La semana pasada, el día miércoles, para ser exactos, nos encontramos con una rara celebración del régimen: 12 años de la nacionalización de Sidor, por parte del régimen, encabezado entonces por Hugo Chávez. Rara celebración porque puede decirse que esa era la empresa más importante del país, económica y estratégicamente, después de Pdvsa.

Así que estamos en un país donde año a año se celebran fracasos, como si fueran rotundos éxitos de progreso, desarrollo y felicidad. Un país donde la crisis ha develado la desnudez del modelo que en 1998 trató de imponerse y que, al final de un cuento que dura ya más de 20 años, ha terminado por producir la más grande crisis conocida en el continente y probablemente en el mundo.

Más allá de la situación de ingobernabilidad en el que devino el país, al régimen le ha impactado una doble crisis de su narrativa, en primer lugar, la del llamado socialismo del siglo XXI, que fue la forma que asumió el populismo autoritario y su consecuente macroeconomía que impuso Chávez desde un primer momento y ha continuado Nicolás Maduro, que ha fracasado ruidosamente y ha sumergido al país en la ruindad más absoluta; y en segundo lugar, ha empezado a hacer aguas el autoritarismo de sesgo militarista que en los últimos días ha movilizado, como especie de último recurso, toda una tecnología represiva, con el fin de liquidar y desmovilizar cualquier propuesta de cambio.

Así que frente a esta situación se abre una doble tarea, que no es la primera vez que el país se enfrenta a ese doble propósito. Ya lo hizo con éxito de manos de Betancourt en 1959: esto es la de constituir un gobierno y un sistema, al mismo tiempo, pero no identificable el uno con el otro.

Ya en 1992 se puso de manifiesto la fortaleza del modelo de Betancourt, cuando a pesar de que se cuestionó al gobierno de Pérez, y la gente apoyó a los golpistas, hasta el punto de que no quedó hijo o hija de venezolano que no desfilara en el Carnaval de ese año disfrazado de paracaidista con una banda tricolor en el brazo, la ciudadanía siguió orientándose positivamente hacia la democracia como sistema, como el mejor posible para organizar el país.

Esa tarea encara ahora un esfuerzo político que la oposición debe asumir con realismo político, vale decir, asumir frente al menú de opciones, las que están arriba y debajo de la mesa, aquella opción que sea factible y posible de ser materializada.

En 1959 Betancourt lo hizo y no fue fácil, pero pudo confrontar y acordar al mismo tiempo, constituyó el sistema democrático conocido como “Puntofijo”, diferenciándose de sus adversarios y acordándose con la oposición y con los principales actores: Fuerzas Armadas, Iglesia, sindicatos, gremios, etc y, también, en el mismo proceso defender el sistema y al gobierno instituido de la inercia autoritaria que estaba presente en la cultura política del venezolano.

¿Este doble proceso lo podrá llevar a cabo el liderazgo actual venezolano de oposición? La verdad, no lo sé. Hay una distancia considerable entre Betancourt, por ejemplo con respecto a Guaidó, entre Caldera y Leopoldo López y María Corina Machado, metan también allí a Henrique Capriles. Hay diferencias de calidad democrática y de compromiso, obviamente, ni se diga la enorme distancia con el liderazgo que ha asumido un compromiso tácito con el autoritarismo y dictadura de Maduro, me refiero a Falcón, Fermín y compañía.

La salida que yo humildemente le veo es de naturaleza socialdemócrata, y la elaboración de una concertación democrática de naturaleza triangular: gobierno democrático, empresarios y trabajadores mediante la recuperación de sus organismos naturales sin interferencia partidaria y el eje de tal compromiso recaería sobre el sistema de partidos que seleccionarían y reducirían demandas, para hacer compatibles y armonizar la lógica económica y la lógica política.

¿Es eso posible? Creo que sí. Pero antes se debe negociar con el régimen para su salida del gobierno. ¿Cómo? No sé. Pero el cómo debería dilucidarlo el sector más esclarecido y democrático de la oposición, sin cometer los errores que se han cometido, que hasta ahora han hecho irresolutas las opciones que están sobre la mesa y han dejado que los sectores más radicales sobrevaloren algunas que están debajo de ella.


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