Con el disparo de partida de las primarias cuyo único objetivo es elegir un candidato opositor para las presidenciales, que se celebrarán en diciembre de 2024, se ha provocado la irrupción de decenas de aspirantes que debieran tener como norte la pretenciosa tarea de recoger los pedacitos de una nación decepcionada y dispersa por el planeta.

Las circunstancias determinan reconocer el estado de una nación que refleja un país disociado, cuyo significado no es otro que la disgregación de las partes componentes de su origen y de su historia, con unos ciudadanos que dejaron de creer no solo en las instituciones públicas, los poderes públicos, como elementos integrantes del Estado, sino también en los partidos políticos, tanto el gobernante como los representantes de la oposición.

Esta ruptura de la sociedad en su conjunto frente al poder gobernante y a su posible relevo político se expresa en múltiples sentimientos adversos, indiferencia, desprecio, desconsuelo, entre otros, acompañado de la actitud resignada de resolver cada uno su propio destino ante la manifiesta incapacidad de ambos, gobierno y oposición, de reconstruir el alma del país extraviado.

En la travesía de este desierto del siglo XXI los venezolanos no andamos solos. En América Latina varios países sufren condiciones similares, aun cuando las realidades sociopolíticas sean diferentes, como Perú y Haití. En el caso del primero, en los últimos 6 años han ejercido la presidencia 5 mandatarios y el Congreso Nacional es repudiado por la población; y en el segundo las pandillas criminales han puesto en jaque lo que queda de Estado.

Por tanto, nos corresponde retomar los caminos de la vida para recuperar nuestro país. Ese trance pasa por reconocer la magnitud de la tragedia nacional, que va más allá de una salida electoral, cuyo principal obstáculo es el «Estado fallido» que padecemos, aunque en realidad debiera ser llamado “Estado retorcido” por su capacidad infinita de maldad, de practicar la tortura para reprimir la disidencia y de postrar a la población en la miseria.

Con esta camarilla cívico militar es imposible recuperar la patria, al igual que con aquellos colaboracionistas opositores, quienes han contribuido a tender la cama a una dictadura que retrocedió al país política, social y económicamente a las montoneras del siglo XIX. En realidad su objetivo es mantener a Venezuela dispersa y acorralada en el Estado Comunal

Los venezolanos conocimos de liderazgos políticos responsables en el siglo XX. Independientemente de las toldas políticas que militábamos, en el socialcristianismo, socialdemocracia, marxismo, todos teníamos nuestros héroes, a quienes seguíamos en sus debates en el Congreso Nacional, o en los medios de comunicación. Más allá de las divergencias y de los pescozones teóricos, había una característica común, tenían una visión de país, un concepto de nación y de Estado, que se identificaba como un signo característico de la democracia.

Hoy el liderazgo que pretende ser el relevo luce superficial y oportunista, y en la mayoría de los casos agobiado por los señalamientos prominentes de corrupción, los más recientes endilgados al gobierno interino y al G-4, aderezados con la arrogancia de la impunidad, la falta de transparencia y sin propósito de enmienda.

El pueblo venezolano merece una oferta creíble no solo de epítetos, capaz de esbozar la nueva sociedad que se pretende construir, ya sabemos que Maduro y su pandilla son la fragua continental de las dictaduras del siglo XXI, comparsas de Ortega en Nicaragua, del castrismo en Cuba y del malvado Putín en Rusia.

Ahora es el escenario propicio para presentar el programa que permita a Venezuela ingresar oficialmente al siglo XXI, en cuanto a democracia, derechos humanos, trabajo digno, ciencia y tecnología, educación, salud y desarrollo humano, como elementos integrantes del proyecto de país en cuyo diseño debe participar la academia, los sindicatos, organizaciones de la sociedad civil, los empleadores privados y la Iglesia.

Estas propuestas las he planteado en diferentes oportunidades al ser contrario a la postura de que a Venezuela hay que colocarle una lápida que rece: “aquí yace un país”, por el contrario de su seno hay las reservas morales y éticas para su reconstrucción, solo es necesario un punto de encuentro.


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