembrar el petróleo”.

En las múltiples columnas de opinión que he escrito por esta vía se pueden dar cuenta de que existe un común denominador: una opinión reflexiva desde lo positivo, una crítica desde la acera del optimismo. Varios de ellos han abordado el tema de la reinvención del venezolano y de su proceso de resiliencia. Entonces yo he comenzado a pensar: ¿qué tal comenzar a sembrar la resiliencia venezolana?

Una de las tareas principales en un cambio de rumbo del país, debería ser la planificación estratégica de la resiliencia venezolana. Empezando por crear documentación de los errores cometidos con la intención de enseñarlos y así no volver a caer en ellos. Luego, la creación de bases académicas donde se documente y enseñe esas fortalezas de coraza que se han creado y de esa manera, dar forma a competitivos profesionales. Por último, la capitalización de dicho recurso con los resilientes internos, pero también con los externos, creando vías de retorno basadas en incentivos.

Desde mi papel de director de laguiadecaracas.net he podido conocer de primera mano  el exponencial crecimiento del número de organizaciones ciudadanas venezolanas; esas que nacen desde la fortaleza de aguante y con la tarea de tomar como suyas responsabilidades propias del gobierno, al menos en la mayoría de los países. Luego como empresario, soy testigo y ejecutor de una constante adaptación, de un proceso circular de innovación estratégica de las empresas. ¿Cuál de las existentes federaciones, cámaras, entes públicos o privados, están documentando estas hazañas? ¿Cuánto material de capacitación gerencial puede estar obteniendo las universidades y escuelas de negocio? ¿Por qué quedarnos en observar desde las consecuencias, en vez de convertirlo en nuestro propio barco para navegar la tempestad y luego disfrutar del mar?

Se debe comenzar cuanto antes a evaluar, analizar y documentar los efectos de dicho nuevo recurso. En el futuro se podrá continuar exportando, a través de la migración no forzada, grandiosos trabajadores, empresarios y ciudadanos. Empresas y universidades de todo el mundo querrán conocer de primera mano temas asociados a la dirección de empresas, ciudadanía participativa, entre otros. Nuestro gentilicio será solicitado en momentos de crisis de otras ciudades o países, para aportar desde su experiencia adquirida, pero fortalecida y asimilada.

Comencemos cada uno a escribir listas de aprendizaje de este retador, a veces tortuoso, camino de crisis de país. Llegará el día en el que conscientemente Venezuela sumará a su lista –y la del mundo– un nuevo recurso natural: la resiliencia.

 


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