Entre 1898 y 1989, el gobierno de Estados Unidos intervino en América Latina en 41 oportunidades. En todas se involucraron fuerzas militares y agentes de inteligencia apoyados por políticos y empresarios locales financiados por la CIA. En 17 de ellas las intervenciones fueron directas y en 24 el gobierno americano tuvo un papel indirecto, es decir, los políticos locales fueron los actores principales con el soporte de Estados Unidos.

A partir de la caída del imperio soviético en 1989 se produjo en Estados Unidos un gran debate público entre políticos, historiadores y científicos sociales que se centró en motivos y causas de estas intervenciones. En casi todos los casos se alegaron intereses y la seguridad de Estados Unidos, ya sea como determinantes o como motivación fundamental. No obstante, casi todos los argumentos se descartaron por ser inverosímiles. Incluso durante la crisis de los misiles de Cuba en octubre de 1962, el Pentágono reconoció entonces que su despliegue en Cuba no alteraría de ningún modo el equilibrio global nuclear. National Intelligence Estimate, el órgano oficial de la estructura de inteligencia de Estados Unidos concluyó que habría sido improbable que se hubiera materializado una amenaza creíble a Estados Unidos de cualquiera de los gobiernos depuestos si todos y cada uno de ellos hubieran permanecido en el poder.

Una vez que hubo la convicción de que las intervenciones eran inefectivas y provocaban daño al prestigio de la nación, Hugo Chávez ascendió al poder con los votos de la mayoría de los venezolanos. Pasados más de 22 años de revolución, Estados Unidos sin haber sufrido el menor daño en su seguridad nacional por causa del gobierno «socialista», salvo la «estrategia» del comandante de usar el tráfico de drogas como un pretexto de lucha «antiimperialista» y de paso convertirse en multimillonario y enriquecer a su entorno.

Operaciones basadas en efectos

Es el nombre de una revivida doctrina. Con EBO, como se abrevia en inglés (Effects-Based Operations), se ha intentado sustituir las inefectivas intervenciones. El Comando de las Fuerzas Especiales Conjuntas de Estados Unidos define a EBO como un proceso que busca determinados efectos del enemigo a través de sinergias y una acumulativa aplicación de capacidades militares y no militares en todos los niveles de la confrontación con un adversario. EBO se concentra en buscar una «salida estratégica», lo cual implica la posibilidad de no utilizar operaciones tácticas militares, como bien pudiera suscribirse la novísima Ley Bolívar. Cuando la doctrina habla de «efectos» se refiere a físicos funcionales o psicológicos como resultado de acciones no necesariamente militares.

Los rusos fueron los precursores de la doctrina EBO que considera a una fuerza militar adversaria en términos de un sistema. Si se usa la fuerza uno de los objetivos es neutralizar selectivos nodos o mecanismos dentro del sistema operativo enemigo que podría interrumpir o desactivar varios  componentes de la estructura hasta hacerlos colapsar. Esta modalidad kinética de confrontación la podemos observar ahora mismo en la guerra con Ucrania donde Rusia se ha concentrado en la destrucción de las redes eléctricas y de acueductos de Ucrania.

En abril de 2006, el mayor del Ejército de Estados Unidos Gary Graves se valió de una disertación que tituló Venezuela: An Effects-Based Strategy for the 21st-Century, a fin de proponer la aplicación de esta doctrina para resolver el largo conflicto con Venezuela. El mayor Graves advirtió que como estos «efectos« son físicos, funcionales o psicológicos, kinéticos y no kinéticos, la historia ha demostrado que Estados Unidos ha fracasado en Venezuela para caer en este milenio en las mismas aplicaciones concebidas en el siglo XX. «Este fracaso -agrega Graves- ha permitido un desbalance estratégico entre los fines y los medios para crear devastadoras consecuencias. Si esta práctica continúa -advirtió el oficial en 2006- en el contexto de esta vieja estrategia regional para Venezuela…  la destrucción y el costo para la economía de Venezuela serán insoportables a corto plazo»Los gobiernos de Bush y Obama no atendieron esta estrategia y sin mucha originalidad acudieron a la clásica y cerrada estructura de la política exterior americana que se remonta a los tiempos de Thomas Jefferson: sanciones.

La administración de Donald Trump superó con creces los errores de sus antecesores en relación con Venezuela. Un conflicto permanente entre la Casa Blanca y toda la estructura de inteligencia estuvo siempre presente desde el primer día que Trump asumió la presidencia. La «estrategia« hacia Venezuela, si se puede llamar así, la coordinaron exfuncionarios cubanos republicanos de inteligencia dirigidos por Elliott Abrams y el senador cubano republicano Marco Rubio que, sin ninguna credencial, actuó oficiosamente como el «subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental» de Trump.

Esta improvisada ‘inteligencia’ cubana-americana de republicanos solo veía a Venezuela como un obstáculo que complicaba la situación de Cuba, es decir, el país que le proporciona soporte a Cuba y dificulta una solución que no ha llegado en más de 60 años. Desde esa perspectiva mayamera-republicana Cuba fue siempre la verdadera prioridad y Venezuela el cordón umbilical que se debía suprimir. Entonces venezolanos cayeron en la argucia de Trump acerca de una «operación militar sobre la mesa», inexistente, pero destinada en realidad a ganar la voluntad de 300.000 votos venezolanos en Florida.

La llegada de Biden a la Casa Blanca continuó con la clásica postura de diplomacia y sanciones de Obama hasta que el realismo político se atravesó. La guerra Ucrania-Rusia alteró el tablero geopolítico de Estados Unidos y les recordó que el petróleo sigue siendo un factor crucial geopolítico, especialmente si se considera la hostilidad creciente del gobierno de Arabia Saudí con Estados Unidos y su acercamiento a Rusia y China. Todos asientos de las más grandes reservas y producción de petróleo del planeta. En este plano, sacar a la Rusia de Putin aposentado como está en otra de las más importantes reservas de petróleo del mundo, es una prioridad que calza perfectamente con la doctrina de Operaciones Basadas en Efectos y eso es precisamente lo que advertimos en la nueva estrategia de Estados Unidos hacia Venezuela.

En este marco resulta ocioso discutir acerca de la licencia de Chevron. Esta corporación americana no es más que un peón en este juego geopolítico de Estados Unidos y por conveniencia de ambas partes volverá a ser el «darling» del gobierno bolivariano, como lo fue con el interpuesto ladronazo de Rafael Ramírez.

Un objetivo fundamental de la doctrina EBO es buscar un cambio de mentalidad o de conducta del adversario, manejando percepciones y reacciones del grupo adversario y confiando en la capacidad de este para recibir las señales con claridad y sin ambigüedades  de modo que las comprenda de una manera racional y predecible. Luce que por primera vez el gobierno bolivariano parece entender este mensaje de Estados Unidos. Lo que aún no sabemos es cuáles serán los «efectos» que le producirán a Putin estas lisonjas y coqueteos de Maduro, resultado de los «efectos» de esta modalidad estratégica.

Por semanas no sabremos nada de esta estrategia, hoy lunes la Cámara Baja del Congreso de Estados Unidos presenta las conclusiones de las investigaciones del asalto y sedición del 6 de enero de 2021, con la recomendación al fiscal general de enjuiciar a Trump y a 4 de sus allegados políticos. La nación entera se dedicará a procesar esta decisión sin precedentes históricos.

Cierto, estas circunstancias no pintan muy bien para el variopinto espectro de opositores. En realidad nunca han sido favorables, bien porque los opositores no las comprendieron o cuando las entendieron no las aprovecharon o cuando lo intentaron, lo hicieron mal.

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