El nombre de Bielorrusia (Belarus en lengua local) ciertamente no resulta familiar  en nuestro continente; sin embargo, las insólitas vueltas de la política han hecho que aquel país tan lejano geográfica y culturalmente haya logrado alguna penetración en nuestra Venezuela como consecuencia de las insólitas alianzas que tuvo a bien gestionar el “finado” y también en estas últimas semanas  por las ilegales piruetas que hace el dictador de allá (Aleksandr Lukashenko) para mantenerse en el poder, bastante similares a las practicadas en estas latitudes por quienes ya han perdido todo recato acerca de su propósito y que a la hora de “soltar el coroto” parecen fotocopiadas. Bielorrusia y Venezuela, ¡hasta la victoria siempre!

Refresquemos la memoria evocando los viajes del comandante eterno a Minsk en 2010 proclamando indisolubles hermandades, recordemos las fábricas de tractores agrícolas, textiles y calzado que Lukashenko  “vendió” al refundador de Venezuela, la construcción –no gratuita– de miles de viviendas populares para aliviar las necesidades del venezolano de a pie  y pare usted de contar las ilusiones y frustraciones que tuvieron lugar.

Pero antes de entrar en el capítulo de las “marramucias” anotemos el hecho geográfico de que Bielorrusia está ubicada en el mero lugar al centro de Europa donde se ha escenificado una y otra vez el choque secular entre Occidente y Rusia (lo mismo que en Polonia y Ucrania), lo cual ha hecho que a lo largo de la historia su pueblo haya sido sometido a cuanto conquistador pasó por allí hasta terminar como una República Socialista Soviética, que lo era cuando aquel bloque se disolvió en 1991 provocando la declaración de su independencia nominal mas no su liberación de la influencia rusa.

Guste o no, en estos tiempos modernos  el “camarada Putin” –chivo de mayor micción en aquel terreno– ha expresado varias veces por la fuerza su desapego al derecho internacional (Crimea, Georgia, etc.) mientras Occidente lo ha dejado hacer y ha hecho la vista gorda ante los excesos de Lukashenko por cuanto se entiende y acepta que aquella es el área de influencia de Moscú y no hay que meterse. Por eso en esta etapa de megaprotestas motivadas por el fraude electoral el dictador bielorruso ha buscado la bendición del nuevo zar de Rusia (Putin) y un discurso político que parece copia de programas televisivos como Con el mazo dando o La hojilla, cuyo apego a la verdad y la razón son objeto ya de sesudos estudios especializados.

Sin embargo, la necesidad de mantener la ficción de las formas constitucionales exigió la celebración de elecciones presidenciales que se realizaron el pasado 9 de agosto, en las que Lukashenko, con una popularidad menor a 10%, resultó vencedor con casi 80% de los votos, al más puro –y ya obsoleto– estilo soviético. Las herramientas para lograrlo parecieran haber sido diseñadas en conjunto con los estrategas de nuestro CNE. En Bolivia Evo Morales hizo una trampa un poco menos sangrienta para “ganar” la elección del pasado octubre ¡con un modesto 7% de ventaja! Naturalmente, Lukashenko no permitió ninguna observación internacional; mientras que Evo cometió la “debilidad” de permitir el ingreso de la misión de la OEA, cuyo informe sirvió de base para la invalidación del resultado. Ante estas realidades no parece muy probable que nuestros “revolucionarios” vernáculos renuncien a la trampa preelectoral, ni vayan a consentir que venga nadie a meter sus narices en la “soberanía irrenunciable” de la patria de Bolívar y Chávez antes de que la nueva Tibisay  descienda por la fatídica rampa de la sede del CNE y “anuncie los resultados”.

Pero ahora resulta que Lukashenko, amo y señor de un aparato de delación y represión de origen y estilo KGB, ha tenido que aguantar manifestaciones populares de protesta que exceden las 200.000 personas, las cuales –como su colega caribeño- “disuadió” con “gas del bueno”, peinilla, muerte, prisión y expulsión de los candidatos que osaron oponérsele. Ahora ofrece convocar elecciones parlamentarias para algún momento en el cual sus huestes se vean mejor posicionadas.

Naturalmente, la Unión Europea optó por no reconocer los resultados del fraude cometido casi que a sus puertas. Hasta allí llegaron sus protestas justo antes de que Putin expresase apoyo a su aliado y recordase que el gas que consume Europa proviene de Rusia y atraviesa Bielorrusia. Estados Unidos también protestó lo necesario para mantener las formas pero Mr. Trump optó por no mencionar posibles opciones que pudieran estar ni sobre ni bajo la mesa, como en su día lo hizo en el caso de Venezuela. Yo no me meto allá, tú no te metas en mi gallinero.

En resumen, pareciera ser que la oposición democrática de Bielorrusia tendrá que ver cómo se las arregla solita apoyada tan solo por buenas declaraciones y pocas iniciativas. ¿Será que esa lección pueda servir a quienes en nuestro patio aún creen que invocando al TIAR o el 187.11 o yendo a llorar al Valle podrán sustituir su propio esfuerzo unitario por una deseable pero improbable ayuda de terceros?  Vale la pena reflexionar y sacar conclusiones.


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